Esa noche volvió a tener el mismo sueño. Se encontraba de nuevo en la consulta del médico. Una joven de pelo oscuro estaba tumbada en el suelo con una cuerda en torno al cuello y los ojos desenfocados. Tenía la boca abierta como si no pudiera respirar, y por ella asomaba la sonrosada punta de la lengua.
En el sueño, Kerry trataba de gritar, pero sólo salió de su garganta un leve gemido. Segundos más tarde, Robin la sacudía para despertarla.
—Mamá, mamá, despierta. ¿Qué te pasa?
Kerry abrió los ojos.
—¿Qué? Oh, Dios mío, Rob. He tenido una pesadilla horrorosa. Gracias.
Sin embargo, cuando Robin hubo regresado a su habitación, Kerry se quedó despierta pensando en el sueño. ¿Cuál había sido el motivo de esa pesadilla?, se preguntó. ¿Por qué había sido diferente a la anterior?
Esta vez había visto unas flores esparcidas sobre el cuerpo de la mujer. Rosas. Rosas rojas.
De repente, se incorporó. ¡Eso era! ¡Eso era lo que había estado tratando de recordar! La mujer que había visto aquel día en la consulta del doctor Smith y la que había visto hacía un par de semanas… Las mujeres que se parecían tanto… Ya sabía por qué sus caras le resultaban tan familiares. Sabía por fin a quién se parecían.
Suzanne Reardon, la víctima del caso de asesinato de las rosas rojas. Su marido la había asesinado hacía casi once años. La prensa había prestado una gran atención a aquel caso: había sido un crimen pasional, y el cuerpo de la hermosa víctima había aparecido cubierto de rosas.
«El día que me incorporé a la fiscalía coincidió con el día en que el jurado declaró culpable al marido —pensó Kerry—. En los periódicos no aparecían más que fotografías de Suzanne. Estoy segura de que se trata de eso —se dijo—. Estuve presente en la sala cuando lo condenaron. Aún me acuerdo de la impresión que me causó… De todos modos, no me entra en la cabeza… ¿Cómo es posible que las dos pacientes del doctor Smith se parezcan tanto a la víctima de un asesinato?».