El domingo por la mañana Robin hacía de monaguillo en la misa de las diez. Cuando Kerry la veía bajar en procesión por el pasillo que salía de la sacristía, siempre recordaba que, de pequeña, cuando decía que quería ser monaguillo, los mayores le respondían que era imposible, porque sólo a los niños se les permitía serlo.
«Las cosas cambian —pensó—. Jamás me hubiera imaginado que vería a mi hija en el altar, como tampoco me hubiera imaginado que me divorciaría, o que llegaría a ser juez. Mejor dicho, que podría llegar a ser juez», se corrigió. Sabía que Jonathan tenía razón. Poner a Frank Green en un aprieto en ese momento equivalía a poner al gobernador en apuros. Y sería un golpe mortal para su propia candidatura. Quizá había cometido un grave error al visitar a Skip Reardon el día anterior. ¿Por qué iba a complicarse la vida de nuevo? Ya lo había hecho en el pasado.
Kerry era consciente de que ya había resuelto su relación sentimental con Bob Kinellen. Primero le había amado; luego, cuando la había abandonado, se le había partido el corazón; entonces había sentido despecho hacia él y menosprecio hacia sí misma por no haber sido capaz de adivinar que se trataba de un oportunista. Ahora solía reaccionar hacia él con indiferencia, excepción hecha de cuando Robin estaba por medio. A pesar de todo, siempre que veía a una pareja en la iglesia, daba igual que fuera de su edad, más joven o mayor, se apoderaba de ella una cierta tristeza. «Si al menos Bob hubiera sido la persona que pensaba que era —pensó—. Si al menos hubiera sido la persona que él se piensa que es». Ya llevarían once años casados y seguramente ahora tendría más hijos. Ella siempre había querido tener tres.
Cuando observaba a Robin llevando la jarra y el aguamanil para las abluciones previas a la consagración, la niña levantó la vista y se encontró con su mirada. La sonrisa que esbozó le llegó al corazón. «Pero ¿de qué me estoy quejando? —se preguntó—. Pase lo que pase, seguiré teniendo a mi hija. Y en cuanto a lo del matrimonio, tal vez no fuera perfecto, pero al menos tuvo algo bueno. Ninguna pareja, excepto Bob Kinellen y yo, podría haber tenido precisamente esta hermosura de niña», concluyó.
Sin dejar de mirar a Robin, pensó en el doctor Smith y su hija. Suzanne había sido el fruto exclusivo de los genes del médico y de los de su ex esposa. En su testimonio, el doctor Smith había declarado que, tras el divorcio, su mujer se había trasladado a California y se había vuelto a casar, y él, pensando en el bienestar de Suzanne, había permitido al nuevo marido de su ex mujer que la adoptara. «Sin embargo, cuando murió su madre, volvió conmigo —había dicho—. Me necesitaba».
Skip Reardon le había dicho que la actitud del doctor Smith hacia su hija rayaba en la reverencia. Al oírlo, le había asaltado una pregunta angustiosa. El doctor Smith había transformado a otras mujeres para que se parecieran a su hija; sin embargo, nadie se había preguntado todavía si había operado a su hija.
Cuando Kerry y Robin habían acabado de comer, Bob llamó para invitar a su hija a cenar esa noche y explicó a Kerry que Alice iba a pasar una semana en Florida con los niños y que él se iba a acercar a las Catskills para ver un refugio de montaña que estaban pensando comprar. Preguntó si Robin quería acompañarle. «Todavía le debo una cena. Te prometo que regresaremos antes de las nueve».
Entusiasmada, Robin respondió afirmativamente; una hora más tarde Bob pasaba a recogerla.
La imprevista tarde libre le dio a Kerry la oportunidad de estudiar la transcripción del juicio de Skip Reardon con mayor detenimiento. El mero hecho de leer los testimonios le permitía hacerse una composición de lugar; sin embargo, era consciente de que había una gran diferencia entre leer una fría transcripción y ver a los testigos declarando. No había observado sus caras, ni oído sus voces, ni visto las expresiones de sus rostros al oír las preguntas. Sabía que la evaluación que había hecho el jurado del comportamiento de los testigos había sido, sin duda, una factor determinante a la hora de pronunciar el veredicto. Los miembros del jurado habían observado y evaluado al doctor Smith. Y era evidente que le habían creído.