Kerry miró con consternación el montón de expedientes que había sobre la mesa de trabajo que tenía al lado de su escritorio. Sabía que pronto tendría que enfrentarse a ellos; no podía retrasar más la asignación de los nuevos casos. Por añadidura, tenía que discutir varios acuerdos con Frank o con Carmen, la primera ayudante de la fiscalía. Había tanto que hacer… Debía procurar concentrarse.
Sin embargo, pidió a su secretaria que tratara de ponerse en contacto con el doctor Craig Riker, el psiquiatra que solía llamar a declarar como testigo de cargo en los juicios por asesinato. Riker era un especialista sensato y experimentado que tenía una filosofía que ella compartía. En su opinión, la vida propina algunos golpes realmente duros, por lo que las personas tienen que lamerse las heridas y luego seguir adelante. De todos modos, lo más importante para Kerry era que Riker sabía la manera de contrarrestar la confusa jerga que empleaban en sus peroratas los psiquiatras a los que llamaban a declarar los abogados defensores.
Kerry recordaba en particular un juicio en el que a la pregunta de si consideraba loco a un acusado el psiquiatra había contestado: «Creo que está chiflado, pero no loco. Sabía perfectamente lo que estaba haciendo cuando entró en la casa de su tía y la mató. Había leído el testamento».
—El doctor Riker está con un paciente —dijo su secretaria—. Me ha dicho que te llamará a las once menos diez.
Y fiel a sus palabras, a las once menos diez en punto, Janet le dijo que el doctor Riker estaba al teléfono:
—¿Qué tal, Kerry?
La abogada le contó que el doctor Smith estaba operando a otras mujeres para darles la imagen de su hija.
—Sin dar ninguna explicación, ha negado que sometiera a su hija a algún tratamiento —explicó—, lo cual puede ser verdad, ya que podría haber sido un colega quien la operara. La cuestión es: ¿se puede considerar esa forma de actuar como una manera de expresar la tristeza que siente por la muerte de su hija?
—Es una manera bastante retorcida de expresar tristeza —dijo Riker—. ¿Has dicho que no la veía desde que era pequeña?
—En efecto.
—¿Y entonces apareció en su consulta?
—Sí.
—¿Qué clase de persona es el doctor Smith?
—Es un individuo bastante raro.
—¿Un solitario?
—No me extrañaría que lo fuera.
—Kerry, necesito más información y, desde luego, me gustaría saber si el doctor operó o no a su hija, si le pidió a un colega que lo hiciera por él o si la chica se había operado antes de aparecer en la consulta de su padre.
—No había pensado en esa posibilidad.
—De todas formas, si, repito, si cuando se encontró con Suzanne después de todos esos años, vio a una joven vulgar o simplemente fea, la operó, creó una belleza y se quedó fascinado con su creación, creo que podemos hablar de un caso de erotomanía.
—¿Qué es eso? —preguntó la abogada.
—Es algo bastante complejo. Pero si un doctor solitario se reúne con su hija después de bastante tiempo, la convierte en una belleza y tiene la sensación de haber hecho algo magnífico, su caso se podría incluir en esa categoría. El doctor habría tenido una actitud posesiva hacia ella, incluso tal vez se hubiera enamorado. Se trata de la clase de trastorno mental que a veces sufren los acosadores sexuales, por ejemplo.
Kerry se acordó de que Deidre Reardon le había dicho que el doctor Smith trataba a su hija como un objeto. Entonces le dijo al psiquiatra que el doctor Smith le había limpiado a Suzanne una mancha que tenía en la cara y que luego le había echado un sermón sobre la necesidad de conservar la belleza. También le habló de la conversación que Kate Carpenter había mantenido con Barbara Tompkins y del miedo que tenía ésta de que el doctor la estuviera acosando.
Se produjo un silencio.
—Kerry, tengo que atender a un paciente ahora mismo. Manténme informado, ¿de acuerdo? Se trata de un caso sumamente interesante.