En el laboratorio de las oficinas centrales del FBI de Quantico, cuatro agentes observaban cómo la pantalla de un ordenador congelaba el perfil del ladrón que había entrado durante el fin de semana en la residencia que los Hamilton tenían en Chevy Chase.
El hombre se había levantado la media que cubría su cara para examinar una estatuilla con mayor facilidad. Al principio, la imagen que la cámara oculta había grabado había aparecido tan borrosa que no había sido posible distinguirla con claridad; sin embargo, después de darle un mayor contraste por medios electrónicos, ciertos detalles del rostro se habían hecho visibles. Probablemente serían insuficientes para identificar al ladrón, pensó Si Morgan, el jefe del equipo de agentes. Todavía resultaba difícil ver algo que no fuera la nariz y el trazado de la boca. Sin embargo, era todo lo que tenían, y tal vez sirviera para refrescar a alguien la memoria.
Haz doscientas copias de esta fotografía y encárgate de que la reciban las familias que hayan sufrido un robo de características similares al de los Hamilton. No es mucho, pero al menos ahora tenemos la posibilidad de pillar a ese cabrón.
Morgan le miró con gesto sombrío.
Espero que cuando lo cojamos sus huellas digitales coincidan con las que encontramos la noche en que la madre del diputado Peale perdió la vida por cancelar los planes que tenía para el fin de semana.