Después de regresar a casa tras la cena con Jonathan y Grace, y cuando Robin ya llevaba un buen rato dormida, Kerry reanudó su trabajo. Su despacho se encontraba en el estudio de la casa a la que se había trasladado después de que Bob las abandonó y ella vendió la que habían adquirido juntos. Había podido comprar su actual vivienda por un buen precio, cuando el mercado inmobiliario estaba barato, y se alegraba de haberlo hecho. Estaba encantada. Era una casa de campo estilo Cape Cod con buhardillas dobles, construida hacía cincuenta años y situada en un solar arbolado de algo menos de una hectárea. El único defecto que tenía era que en otoño las hojas caían a mares. No tardarían en hacerlo, pensó dejando escapar un suspiro.
Al día siguiente tenía que interrogar al acusado en el caso de asesinato en que estaba trabajando. Se trataba de un buen actor. Al prestar declaración, su versión de los hechos que habían conducido a la muerte de su supervisora había parecido totalmente verosímil. Según él, su jefa no dejaba de humillarlo, hasta el punto de que un día no había podido más y la había matado. El abogado defensor iba a pedir una sentencia de homicidio sin premeditación.
La labor de Kerry consistía en echar por tierra la historia del acusado y mostrar que se trataba de un asesinato que había preparado y ejecutado cuidadosamente movido por el rencor que sentía hacia su supervisora, quien había tenido buenas razones para negarle un ascenso. Aquello le había costado la vida. Ahora él tenía que pagar por ello, pensó la abogada.
Era la una de la madrugada cuando por fin se sintió satisfecha con todas las preguntas que quería plantear y todas las ideas que deseaba dejar claras. Cansada, subió por las escaleras al primer piso. Se asomó a la habitación de Robin, vio que dormía tranquilamente, la tapó bien y caminó por el pasillo en dirección a su dormitorio.
Cinco minutos más tarde, cuando ya se había lavado la cara, cepillado los dientes y puesto su pijama favorito, se metió en la cama de matrimonio de bronce que había comprado en una subasta cuando Bob se había ido de casa. Había cambiado todos los muebles del dormitorio. Le había resultado imposible vivir con las viejas cosas, mirar en su cómoda, en su mesita de noche, ver la almohada en su lado de la cama.
La cortina estaba sólo medio corrida, y gracias a la leve luz de la farola que había en el poste de la entrada a la casa, pudo ver que había empezado a llover copiosamente.
Bueno, el buen tiempo no podía durar eternamente, pensó, alegrándose de que al menos no hiciera tanto frío como habían anunciado. La lluvia no se convertiría en aguanieve. Cerró los ojos deseando poder tranquilizarse y preguntándose por qué se sentía tan inquieta.
Se despertó a las cinco, pero logró dormitar hasta las seis. Fue a esa hora cuando tuvo el sueño por primera vez.
Se vio a sí misma en la sala de espera de la consulta de un médico. Había una mujer tumbada en el suelo. Sus grandes ojos desenfocados miraban al vacío y la oscura mata de su pelo caía sobre las bellas facciones de su rostro malhumorado. Una cuerda anudada le retorcía el cuello.
Entonces, mientras Kerry la observaba, la mujer se levantaba, se quitaba la cuerda del cuello y se acercaba a la enfermera de recepción para concertar una cita.