A las once en punto, Grace Hoover llamó a Kerry y les invitó a ella y a Robin a cenar el domingo en su casa.
—Hace tiempo que no nos vemos —dijo—. Espero que podáis venir. Te aseguro que Celia se superará a sí misma.
Celia era la señora que se encargaba de la casa durante el fin de semana. Era mejor cocinera que la de los días laborables, y cuando sabía que Robin iba a visitarles, preparaba pastas de chocolate para que se las llevara a casa.
—Claro que iremos —contestó Kerry cariñosamente. «El domingo es un día tan familiar» pensó cuando colgó el auricular. Normalmente, los domingos por la tarde procuraba hacer algo especial con Robin, como ir a un museo, al cine o, de vez en cuando, a un espectáculo de Broadway.
«Si papá estuviera vivo… —pensó—. Seguro que él y mamá vivirían cerca de aquí, al menos parte del año. Y si Bob Kinellen hubiera sido el hombre que pensaba que era…».
Movió la cabeza para ahuyentar esta clase de pensamientos. «Robin y yo somos muy afortunadas de tener a Jonathan y Grace —se recordó—. Siempre estarán a nuestro lado».
Janet, su secretaria, entró en el despacho y cerró la puerta.
—Kerry, ¿no habrás concertado una cita con una tal señora Deidre Reardon y te has olvidado de decírmelo?
—¿Deidre Reardon? No, no he concertado una cita con ella.
—Está en la sala de espera y dice que no se moverá de ahí hasta que la veas. ¿Quieres que llame a los de seguridad?
«Dios mío —pensó Kerry—. ¡La madre de Skip Reardon! ¿Qué querrá?».
—No. Dile que entre, Janet.
Deidre Reardon no se anduvo por las ramas.
—No tengo costumbre de llamar a la puerta del despacho de nadie sin previo aviso, señora McGrath, pero este asunto es de vital importancia. Usted ha ido a la cárcel a ver a mi hijo y seguro que ha tenido sus buenos motivos para hacerlo. Algo le habrá hecho preguntarse si no hubo un error judicial en el juicio. Yo sé que lo hubo. Conozco a mi hijo y sé que es inocente. ¿Por qué ha decidido no ayudarle después de hablar con él? No lo entiendo, y menos aún sabiendo lo que se ha descubierto sobre el doctor Smith.
—No es que no quiera ayudarle, señora Reardon. Es que no puedo. No hay nuevas pruebas. Resulta extraño que el doctor Smith haya dado a otras mujeres la imagen de su hija, pero no es algo ilegal, y tal vez sólo sea su forma de aliviar el dolor que siente por la muerte de Suzanne.
La expresión de preocupación que Deidre Reardon tenía en el rostro se transformó en un gesto de ira.
—Señora McGrath, el doctor Smith no conoce el significado de la palabra «dolor». No traté mucho con él durante los cuatro años que Skip y Suzanne estuvieron casados. No quise hacerlo. Había algo verdaderamente enfermizo en la actitud que tenía hacia ella. Por ejemplo, me acuerdo de una vez que Suzanne tenía una mancha en la mejilla. El doctor se acercó a ella y se la limpió. Parecía como si estuviera quitándole el polvo a una estatua por la manera en que le examinó la cara para asegurarse de que se la había limpiado del todo. Que estaba orgulloso de ella, lo admito, pero ¿que la quería? No, de eso nada.
Geoff había comentado lo frío que se había mostrado el doctor al declarar en el juicio, pensó Kerry. Pero eso no probaba nada.
—Señora Reardon, comprendo cómo debe sentirse… —empezó a decir.
—No, lo siento, pero no lo comprende —le interrumpió Deidre Reardon—. Mi hijo es incapaz de ser violento. Hay tantas probabilidades de que cogiera deliberadamente el cinturón de Suzanne, le rodeara el cuello con él y la estrangulara como de que lo hiciéramos cualquiera de nosotras dos. Piense en la clase de persona que pudo cometer un crimen semejante. ¿Qué clase de monstruo será? Y es que el monstruo capaz de matar a otro ser humano de una manera tan cruel como ésa se encontraba en la casa de Skip aquella noche. Ahora piense en Skip. —Tenía los ojos anegados en lágrimas y exclamó—: ¿No logró usted ver en él algo de su naturaleza, algo de su bondad? ¿Está usted ciega y sorda, señora McGrath? ¿Realmente tuvo la impresión de que mi hijo puede ser un asesino?
—Señora Reardon, me interesé por este caso sólo porque me inquietó la obsesión del doctor Smith con la cara de su hija, no porque pensara que su hijo es inocente. Eso les corresponde decidirlo a los tribunales, y ya lo han hecho. Ya ha habido varias apelaciones. No hay nada que yo pueda hacer.
—Señora McGrath, usted tiene una hija, si no me equivoco.
—Sí, es cierto.
—Trate entonces de imaginársela encarcelada durante diez años y enfrentándose a la posibilidad de pasar veinte años más a la sombra por un crimen que no ha cometido. ¿Usted cree que su hija sería capaz de cometer un asesinato?
—No, no lo creo.
—Pues bien, mi hijo tampoco. Por favor, señora McGrath, usted tiene la posibilidad de ayudar a Skip. Por favor, no le deje en la estacada. Aunque no sé exactamente por qué el doctor Smith mintió sobre Skip, creo que empiezo a comprenderlo. Estaba celoso de él porque se había casado con Suzanne, con todo lo que eso significa. Piense en ello.
—Señora Reardon, como madre comprendo lo desesperada que se siente —dijo Kerry amablemente sin apartar la mirada de la expresión de cansancio y angustia de la mujer.
Deidre Reardon se puso en pie.
—Ya veo que no le importa mucho todo lo que le he dicho, señora McGrath. Geoff me ha dicho que va a ser jueza. Que Dios se apiade de las personas que acudan a usted pidiendo justicia.
Entonces, mientras Kerry la observaba, la mujer se puso terriblemente pálida.
—Señora Reardon, ¿qué le ocurre? —exclamó.
Con manos convulsas, la mujer abrió el bolso, sacó un frasco y extrajo una pastilla de él. Entonces se la puso bajo la lengua, se dio media vuelta y, sin decir una palabra más, salió del despacho.
Kerry se quedó mirando la puerta largo rato. Luego cogió una hoja de papel y escribió:
Observó las preguntas que acababa de escribir y se imaginó a Deidre Reardon mirándola acusadoramente con una expresión franca y afligida en su rostro.