Cuando ya estaba preparada para salir de casa y acudir a la temprana cita que tenía con el doctor Smith, Kerry fue a despertar a su hija.
—Vamos, Robin —le instó cuando vio que empezaba a remolonear—. Siempre dices que te trato como a una niña pequeña.
—Porque es verdad.
—Muy bien. Te voy a dar la oportunidad de demostrar tu independencia. Quiero que te levantes ahora mismo y que te vistas, porque, si no, te vas a volver a quedar dormida. La señora Weiser te llamará a las siete para asegurarse de que estás despierta. He dejado los cereales y el zumo sobre la mesa. No te olvides de cerrar la puerta con llave cuando salgas.
Robin bostezó y cerró los ojos.
—Rob, por favor.
—Vale. —Dejando escapar un suspiro, Robin sacó las piernas de la cama y se sentó. El pelo le cayó sobre la cara mientras se frotaba los ojos.
Kerry se lo apartó.
—¿Puedo fiarme de ti?
Robin levantó la mirada y esbozó una sonrisa adormilada.
—Ajá…
—Muy bien. Kerry le besó en la coronilla. —Y no te olvides. Las normas son las de siempre. No le abras la puerta a nadie. He conectado la alarma. Desconéctala sólo cuando estés lista para salir, luego la vuelves a poner. No subas al coche de nadie a menos que estés con Cassie y Courtney y se trate de sus padres.
—Vale, vale. —Robin suspiró dramáticamente.
Kerry sonrió.
—Ya sé que te suelto siempre el mismo rollo… Bueno, hasta la noche. Alison llegará a las tres.
Alison era una estudiante de secundaria que cuidaba de Robin desde que ésta salía del colegio hasta que Kerry regresaba a casa. Había pensado en la posibilidad de decirle que viniera por la mañana para acompañar a su hija al colegio, pero cuando Robin había empezado a quejarse diciendo que no era una niña pequeña y que podía ir al colegio sola, había cambiado de opinión.
—Adiós, mamá.
Robin oyó los pasos de su madre por la escalera y luego se acercó a la ventana para ver cómo el coche se alejaba por el camino de entrada.
Hacía frío en la habitación. A las siete, que era cuando se solía levantar, ya hacía calorcito. «Sólo un minuto —pensó Robin mientras se metía de nuevo en la cama Me quedo tumbada un minuto más y ya está».
A las siete en punto, cuando el teléfono ya había sonado siete veces, se sentó y cogió el auricular.
—Oh, gracias, señora Weiser. Sí, claro que estoy levantada.
«Ahora lo estoy», pensó mientras se levantaba apresuradamente de la cama.