A las seis y media en punto, Robin oyó el timbre de la puerta y salió corriendo a recibir a Geoff Dorso. Kerry le había dicho que iba a venir y que iban a pasar una media hora hablando sobre el caso. Robin había decidido cenar pronto y había prometido a su madre que haría los deberes en su habitación mientras ella estuviera ocupada. A cambio, y de forma excepcional para ser un día laborable, esa noche podría ver la televisión una hora más.
Observó a Dorso con benevolencia y lo condujo a la sala de estar.
—Mi madre bajará enseguida —dijo—. Me llamo Robin.
—Yo me llamo Geoff Dorso. ¿Cómo ha quedado el otro tipo? —preguntó él. Con una sonrisa, le señaló las cicatrices, aún llamativas que tenía en la cara.
Robin sonrió.
—Le dejé para el arrastre. En realidad fue un accidente de tráfico. Se me clavaron los cristales que salieron despedidos.
—Parece que las heridas se están curando bien.
—Eso dice el doctor Smith, el cirujano plástico que me está atendiendo. Mamá dice que usted lo conoce. A mí me da miedo.
—¡Robin! —Kerry acababa de bajar por las escaleras.
—Los niños, ya se sabe… —dijo Dorso con una sonrisa—. Kerry, me alegro de verte.
—Lo mismo digo, Geoff. —«Espero que no me arrepienta», pensó Kerry cuando se fijó en la abultada cartera que llevaba Dorso bajo el brazo—. Robin…
—Ya lo sé. Tengo que hacer los deberes —le interrumpió su hija de buen humor—. No soy la persona más aplicada del mundo —explicó a Dorso—. En mis últimas notas ponía: «Ha de mejorar» al lado de «Deberes».
—También había un comentario al lado de «Aprovechamiento del tiempo» —recordó su madre.
—Eso es porque cuando termino un trabajo en el colegio, a veces me olvido y me pongo a hablar con una de mis amigas. Bueno… —Haciendo un gesto de despedida con la mano, se dirigió hacia las escaleras.
Geoff Dorso se quedó sonriendo.
—Una niña encantadora, Kerry. Y una preciosidad. Dentro de cinco o seis años tendrás que poner una barricada delante de la puerta.
—Miedo me da. ¿Qué quieres, Geoff? ¿Café, una copa, un vaso de vino?
—Nada, gracias. Te prometí que no iba a entretenerte mucho tiempo —dijo mientras ponía la cartera sobre la mesita del salón—. ¿Quieres ver esto aquí mismo?
—Sí. —Se sentó a su lado en el sofá mientras él sacaba dos gruesos tomos encuadernados.
—La transcripción del juicio —dijo—. Mil páginas. Si realmente quieres saber cómo fue este asunto, te sugiero que lo leas con detenimiento. Si te he de ser franco, me avergüenzo de la defensa que preparamos de principio a fin. Sé que Skip tenía que haber subido al estrado para presentar su defensa como es debido, pero no estaba preparado adecuadamente para ello; los testigos de la acusación no fueron interrogados con la suficiente contundencia; y sólo llamamos a dos testigos para defender la buena reputación del acusado, cuando deberíamos haber llamado a veinte.
—¿Por qué se planteó la defensa de ese modo? —preguntó Kerry.
—Yo era el consejero más joven; Farrell y Strauss me acababan de contratar. No cabe duda de que Farrell fue un buen abogado defensor en su época, pero ya había dado lo mejor de sí cuando Skip Reardon le contrató. De hecho se podría decir que por entonces estaba en plena decadencia. No tenía mucho interés en encargarse de otro caso de asesinato. En realidad, creo que a Skip le habrían ido mejor las cosas si se hubiera encargado de su caso un abogado con mucha menos experiencia pero con más arrestos.
—¿Y no podrías haber intervenido tú?
—No, no lo creo. Acababa de licenciarme y no tenía mucho que opinar sobre el asunto. Mi participación en el juicio fue escasa. Para Farrell, yo no era más que el chico de los recados. Sin embargo, pese a la poca experiencia que tenía, me di perfecta cuenta de que el planteamiento del juicio no era el correcto.
—Y Frank Green acabó con él en el interrogatorio.
—Como puedes leer en la transcripción, logró que Skip admitiera que él y Suzanne habían discutido aquella mañana, que había hablado con su administrador para enterarse de cuánto le iba a costar el divorcio y que había regresado a su casa a las seis y había vuelto a discutir con Suzanne. El forense calculó que la hora de la muerte rondaría entre las seis y las ocho de la tarde, de modo que, a tenor de su propio testimonio, Skip pudo encontrarse en el lugar del crimen a la hora a la que posiblemente se perpetró el asesinato.
—Según lo que pone aquí, Skip Reardon declaró que regresó a su despacho, se tomó un par de copas y se quedó dormido. No parece una historia muy convincente —comentó Kerry.
—Poco convincente, pero cierta. Skip había sacado adelante una empresa muy sólida dedicada principalmente a la construcción de casas de calidad, si bien hacía ya un tiempo que había expandido el negocio a la construcción de galerías comerciales. Aunque pasaba la mayor parte del tiempo en el despacho ocupándose del lado financiero de la empresa, le gustaba ponerse el mono y pasar el día con los trabajadores. Eso fue lo que hizo aquel día antes de regresar al despacho. Estaba cansado. —Abrió el primer tomo—. He señalado el testimonio del doctor Smith y el de Skip. El quid de la cuestión es que estamos seguros de que hubo otra persona involucrada. Tenemos razones para creer que fue un hombre. De hecho, Skip estaba convencido de que Suzanne mantenía relaciones con otro hombre, tal vez con más de uno. Lo que motivó la segunda discusión (la que ocurrió cuando volvió a casa a las seis) fue que la encontró poniendo en un jarrón un ramo de rosas rojas que él no le había enviado. La acusación mantuvo que se enfureció, la estranguló y arrojó las rosas sobre su cuerpo. Él, claro está, jura que no lo hizo: cuando se fue, Suzanne se quedó poniendo las flores en el jarrón tan contenta.
—¿Habló alguien con los floristas de la zona para averiguar si se había encargado algún envío para aquella dirección? Si Skip no se las había llevado, alguien se las habría tenido que enviar.
—Eso fue una de las pocas cosas que hizo Farrell. Todos y cada uno de los floristas del condado de Bergen fueron interrogados. No averiguamos nada.
—Ya.
Geoff se puso en pie.
—Kerry, sé que es mucho pedir, pero me gustaría que leyeras la transcripción con detenimiento. Presta atención sobre todo al testimonio del doctor Smith. También quisiera pedirte que consideres la posibilidad de que te acompañe cuando hables con el doctor Smith sobre el tratamiento que está llevando a cabo con esas mujeres a las que está dando la imagen de su hija.
Kerry acompañó a Geoff hasta la puerta.
—Te llamaré uno de estos días —prometió.
Geoff se detuvo ante la puerta y se volvió hacia Kerry.
—Hay otra cosa que me gustaría pedirte. Ven conmigo a la prisión estatal de Trenton. Habla tú misma con Skip. Por la tumba de mi abuela, te juro que cuando ese desgraciado te cuente su versión de los hechos, no te cabrá duda de que dice la verdad.