Aunque Kerry le había preparado a Robin una de sus comidas favoritas —pechugas de pollo al horno, patatas asadas, alubias verdes, ensalada con lechuga y bizcocho—, la cena estaba discurriendo prácticamente en silencio.
Desde el momento en que había llegado a casa y Alison, la canguro, le había susurrado: «Creo que Robin está preocupada por algo», Kerry se había mantenido a la espera.
Mientras preparaba la cena, Robin había estado haciendo los deberes en la encimera de la cocina. Kerry había aguardado a que llegara el momento más oportuno para hablar, pero la niña parecía estar extraordinariamente ocupada con sus tareas.
Kerry se había preocupado incluso de preguntar: «¿De veras que has terminado, Rob?, antes de servir la cena.
En cuanto empezó a comer, Robin se relajó visiblemente.
—¿Te has comido el almuerzo hoy? —preguntó su madre, rompiendo finalmente el silencio y tratando de parecer despreocupada—. Parece que tienes hambre.
—Sí, mamá. Me lo he comido casi todo.
—Ya.
«Se parece tanto a mí —pensó Kerry—. Si algo le hace daño, se enfrenta a ello sola. Tienen un carácter de lo más reservado».
—Me cae bien Geoff. Es muy simpático —dijo entonces Robin.
Geoff. Kerry bajó la vista y se concentró en cortar el pollo. No quería pensar en el comentario irónico y desdeñoso con que Dorso se había despedido de ella la pasada noche: «Adiós, señoría».
—Sí —respondió esperando transmitir la idea de que Geoff no tenía importancia en sus vidas.
—¿Cuándo va a volver? —preguntó la niña.
Ahora le tocaba a ella mostrarse esquiva.
—Oh, no lo sé. Sólo vino para hablar sobre el caso en que está trabajando ahora.
Robin parecía estar apurada.
—Creo que no debería habérselo dicho a papá.
—¿De qué estás hablando?
—Bueno, me dijo que cuando seas juez, lo más probable es que conozcas a muchos jueces y que acabes casándote con uno de ellos. No era mi intención contarle nada sobre ti, pero le dije que un abogado que me cae bien había venido a casa la otra noche por un asunto de trabajo. Papá me preguntó quién era.
—Y le dijiste que era Geoff Dorso. No hay nada malo en ello.
—No lo sé. Papá pareció enfadarse conmigo. Lo habíamos estado pasando muy bien, pero entonces él se quedó callado y me dijo que acabara los camarones, que ya era hora de volver a casa.
—Rob, a papá le da igual con quién salga yo y, desde luego, Geoff Dorso no tiene ninguna relación ni con él ni con cualquiera de sus clientes. Papá está metido en un caso muy difícil en este momento. Tal vez habías conseguido que se olvidara de él y cuando estabais a punto de acabar la cena, se puso a pensar de nuevo en el asunto.
—¿Tú crees? —preguntó esperanzada y con expresión más animada.
—Sí, estoy segura —dijo Kerry firmemente—. Ya sabes lo atontada que suelo estar yo cuando tengo que encargarme de un juicio.
—Y que lo digas…
*****
A las nueve en punto, Kerry se asomó a la habitación de Robin. La niña estaba leyendo en la cama.
—Hora de dormir —dijo con firmeza mientras se acercaba a arroparla.
—Vale —dijo la niña de mala gana. Mientras se arrebujaba bajo las mantas, añadió—: Mamá, estaba pensando… El que Geoff haya venido sólo por un asunto de trabajo no significa que no podamos volver a invitarle, ¿verdad? Tú le gustas. Se nota.
—Oh, Rob. Geoff es una de esas personas a las que les gusta la gente. Te puedo asegurar que no tiene ningún interés especial en mí.
Cassie y Courtney lo vieron cuando fue a buscarme. Dicen que es guapo.
«Yo también lo creo», se dijo Kerry al apagar la luz.
Se dirigió a la planta baja para enfrentarse a la dura tarea de hacer el balance de su talonario. Sin embargo, cuando llegó al escritorio, se quedó mirando durante largo rato la gruesa carpeta del expediente Reardon que le había traído Joe Palumbo el día anterior. Movió la cabeza. «Ni se te ocurra —se dijo—. No te metas en eso».
«Aunque no haría daño a nadie si le echara un vistazo», pensó entonces. Lo cogió, se sentó en su butaca favorita, puso el expediente sobre el cojín que tenía a sus pies, lo abrió y empezó a leer el primer portafolio.
Según el primer documento, la llamada se había producido a las doce y veinte de la noche. Skip Reardon había llamado a la operadora y le había pedido a gritos que le pusiera con la policía de Alpine. «Mi esposa está muerta, mi esposa está muerta», había exclamado reiteradamente. La policía había informado que le habían encontrado arrodillado a su lado llorando. Él les había dicho que en cuanto había entrado en la casa había advertido que estaba muerta, por lo que no la había tocado. El jarrón en el que había puesto las rosas rojas estaba volcado. Las rosas estaban desperdigadas sobre su cuerpo.
A la mañana siguiente, en compañía de su madre, Skip había declarado que estaba seguro de que había desaparecido un alfiler con un diamante en la cabeza. Había dicho que se acordaba de él en concreto porque se trataba de una de las joyas que él no le había regalado a su esposa y que estaba convencido de que había sido otro hombre quien se la había dado. También había jurado que echaba en falta un marco miniatura con la fotografía de Suzanne que se encontraba en el dormitorio la mañana anterior.
A las once, Kerry llegó a la declaración de Dolly Bowles. Se trataba, en esencia, de la misma historia que le había contado cuando la había visitado ella.
Kerry aguzó la vista cuando vio que un tal Jason Arnott había sido interrogado en el curso de la investigación. Skip Reardon había mencionado su nombre. En su declaración, Arnott se describía a sí mismo como un experto en antigüedades que, a cambio de una comisión, acompañaba a mujeres a subastas como las de Sotheby’s o Christie’s y les aconsejaba sobre las pujas que debían hacer para obtener determinados objetos.
Decía que disfrutaba recibiendo a invitados en casa y que Suzanne había acudido con frecuencia a los cócteles y las cenas que solía organizar, a veces en compañía de Skip, aunque por lo general sola.
En una nota adjunta del investigador se indicaba que éste había hablado con varios amigos de Suzanne y Arnott y que ninguno había notado que tuvieran interés alguno en comenzar una relación sentimental. De hecho, uno de ellos había comentado que Suzanne era una coqueta por naturaleza y que solía bromear sobre Arnott, llamándole: «Jason, el asexuado».
«Nada interesante», concluyó Kerry cuando hubo terminado de leer la mitad del informe. La investigación había sido exhaustiva. Un inspector del servicio público había oído a Skip gritar a Suzanne durante el desayuno. «Ese hombre estaba fuera de sí», había comentado.
«Lo siento, Geoff», pensó Kerry mientras cerraba el portafolio. Le picaban los ojos. Echaría una ojeada al resto al día siguiente y luego lo devolvería. Entonces se fijó en el siguiente informe. Se trataba de una conversación con un caddie del Palisades Country Club, del que Suzanne y Skip eran miembros. Un nombre le llamó la atención. Olvidándose repentinamente de la cama, cogió el portafolio y empezó a leer.
El caddie se llamaba Michael Vitti, y era una verdadera fuente de información sobre Suzanne Reardon. «A todos los caddies nos gustaba ayudarla. Era muy simpática. Bromeaba con nosotros y nos daba unas propinas estupendas. Jugaba con muchos hombres. Era buena, buena de verdad. Muchas de las esposas de los jugadores se enfadaban porque les gustaba a todos los hombres».
A Vitti se le había preguntado si creía que Suzanne había estado saliendo con otros hombres. «Oh, no tengo idea —había dicho—. Nunca la vi a solas con nadie. Los equipos siempre volvían del campo juntos».
Sin embargo, tras insistirle, había declarado que tal vez hubiera algo entre Suzanne y Jimmy Weeks.
Había sido el nombre de Jimmy Weeks el que le había llamado la atención a Kerry. A tenor de lo que ponía en las notas del investigador, el comentario de Vitti no había sido tomado en serio porque, si bien Weeks era conocido por su afición a las mujeres, cuando se le había preguntado sobre Suzanne, había negado tajantemente haberla visto fuera del club y había añadido que en aquel entonces mantenía una relación seria con otra mujer. Por añadidura, Weeks tenía una coartada perfecta para la noche del asesinato.
Kerry leyó la última parte de la conversación con el caddie. Admitía que el señor Weeks trataba a todas las mujeres más o menos de la misma manera y que utilizaba con ellas apelativos como «encanto», «chata» y «cielo».
Se le preguntó si Weeks utilizaba con Suzanne algún apelativo cariñoso. La respuesta había sido: «Bueno, en un par de ocasiones oí que la llamaba “corazón mío”».
Kerry dejó caer los papeles en su regazo. Jimmy Weeks. El cliente de Bob. ¿Sería ésta la razón por la que su ex marido había cambiado repentinamente de humor cuando Robin le había dicho que Geoff Dorso había estado en casa por un asunto de trabajo?
Muchas personas sabían que Geoff Dorso representaba a Skip Reardon y que llevaba diez años intentando obstinada pero infructuosamente que se celebrara un nuevo juicio.
¿Estaría Bob, en su calidad de abogado de Weeks, asustado de lo que un nuevo juicio pudiera acarrear a su cliente?
«En un par de ocasiones oí que la llamaba “corazón mío”». Kerry no podía quitarse estas palabras de la cabeza.
Profundamente desconcertada, cerró el expediente y se fue a la cama. No se había llamado al caddie para declarar en el juicio. Tampoco a Jimmy Weeks. «¿Llegó la defensa a interrogar al caddie? Si no lo hizo, debería haberlo hecho —pensó Kerry—. ¿Habló con Jason Arnott sobre la posibilidad de que Suzanne hubiera mostrado interés por algún hombre en alguna de sus fiestas? Voy a esperar a que lleguen las fotos del padrastro de Suzanne. Seguramente no tengan la menor importancia o, al menos, no más de la que les he dado hoy al hablar con Joe. Tal vez sea cierto que Suzanne fuera a un salón de belleza a cambiarse de imagen cuando vino a Nueva York. Contaba con el dinero de la póliza de seguros de su madre. Y el doctor Smith ha negado haberla sometido a cualquier clase de tratamiento. Será mejor que espere a ver qué sucede», se dijo. Se trataba de un buen consejo, ya que era todo lo que podía hacer en ese momento.