Durante los nueve años que llevaba divorciada, Kerry había salido con hombres en alguna que otra ocasión, si bien no había conocido a ninguno que le llamara la atención de forma especial. Su mejor amiga era Margaret Mann, una muchacha rubia y menuda con quien había compartido habitación en su época de estudiante de la Universidad de Boston. Marg trabajaba en un banco de inversiones, vivía en un piso de la calle 86 Oeste y era su confidente, compañera y amiga del alma. A veces, los viernes por la noche Kerry llamaba a un canguro para que se ocupase de Robin y se acercaba a Manhattan. Después de la cena, las dos amigas iban a ver una película o un espectáculo de Broadway o se quedaban sentadas tras el postre y se pasaban varias horas hablando.
El viernes siguiente a la visita de Geoff Dorso, Kerry fue al piso de Margaret y, con gesto agradecido, se sentó en el sofá delante de una bandeja llena de queso y uva.
Margaret le tendió un vaso de vino.
—¡A tu salud! Tienes un aspecto estupendo. —Kerry llevaba un traje nuevo de color verde con la chaqueta larga y la falda hasta la pantorrilla. Se miró a sí misma y se encogió de hombros.
—Gracias. Por fin he tenido ocasión de comprarme algo de ropa nueva. Llevo toda la semana luciéndola.
Margaret se echó a reír.
—¿Te acuerdas de cuando tu madre se pintaba los labios y decía: «Nunca se sabe dónde puede surgir un amorío»? Tenía razón, ¿verdad?
—Supongo. Lleva quince años casada con Sam y siempre que vienen al Este o Robin y yo vamos a visitarles a Colorado, están cogidos de la mano.
Margaret sonrió.
—Ojalá tuviéramos nosotras la misma suerte. —Entonces se puso seria—. ¿Qué tal está Robin? Se recupera bien, ¿verdad?
—Parece que sí. Mañana voy a llevarla a otro cirujano. Sólo para una consulta.
Tras un momento de vacilación, Margaret dijo:
—Estaba tratando de hallar la manera de sugerírtelo. He comentado en el banco lo del accidente, y al mencionar el nombre del doctor Smith, uno de los inversores, Stuart Grant, intervino de inmediato. Dijo que su esposa acudió a la consulta del doctor Smith para que la sometiera a un tratamiento para las bolsas que tenía bajo los ojos. Después de la primera cita, no volvió a aparecer por allí. Por lo visto, el comportamiento del doctor le pareció bastante extraño.
Kerry se enderezó.
—¿A qué se refería?
—Ella se llama Susan, pero el doctor no dejaba de llamarla Suzanne. Entonces le dijo que en lugar de operarle la nariz, quería retocarle toda la cara, ya que podía ser una mujer muy bella y estaba desperdiciando su vida al no aprovecharse de ello.
—¿Cuánto hace que ocurrió esto?
—Tres o cuatro años, creo. ¡Ah!, y hay algo más. El doctor Smith también le soltó un rollo a Susan acerca de la responsabilidad que suponen las cosas bellas y sobre el hecho de que ciertas personas abusan de ellas e incitan a los celos y a la violencia. —Se interrumpió por un momento y preguntó—: ¿Qué sucede, Kerry? ¿Por qué pones esa cara?
—Marg, este asunto es importante. ¿Estás segura de que el doctor Smith habló de mujeres que incitan a los celos y a la violencia?
—Estoy segura de que eso fue lo que me dijo Stuart.
—¿Tienes el número de teléfono de Stuart? Quiero hablar con su esposa.
—Lo tengo en el despacho. Viven en Greenwich, pero el número no está en el listín telefónico, así que vas a tener que aguardar hasta el lunes. ¿De qué se trata?
—Te lo cuento durante la cena —dijo Kerry con aire distraído. Le daba la impresión de tener la transcripción del juicio grabada en el cerebro. El doctor Smith había jurado que los injustificados celos de Skip Reardon habían llevado a su hija a temer por su vida. ¿Había mentido? ¿Había dado Suzanne motivos a Skip para estar celoso? De ser así, ¿quién había sido el causante de tales celos?