Joe Palumbo vio que todavía eran las nueve y media cuando terminó la investigación de un robo ocurrido en Cresskill. Sólo estaba a unos minutos de Alpine, por lo que pensó que era la ocasión perfecta para hablar con Dolly Bowles, la canguro que había testificado en el caso de asesinato Reardon. Por suerte, también daba la casualidad de que tenía su número de teléfono.
En un principio, mientras Palumbo le explicaba que era un investigador de la fiscalía del condado de Bergen, Dolly se mostró algo cautelosa. Pero en cuanto le informó que uno de los ayudantes del fiscal, Kerry McGrath, estaba muy interesada en que le hablara del coche que había visto delante de la casa de los Reardon la noche del asesinato, Dolly le dijo que se había mantenido al corriente del reciente juicio en que Kerry McGrath había trabajado como acusación y que se alegraba de que el hombre que había asesinado a la supervisora hubiera sido declarado culpable. Entonces le habló a Palumbo sobre la ocasión en que un ladrón les había atado a ella y a su madre en su propia casa.
—Así que —concluyó—, si usted y Kerry McGrath quieren hablar conmigo, no hay ningún problema.
—Bueno, de hecho —respondió Joe sin mucha convicción—, me gustaría ir a su casa y hablar con usted ahora mismo. Tal vez Kerry hable con usted más adelante.
Hubo una pausa. El investigador no se podía imaginar que Dolly estaba recordando la expresión de burla con que le había mirado el fiscal Green al interrogarla durante el juicio.
Dolly se decidió a hablar finalmente.
—Creo —dijo con dignidad—, que me sentiría más cómoda si comentara con Kerry McGrath lo que ocurrió aquella noche. Lo mejor será que esperemos hasta que ella esté disponible.