Por segunda noche consecutiva, Bob Kinellen cenó con su cliente Jimmy Weeks. Había sido un día difícil en los tribunales. La selección de los miembros del jurado no había acabado todavía. Ya habían hecho ocho recusaciones definitivas. Sin embargo, pese al cuidado con que estaban eligiendo al jurado, resultaba evidente que los argumentos que iba a presentar el fiscal eran muy sólidos. A casi nadie le cabía duda de que Haskell se iba a declarar culpable para conseguir un atenuante.
Los dos hombres se mostraron con aspecto sombrío durante la cena.
—Incluso en el caso de que Haskell se declare culpable, creo que voy a poder aplastarle cuando suba al estrado —aseguró Kinellen a Jimmy.
—Con creer que vas a poder aplastarle no basta.
—Ya veremos cómo va todo.
Weeks sonrió sin mostrar ninguna alegría.
—Estás empezando a preocuparme, Bob. Ya es hora de que vayas pensando en un plan de emergencia.
Bob Kinellen decidió hacer caso omiso al comentario de su cliente y abrió la carta del menú.
—He quedado con Alice en casa de Arnott. ¿Tienes pensado ir?
—Claro que no. No sé ni por qué me lo preguntas. No quiero conocer a uno más de sus amigos. Ya me han perjudicado bastante los que me has presentado hasta el momento.