Saltaba a la vista que Frank Green estaba irritado. La sonrisa que normalmente no dudaba en lucir para mostrar su dentadura recién blanqueada brillaba por su ausencia mientras miraba a Kerry desde detrás de su escritorio.
«Supongo que es la reacción que cabía esperar» —pensó ella—. «Debí imaginar que de haber una persona que no quisiera oír hablar de una investigación sobre el caso, ésta sería Frank, y sobre todo ahora, con todo lo que se está hablando acerca de su candidatura para el puesto de gobernador».
Después de leer los recortes de periódico referentes al caso del asesinato de las rosas rojas, Kerry se había acostado dándole vueltas a lo que debía hacer con respecto al doctor Smith. ¿Debía encararse con él y preguntarle sin más rodeos acerca de su hija? ¿Debía preguntarle por qué estaba recreando su imagen en otras mujeres?
Se arriesgaba a que la echara de su consulta y lo negara todo. Skip Reardon había acusado al médico de haber mentido al prestar declaración sobre su hija. Si había mentido entonces, lo más seguro era que Smith no admitiera nada ante Kerry después de todos los años que habían transcurrido. E incluso si había mentido, la pregunta más importante de todas era: ¿por qué?
Antes de quedarse dormida, Kerry había decidido que la persona a quien debía hacer preguntas en primer lugar era Frank Green, dado que él había sido el fiscal que se había encargado del caso. Una vez que le había explicado a Green el motivo que le había llevado a indagar el caso Reardon, era evidente que la pregunta: «¿Crees que hay alguna posibilidad de que el doctor Smith estuviera mintiendo cuando testificó en contra de Skip Reardon?» no iba a tener una respuesta útil o siquiera cordial.
—Kerry —dijo Green—. Skip Reardon mató a su esposa. Sabía que ella estaba coqueteando. El mismo día en que la mató, llamó a su administrador para preguntarle cuánto le costaría un divorcio y se quedó de piedra cuando se enteró de que le iba a costar un riñón. Era un hombre rico, y Suzanne había abandonado una lucrativa carrera como modelo para dedicar todo su tiempo a su marido. Skip iba a tener que apoquinar de lo lindo. De modo que poner en tela de juicio la veracidad de las declaraciones del doctor Smith supone una pérdida de tiempo y de dinero de los contribuyentes.
—Pero hay algo en el comportamiento del doctor Smith que no encaja —dijo lentamente la abogada—. Frank, no estoy tratando de complicar las cosas. Nadie desea tanto como yo que un asesino esté entre rejas, pero, aun así, estoy convencida de que hay algo en la actitud del doctor Smith que no corresponde a la de un padre apesadumbrado por la pérdida de su hija. Casi parece haber perdido el juicio. Deberías haber visto la expresión de su cara cuando nos sermoneó a Robin y a mí sobre la necesidad de conservar la belleza y sobre el hecho de que ciertas personas la tienen de forma natural y otras tienen que conseguirla.
Green miró su reloj.
—Kerry, acabas de terminar un caso muy importante. Vas a encargarte de otro dentro de nada. Estás pendiente de tu designación para el puesto de juez. Es una lástima que haya tenido que ser el padre de Suzanne Reardon quien haya tratado a Robin. No se puede decir que fuera el testigo ideal que uno espera ver en el estrado. No expresó ni un ápice de emoción cuando habló sobre su hija. De hecho, se mostró tan frío y despreocupado que casi me alegré cuando el jurado creyó su testimonio. Por tu propio bien, olvídate de ello.
Obviamente, la reunión había llegado a su fin. Al levantarse, Kerry dijo:
Lo que voy a hacer es pedir la opinión de otro cirujano plástico sobre lo que el doctor Smith ha hecho a Robin. Es un médico que me ha recomendado Jonathan.
*****
Una vez que estuvo en su despacho, Kerry pidió a su secretaria que no le pasara las llamadas de teléfono y se quedó sentada un buen rato mirando al vacío. Podía comprender la alarma que sentía Frank Green ante la idea de que ella pudiera sospechar de su «testigo estrella» en el caso del asesinato de las rosas rojas. Estaba claro que cualquier insinuación referente a un posible error judicial daría lugar a mucha publicidad negativa y empañaría la imagen de Frank como futuro gobernador.
«Lo más probable es que el doctor Smith sea un padre afligido que ha acabado obsesionándose y sirviéndose de su gran habilidad como cirujano para recrear a su hija —se dijo—, y que Skip Reardon sea uno de los muchos asesinos que dicen: “No fui yo”».
Así y todo, sabía que no podía olvidarse del asunto de esa manera. El sábado, cuando llevara a Robin al cirujano plástico del que le había hablado Jonathan, le preguntaría cuántos cirujanos de su especialidad considerarían siquiera la posibilidad de dar la misma imagen a varias mujeres.