El senado y la asamblea legislativa del estado de Nueva Jersey estaban viviendo un otoño caliente. Las dos sesiones de cada semana estaban registrando una asistencia de casi el ciento por ciento. Había motivos para ello: aunque todavía faltaba un año para su celebración, las próximas elecciones gubernamentales estaban creando una tensión entre bastidores que se hacía notar en el ambiente de ambas cámaras.
El hecho de que el gobernador Marshall pareciera estar decidido a apoyar la candidatura del fiscal Frank Green no había sentado bien a varios de los ambiciosos aspirantes de su partido. Jonathan Hoover sabía perfectamente que cualquier obstáculo en la carrera de Green hacia el puesto de gobernador sería bien recibido por sus contendientes. Se aprovecharían de ello y tratarían de crear la mayor confusión posible. Y si ésta era lo suficientemente grande, no sería difícil arrebatarle a Green la candidatura. En ese momento las espadas seguían en alto.
En su calidad de presidente del senado, Hoover tenía un enorme poder para intervenir en la política de los partidos. Una de las razones por las que había sido elegido cinco veces para mandatos de cuatro años era su habilidad para adoptar una perspectiva amplia a la hora de tomar decisiones o dar votos. Se trataba de una cualidad que sus electores sabían valorar.
A veces, cuando el senado se reunía, Jonathan se quedaba en Trenton y comía con algunos amigos. Esa noche iba a cenar con el gobernador.
Tras la sesión de la tarde, Jonathan regresó a su despacho, pidió a su secretaria que no le pasara las llamadas y cerró la puerta. Durante una hora permaneció sentado en su escritorio con las manos cruzadas bajo el mentón. Era la postura que Grace llamaba «Jonathan orante».
Cuando por fin se levantó, se acercó a la ventana y se quedó mirando el cielo del atardecer. Había tomado una decisión importante. La investigación que Kerry McGrath estaba realizando del caso de asesinato Reardon había causado un verdadero problema. Se trataba precisamente de la clase de asuntos de los que los medios de comunicación sensacionalistas se servían. Incluso en el caso de que todo acabara en nada (y Jonathan no esperaba que ocurriera otra cosa), la imagen de Frank Green quedaría dañada y su candidatura se malograría.
Desde luego, cabía la posibilidad de que Kerry dejara la investigación antes de que se llegase a tales extremos; al menos, eso esperaba él que hiciera, por el bien de todos. Aun así, Jonathan sabía que su deber era poner al gobernador al corriente de las acciones de Kerry y sugerirle que, por el momento, no presentara al senado su candidatura para el puesto de juez. El senador era consciente de que para el gobernador sería una situación violenta que se supiera que una de las personas que él había designado estuviese llevando a cabo una investigación en toda regla que fuera a perjudicarle.