Kerry se enteró del doble homicidio escuchando la emisora WCBS cuando iba a trabajar. Los cadáveres habían sido encontrados por la secretaria particular de Mark Young. Según el informativo, Young y su cliente, Barney Haskell, habían concertado una cita en el aparcamiento a las siete de la mañana y se suponía que Young había desactivado el sistema de alarma al abrir la puerta de abajo del edificio. El guarda de seguridad no entraba de servicio hasta las ocho de la mañana.
La secretaria se había encontrado la puerta de entrada abierta cuando había llegado a las ocho menos cuarto, pero había pensado que Young se habría olvidado de cerrarla, puesto que ya había ocurrido lo mismo en más de una ocasión. Entonces había cogido el ascensor para subir al despacho y había descubierto los cadáveres.
La crónica concluía con unas declaraciones de Mike Murkowski, el fiscal del condado de Essex. Según él, existía la posibilidad de que les hubieran robado. Les habrían seguido hasta el interior del edificio y habrían perdido la vida al ofrecer resistencia. Barney Haskell había recibido dos disparos, uno en la parte posterior de la cabeza y otro en el cuello.
El periodista de la CBS le había preguntado si se consideraba la posibilidad de que el móvil del asesinato fuera el hecho de que Barney Haskell pudiera estar intentando llegar a un acuerdo con la acusación encargada del caso de Jimmy Weeks y de que se rumoreara que fuese a relacionar a éste con un asesinato. El fiscal había respondido con brusquedad: «Sin comentarios».
«Parece un asesinato de la mafia» —pensó Kerry mientras apagaba la radio—. Y Bob es el abogado de Jimmy Weeks. ¡Menudo lío!».
Tal como había previsto, había un mensaje de Frank Green sobre su escritorio. Era muy corto: «Ven a verme». Se quitó el abrigo, cruzó el vestíbulo y entró en su despacho.
Green no se anduvo con rodeos.
—¿Qué hacía la madre de Reardon por aquí preguntando por ti?
Kerry midió bien sus palabras.
—Vino a verme porque fui a la cárcel a visitar a Skip Reardon y éste adivinó que yo no había encontrado ningún motivo para presentar una nueva apelación.
La abogada vio que la expresión de Green se relajaba. Sin embargo, era evidente que seguía enfadado.
—Era algo que te podía haber dicho yo, Kerry. Si hubiera sospechado que existía el menor indicio de la inocencia de Skip Reardon, no habría descansado hasta encontrarla. Pero no la había. ¿No te has parado a pensar en el revuelo que levantarían los medios de comunicación si sospecharan que mi fiscalía está investigando ese caso ahora? No dejarían escapar la ocasión de describir a Skip Reardon como a una víctima. Eso vende y es la clase de publicidad negativa que les gusta publicar acerca de los candidatos políticos. —Entornó los ojos y golpeó el escritorio con las venas de los dedos para recalcar sus palabras—. No sabes cómo lamento que no estuvieras en la fiscalía cuando investigamos el caso. No sabes cómo lamento que no vieras cómo quedó esa preciosa mujer cuando la estrangularon. Casi se le salían los ojos de las órbitas. Skip Reardon le soltó tales gritos por la mañana que el inspector que le oyó estuvo a punto de llamar a la policía para evitar que pasara algo grave. Eso fue lo que declaró bajo juramento cuando subió al estrado. Creo que, si tienes la oportunidad, serás una buena jueza, Kerry, pero un juez se vale de su buen juicio y en este momento creo que el tuyo deja mucho que desear.
«Si tienes la oportunidad».
Kerry se preguntó si se trataba de una advertencia.
—Frank, siento haberte molestado. Si no te importa, pasemos a otro asunto. —Sacó la foto de Robin del bolsillo de su chaqueta y se la mostró—. Ayer me llegó por correo esta foto en un sobre blanco normal y corriente. Robin lleva la misma ropa que llevaba el martes por la mañana cuando dijo ver un coche aparcado en la acera de enfrente de nuestra casa y pensó que tal vez hubiera alguien vigilándola. Dijo la verdad.
La expresión de enfado desapareció del rostro de Green.
—Vamos a ver cómo podemos protegerla…
Estuvo de acuerdo con Kerry en que había que comunicar al colegio lo ocurrido y en que había que acompañarla e ir a recogerla todos los días.
—Voy a averiguar si hay alguien condenado por delito sexual que haya quedado en libertad o se haya mudado a esa zona recientemente. Sigo pensando que ese cerdo que condenaste la semana pasada puede tener amigos con ganas de desquitarse. Vamos a pedir al departamento de policía de Hohokus que vigile la casa. ¿Tienes un extintor de incendios?
—Tengo un sistema anti-incendios.
—Hazte con un par de extintores por si acaso.
—¿Estás hablando de la posibilidad de que nos pongan una bomba incendiaria?
—No sería la primera vez. No quiero asustarte, pero hay que tomar precauciones.
Hasta que se dio media vuelta para marcharse, Green no mencionó los asesinatos de Summit.
—Aunque Jimmy Weeks se ha movido con rapidez, tu ex marido sigue teniéndolo muy difícil para ganar el juicio, incluso sin la colaboración de Haskell con el fiscal.
—Frank, hablas como si dieras por sentado que los asesinatos han sido obra de la mafia.
—Todo el mundo lo sabe, Kerry. Lo curioso es que Jimmy haya esperado tanto para acabar con Haskell. Puedes estar contenta de haberte librado del representante de Weeks cuando lo hiciste.