—Es el coche de Jenna —dijo Fran a Jacobs cuando enfilaron el sendero particular—. Hemos de darnos prisa. ¡Está dentro con Molly!
Jacobs había subido al coche de policía con Fran y dos agentes. Antes de que el vehículo se detuviese por completo, Fran se apeó y vio que otro coche se detenía detrás de ellos. Indiferente al dolor que laceraba su tobillo, subió corriendo los peldaños de la casa y llamó al timbre.
—Fran, ¿qué pasa?
Fran vio a Philip Matthews correr hacia ella. ¿También tenía miedo por Molly? se preguntó. El sonido del timbre resonaba dentro de la casa.
—¿Le ha pasado algo a Molly, Fran? —Philip ya estaba a su lado, flanqueado por los policías.
—¡Philip! Es Jenna. ¡Fue ella! No hay otra explicación. Fue la otra persona que estuvo aquí la noche que Gary Lasch fue asesinado. No puede permitir que Molly recupere la memoria. Sabe que Molly la oyó huir aquella noche. Está desesperada. ¡Hemos de detenerla! Sé que estoy en lo cierto.
—Derriben la puerta —ordenó Jacobs a los policías.
La puerta, de caoba maciza, resistió los embates estoicamente hasta que al final se desprendió de sus goznes y cayó al suelo.
Cuando entraron en el vestíbulo, un nuevo sonido resonó en toda la casa: los gritos histéricos de Jenna pidiendo ayuda.
La encontraron arrodillada junto al sofá del estudio, donde Molly estaba derrumbada, con la cabeza cubierta en parte por una foto de su difunto marido. Tenía los ojos abiertos de par en par y su mano colgaba por el borde del sofá. Había una copa de vino caída sobre la alfombra, con su contenido derramado.
—¡No me di cuenta de lo que estaba haciendo! —Aulló Jenna—. Debió de introducir somníferos en el vino. —Rodeó con los brazos el cuerpo inerte de Molly y sollozó mientras la acunaba—. ¡Oh, Molly! Despierta, despierta…
—Aléjese de ella. —Philip Matthews apartó a Jenna y enderezó a Molly sin miramientos—. ¡No puedes morir ahora! ¡Ahora no! —gritó—. No dejaré que mueras.
Y a continuación la levantó en vilo y la llevó presurosamente al cuarto de baño de los invitados. Jacobs y un policía le siguieron.
Al cabo de unos segundos, Fran oyó la ducha, y después a Molly vomitar el vino que Jenna había atiborrado de somníferos.
Jacobs salió del cuarto de baño.
—¡Traigan el oxígeno del coche! —ordenó—. Y pidan una ambulancia.
—No paraba de repetir que quería morir —balbució Jenna—. Iba a la cocina y se llenaba el vaso una y otra vez. Imaginaba cosas raras. Decía que estabas enfadada, Fran, que querías matarla. Está loca. Ha perdido la razón.
—Si Molly estuvo loca alguna vez, Jenna, fue cuando confió en ti —masculló Fran.
—Tienes razón, Fran.
Molly, sostenida por Philip y un agente, entró en la habitación, empapada y medio atontada por los somníferos, pero su voz y sus ojos eran inequívocamente acusadores.
—Tú mataste a mi marido —dijo—. E intentaste matarme a mí. Fue a ti a quien oí aquella noche. Tus tacones repiqueteando en el pasillo. Ése fue el sonido que oí. El repiqueteo de tus tacones, y el chasquido de la falleba cuando abriste la puerta.
—Wally Barry te vio, Jenna —terció Fran.
Vio a una mujer, pensó. No dijo que fuese Jenna, pero a lo mejor me cree.
—Jenna —continuó Molly—, dejaste que me pudriera cinco años y medio en la cárcel por un crimen que tú cometiste. Y habrías dejado que volviera a la cárcel. Querías que me condenaran por la muerte de Annamarie Scalli. ¿Por qué, Jenna? Dime por qué.
Jenna paseó la vista entre sus dos amigas, al principio con ojos casi suplicantes.
—Te equivocas, Molly… —empezó, pero se interrumpió, sabiendo que era inútil. Estaba atrapada y todo había terminado—. ¿Quieres saber por qué, Molly? —preguntó—. ¿Por qué? —Su voz empezó a alzarse—. ¡¿Por qué?! Tu familia tenía dinero. Y Cal también. Gary y yo necesitábamos lo que tú y Cal nos ofrecíais. ¿Por qué crees que te presenté a Gary? ¿Por qué tantas reuniones los cuatro juntos? Pues para que Gary y yo pudiéramos estar juntos lo máximo posible, a pesar de todas las veces que estuvimos juntos a solas durante años.
—Señora Whitehall, tiene derecho a guardar silencio —empezó Jacobs.
Jenna no le hizo caso.
—Gary y yo nos enamoramos desde el momento en que nos conocimos. Y un sábado por la tarde me contaste que Gary mantenía relaciones con esa enfermera, y que estaba embarazada. —Lanzó una carcajada amarga—. Yo era la tercera en discordia. Vine aquí a pedirle explicaciones. Aparqué el coche más abajo, para que no lo vieras si llegabas con antelación. Discutimos. Intentó echarme antes de que tú llegaras. Luego se sentó ante su escritorio, me dio la espalda y dijo: «Empiezo a pensar que no me equivoqué tanto al casarme con Molly. Al menos cuando se enfada se va a Cape Cod y se niega a hablar conmigo. Vete a casa de una vez y déjame en paz». —La ira abandonó su voz—. Y entonces, ocurrió… No lo había planeado. No era mi intención.
La sirena de la ambulancia que se acercaba rompió el silencio que se hizo cuando Jenna enmudeció. Fran se volvió hacia Jacobs.
—Por el amor de Dios —dijo—, no permita que esa ambulancia traslade a Molly al hospital Lasch.