Bob Kinellen no se enteró de la noticia de la muerte de Barney Haskell y Mark Young hasta que entró en el Palacio de Justicia y los periodistas se abalanzaron sobre él. En cuanto oyó lo que había ocurrido, supo que en el fondo se lo esperaba.
¿Cómo había podido ser Haskell tan estúpido como para pensar que Jimmy le permitiría seguir con vida para testificar contra él?
El abogado se las arregló para mostrarse tan conmocionado como lo requería la ocasión y para parecer convincente cuando, al responder una pregunta, dijo que la muerte de Haskell no iba a cambiar en nada la estrategia de la defensa del señor Weeks.
James Forrest Weeks es inocente de todos los cargos que se le imputan —afirmó—. En el juicio se habría acabado demostrando el carácter interesado y fraudulento de cualquier trato que el señor Haskell quisiera establecer con el fiscal. Lamento profundamente la muerte del señor Haskell y de mi compañero y amigo Mark Young.
Logró meterse en el ascensor y esquivar a otro grupo de periodistas que le aguardaba en la primera planta. Jimmy ya estaba en la sala.
—¿Te has enterado de lo de Haskell?
—Sí, sí me he enterado, Jimmy.
—Ya nadie está seguro. Estos ladrones están en todas partes.
—Tienes razón, Jimmy.
—De todos modos, ahora se puede decir que estamos en igualdad de condiciones, ¿no te parece, Bobby?
—Sí, supongo que sí.
—Aunque no me gusta estar en igualdad de condiciones.
—Ya lo sé, Jimmy.
—Por si acaso…
Bob midió sus palabras.
—Jimmy, alguien le ha enviado a mi ex mujer una fotografía de nuestra hija. Se la sacó un individuo cuando salía de casa el martes para ir al colegio. Se trata de la misma persona que conducía el coche que dio un repentino giro de ciento ochenta grados delante de ella. Robin pensó que iba a subir a la acera y atropellarla.
—Ya conoces las bromas que se gastan sobre los conductores de Nueva Jersey, Bobby.
—Jimmy, más vale que no le pase a mi hija.
—Bobby, no sé de qué me estás hablando. ¿Cuándo van a sacar a tu ex mujer de la fiscalía y la van a nombrar juez? No debería andar metiendo las narices en donde no le llaman.
Bob comprendió que su pregunta ya había quedado formulada y contestada. Había sido uno de los secuaces de Jimmy quien había sacado la foto de Robin. Tendría que ocuparse él mismo de convencer a Kerry de que dejara el caso Reardon. Y debía conseguir que Jimmy Weeks quedara libre, por la cuenta que le traía.
—Buenos días, Jimmy. Hola, Bob.
Bob levantó la mirada y vio que su suegro, Anthony Bartlett, se sentaba en la silla que había al lado de Jimmy.
—Una lástima lo de Haskell y Young —musitó Bartlett.
—Una desgracia… —dijo Jimmy.
En ese momento, un funcionario hizo una señal al fiscal y a Bob y Bartlett para que entraran en el despacho del juez. El juez Benton alzó la mirada de su escritorio con gesto sombrío.
—Supongo que ya se habrán enterado de la tragedia que ha acabado con las vidas del señor Haskell y el señor Young. —Los abogados asintieron con la cabeza en silencio.
—A pesar de las dificultades, creo que, dados los dos meses que ya se han invertido en este juicio, el proceso debería continuar. Afortunadamente, los miembros del jurado están incomunicados y no se van a enterar de lo ocurrido, ni tampoco llegará a sus oídos el rumor de que el señor Weeks pueda estar involucrado en ello. Me limitaré a decirles que la ausencia del señor Haskell y el señor Young se debe a que su caso ha pasado a otras manos. Les pediré que no hagan conjeturas sobre lo ocurrido y que no permitan que afecte de ninguna manera a su juicio sobre el caso del señor Weeks. Muy bien. Continuemos.
Los miembros del jurado entraron en la sala y se sentaron en sus respectivos lugares. Bob se fijó en la expresión de perplejidad con que miraban los asientos vacíos de Haskell y Young; cuando el juez les pidió que no hicieran conjeturas sobre lo ocurrido, el abogado se dijo que eso era ni más ni menos lo que estaban haciendo. «Creen que se ha declarado culpable —pensó—. Lo que nos faltaba».
Mientras consideraba en qué medida iba a afectar la nueva situación a Jimmy Weeks, su mirada se posó en Lilliam Wagner, el miembro del jurado número diez. Sabía que Lilliam Wagner, con la reputación que tenía en su vecindario, lo orgullosa que estaba de su marido y de sus hijos universitarios y lo consciente que era de su posición social, suponía un problema. Algún motivo habría tenido Jimmy para exigirle que la aceptara.
Lo que Bob no sabía era que un «socio» de Jimmy Weeks había abordado discretamente a Alfred Wight, el jurado número dos, justo antes de que el conjunto de los miembros del mismo fuera incomunicado. Weeks se había enterado de que la esposa de Wight tenía una enfermedad terminal y que los gastos del tratamiento le habían llevado prácticamente a la ruina. El desesperado señor Wight había aceptado cien mil dólares a cambio de la garantía de que su voto fuera «inocente».