Kerry había pensado salir del despacho pronto para llegar a la consulta del doctor Smith en cuanto éste acabara de atender a su último paciente, pero había cambiado de opinión, consciente de que sería mejor esperar a tener más datos acerca de la relación que el doctor había mantenido con su hija. Además quería ir a casa para estar con Robin.
Kerry pensó en que la señora Reardon creía que la actitud del doctor hacia su hija era «enfermiza». Y Frank Green había comentado que se había mostrado frío al declarar en el juicio. Por su parte, Skip Reardon había dicho que su suegro no iba mucho por su casa, y que cuando se reunía con Suzanne, era normalmente para estar a solas con ella.
«Tengo que hablar con alguien que conozca a todas estas personas y que no tenga ningún interés personal en el asunto —pensó la abogada—. También debería volver a hablar con más calma con la señora Reardon. Pero ¿qué le voy a decir? ¿Que un mafioso acusado de fraude fiscal llamaba “corazón mío” a Suzanne cuando jugaban a golf? ¿Que un caddie tenía la sensación de que estaban liados? Es posible que esas revelaciones sólo sirvan para cavar la tumba de Skip Reardon a más profundidad», razonó Kerry. «Como fiscal podría sostener que aunque quisiera divorciarse para volver con Beth, a Skip podría enfurecerle que Suzanne estuviera liada con un multimillonario al tiempo que le hacía pagar a él los miles de dólares que le costaban los vestidos de Saint Laurent que se compraba».
En el preciso momento en que iba a salir del despacho llamó Bob. Kerry notó enseguida que estaba tenso.
—Tengo que verte un momento. ¿Vas a estar en casa dentro de una hora más o menos?
—Sí.
—Hasta entonces. —Sin decir nada más, colgó.
«¿Por qué querrá venir a casa a hablar conmigo? ¿Por lo de la foto de Robin? ¿O habrá tenido un mal día en el Palacio de Justicia? No sería de extrañar que se tratara de eso», se dijo recordando que Frank Green le había dicho que incluso sin el testimonio de Haskell cabía la posibilidad de que Jimmy Weeks fuera declarado culpable. Kerry cogió el abrigo y deslizó el brazo por el asa del bolso, pensando con una mezcla de tristeza e ironía en que, durante el año y medio que había durado su matrimonio con Bob Kinellen, siempre había salido ilusionada a toda prisa del trabajo para llegar a casa y pasar la noche con él.
Cuando llegó a casa, Robin la miró con gesto acusador.
—Mamá, ¿por qué ha ido Alison a recogerme al colegio? No me lo ha querido explicar y me he sentido como una tonta.
Kerry se volvió hacia la canguro.
—No hace falta que te quedes, Alison. Gracias.
Cuando se quedaron solas, se volvió nuevamente hacia Robin, que la miraba indignada.
—El coche que te asustó el otro día…
Cuando terminó de contarle todo lo que había sucedido, Robin estaba muy quieta.
—Es como para asustarse, ¿no crees?
—Sí, sí que lo es.
—¿Es ésta la razón por la que ayer parecías tan cansada y triste?
—No sabía que tenía tan mal aspecto, pero sí, estaba bastante deprimida.
—¿Y por eso vino Geoff a toda prisa?
—Sí, fue por eso.
—Podías habérmelo dicho ayer…
—No sabía cómo, Rob. Estaba demasiado nerviosa.
—¿Y ahora qué vamos a hacer?
—Vamos a tomar muchas precauciones. Tal vez sean una pesadez, pero tendremos que hacerlo hasta que averigüemos quién era la persona que estaba en la calle el pasado martes y por qué estaba allí.
—¿Crees que si vuelve a aparecer me atropellará?
A Kerry le entraron ganas de gritar: «No, claro que no». Pero lo que hizo fue acercarse al sofá donde estaba sentada su hija y abrazarla.
Robin apoyó la cabeza en el hombro de su madre.
—O sea, que si el coche se me echa de nuevo encima, adiós…
—Por eso no vamos a permitir que el coche tenga ocasión de hacerlo, Rob.
—¿Está papá enterado de todo esto?
—Le llamé anoche. Va a venir dentro de un rato.
Robin se irguió.
—¿Porque está preocupado por mí?
«Se ha puesto contenta —pensó—, como si Bob le hubiera hecho un favor».
—Claro que está preocupado por ti.
—Qué bien. Mamá, ¿puedo contárselo a Cassie?
—No, por ahora no. Tienes que prometérmelo, Robin, hasta que sepamos quien ha…
—Y le echemos el guante —interrumpió la niña.
—Exacto. Cuando lo tengamos, podrás contárselo.
—Vale. ¿Qué vamos a hacer esta noche?
—Dormir. Podemos pedir una pizza. He alquilado un par de películas cuando venía del trabajo.
Robin puso la cara de niña mala que tanto le gustaba a su madre.
—Para mayores, espero.
«Está intentando tranquilizarme —pensó la abogada—. Está tratando de ocultarme que está asustada».
A las seis menos diez llegó Bob. Kerry vio que Robin salía corriendo a abrazarle llena de alegría.
—Papá, ¿qué piensas de todo esto? —preguntó la niña.
—Voy a cambiarme mientras charláis —dijo Kerry.
Bob soltó a Robin.
—No tardes, Kerry —dijo él atropelladamente—. Sólo me puedo quedar unos minutos.
Kerry se fijó en la fugaz mueca de dolor que atravesaba el rostro de Robin y deseó poder estrangular a Bob. «Dale otro disgusto, para variar», pensó enfadada.
—Bajo ahora mismo —dijo, haciendo un esfuerzo por mantener el tono calmado.
Se puso apresuradamente un pantalón y un jersey, pero se entretuvo a propósito en la habitación durante diez minutos. Entonces, cuando se disponía a salir, oyó un golpe en la puerta y la voz de Robin:
—Mamá.
—Pasa —dijo, y añadió—: Ya estoy lista. —Entonces vio la expresión de tristeza que tenía su hija—. ¿Qué ocurre?
—Nada. Papá me ha dicho que espere aquí mientras habla contigo.
—Entiendo.
Bob estaba en el estudio. Era evidente que se sentía incómodo, que tenía ganas de irse.
«Ni siquiera se ha quitado el abrigo —pensó Kerry—. Me pregunto qué habrá hecho para disgustar a Robin. Seguramente pasar todo el rato diciéndole cuánta prisa tiene».
Bob se dio media vuelta cuando oyó sus pasos.
—Kerry, he de regresar al despacho. Tengo mucho trabajo que hacer para la sesión de mañana, pero hay algo muy importante que debo decirte. —Sacó una pequeña hoja de papel del bolsillo—. Supongo que te habrás enterado de lo de Barney Haskell y Mark Young.
—Sí, claro.
—Kerry, Jimmy Weeks conoce la manera de conseguir información. No sé cómo, pero el hecho es que la consigue. Por ejemplo, sabe que el sábado fuiste a la cárcel a ver a Reardon.
—¿En serio? —Kerry miró fijamente a su marido—. ¿Y a él qué más le da?
—Kerry, no juegues. Estoy preocupado. Jimmy está desesperado y te acabo de decir que conoce la manera de conseguir información. Mira esto.
Bob le pasó un papel que tenía aspecto de ser la copia de una nota escrita en una hoja de seis por nueve pulgadas arrancada de un bloc. En él había seis notas musicales en tono de do y, debajo de éstas, varias palabras: «Estoy enamorado de ti. J».
—¿Qué se supone que es esto? —preguntó Kerry mientras tarareaba mentalmente las notas. Entonces, antes de que Bob tuviera tiempo de contestarle, comprendió lo que significaba y sintió que se le helaba la sangre. Eran las primeras notas de la canción Corazón mío.
—¿Dónde has conseguido esta nota y qué significa? —exclamó.
Encontraron el original en el bolsillo de la camisa de Mark Young cuando registraron su ropa en el depósito de cadáveres. Es la letra de Haskell y el papel es del bloc de mensajes para el teléfono de Young. La secretaria dice que puso uno nuevo ayer por la noche, de manera que Haskell debió de utilizarlo en algún momento entre las siete y las siete y media de la mañana.
—¿Poco antes de morir?
—Exacto. Kerry, estoy seguro de que esto tiene que ver con el acuerdo que Haskell estaba negociando con el fiscal.
—¿El acuerdo? ¿Quieres decir que el homicidio con el que Haskell decía que podría relacionar a Jimmy Weeks era el caso de las rosas rojas? —Kerry no daba crédito a lo que estaba oyendo—. Jimmy estuvo liado con Suzanne Reardon, ¿verdad? Bob, ¿me estás diciendo que la persona que le sacó la foto a Robin y que estuvo a punto de atropellarla trabaja para Jimmy Weeks y que esto es una forma de asustarme?
—Kerry, lo único que te estoy diciendo es que dejes este asunto. Por el bien de Robin, déjalo.
—¿Sabe Weeks que has venido a verme?
—Sabe que, por el bien de Robin, iba a venir a avisarte.
—Un momento. —Kerry miró a su ex marido con un gesto de incredulidad—. A ver si lo entiendo. Has venido a hablar conmigo porque tu cliente, el matón y asesino al que representas, te ha encargado, de forma velada o como sea, que me amenaces de su parte.
—Kerry, estoy intentando salvar la vida de mi hija.
¿Tu hija? ¿Cómo es que de repente se ha convertido en alguien tan importante para ti? ¿Sabes cuántas veces la has dejado sumida en la tristeza por no haber venido a verla? Esto es insultante. Fuera de aquí.
En el momento en que él daba media vuelta para irse, Kerry le arrebató el papel de la mano.
—Pero yo me quedo con esto.
—Devuélveme ese papel. —Bob la cogió de la mano, le abrió los dedos a la fuerza y le quitó el papel.
—¡Papá, suelta a mamá!
Ambos se dieron media vuelta y vieron a Robin en el umbral de la puerta. Las pequeñas cicatrices que tenía en la cara se destacaban sobre la palidez cenicienta de su piel.