—Me encuentro bien —insistió Fran.
Se había negado a ir al hospital, y un coche de policía la condujo a la oficina del fiscal en Stamford, en compañía del doctor Lowe. Desde allí llamó a Gus Brandt a su casa, y relató a su jefe los acontecimientos de la noche. Gus había retransmitido la entrecortada historia de Fran mediante la conexión telefónica, con una filmación de archivo como fondo.
Cuando la policía había llegado al escenario de la explosión, el doctor Lowe anunció que quería entregarse a las autoridades y hacer una declaración completa sobre los adelantos médicos que su investigación había logrado.
De pie en medio del campo, mientras el incendio proseguía a su espalda, y con las carpetas abrazadas contra su cuerpo, pidió disculpas a Fran.
—Esta noche podría haber muerto, señorita Simmons. Todos mis logros habrían desaparecido conmigo. Debo ponerlos a buen recaudo de inmediato.
—Doctor —había dicho Fran—, si bien usted tiene más de setenta años, olvidó rápidamente su filosofía cuando alguien intentó acabar con su vida.
La policía les había conducido a la oficina del fiscal. Fran había hecho su declaración al ayudante Rudy Jacobs.
—Había grabado la conversación con Lowe. Ojalá hubiera cogido la grabadora antes de que se produjera la explosión…
—Señorita Simmons, no nos hace falta —dijo Jacobs—. Me han dicho que el buen doctor está cantando como un ruiseñor. Le estamos grabando en cinta y en vídeo.
—¿Han identificado al hombre que intentó matarnos?
—Por supuesto. Se llama Lou Knox. Es de Greenwich, donde vive y trabaja como chófer de Calvin Whitehall, y por lo visto se encarga de trabajillos muy variados.
—¿Ha resultado malherido?
—Recibió un balazo en el hombro y sufrió algunas quemaduras pero se recuperará. También me han dicho que se ha soltado de la lengua. Sabe que le hemos pillado in fraganti, y su única esperanza de salir mejor librado es la plena colaboración.
—¿Han detenido a Calvin Whitehall?
—Acaban de traerle. Le están fichando ahora mismo.
—¿Puedo verle? —Preguntó Fran con una sonrisa de ironía—. Fui al colegio con su mujer, pero no le conozco personalmente. Será interesante conocer al individuo que intentó volatilizarme.
—Es comprensible. Sígame.
Ver a un hombre corpulento, medio calvo y de facciones vulgares, vestido con una arrugada camisa deportiva, sorprendió a Fran. Del mismo modo que el doctor Lowe no se parecía en nada a las fotos que había visto de él, no había nada en aquel hombre derrotado que sugiriera a «Cal el Todopoderoso», como Jenna llamaba a su marido. De hecho, costaba imaginar a Jenna —hermosa, elegante, refinada— casada con alguien de aspecto tan vulgar.
¡Jenna! Esto será espantoso para ella, pensó Fran. Iba a hacer compañía a Molly esta noche. ¿Se habrá enterado ya?
Sin duda el marido de Jenna iría a la cárcel, pensó Fran, mientras reflexionaba sobre el futuro inmediato. Aún es posible que Molly vuelva también a la prisión. A menos que algo de lo descubierto esta noche sobre las irregularidades cometidas en el hospital Lasch pueda ayudarla. Mi padre prefirió suicidarse a enfrentarse a la cárcel. Es extraño el vínculo que nos une a las chicas de la academia Cranden: a todas nos ha tocado de cerca la realidad de la cárcel.
Se volvió hacia el ayudante del fiscal.
—Señor Jacobs, empiezo a sentir todo el cuerpo dolorido. Creo que aceptaré su invitación de acompañarme a casa.
—Por supuesto, señorita Simmons.
—Pero antes me gustaría hacer una llamada, para escuchar mis mensajes.
—Desde luego. Volvamos a mi despacho.
Había dos mensajes. Bobby Burke, el camarero del Sea Lamp Diner, había telefoneado a las cuatro para decirle que había localizado a la pareja que cenó en el restaurante el domingo por la noche, cuando Molly se reunió con Annamarie Scalli.
Una buena noticia, pensó Fran.
La segunda llamada era de Edna Barry, y se había producido a las seis.
«Señorita Simmons, esto es muy difícil para mí, pero creo que debo confesar algunas cosas. Mentí sobre la llave de repuesto de la casa de Molly porque tenía miedo de que mi hijo… estuviera implicado en la muerte del doctor Lasch. Wally está muy turbado».
Fran apretó el auricular contra su oído. Edna sollozaba tanto que era difícil entenderla.
«Señorita Simmons, a veces Wally cuenta fantasías. Oye cosas en su cabeza y piensa que son ciertas. Es el motivo de que temiera por él».
—¿Se encuentra bien, señorita Simmons? —preguntó Jacobs al reparar en su expresión de intensa concentración.
Fran se llevó el dedo a los labios, mientras se esforzaba por escuchar la débil voz de Edna Barry.
«No dejé hablar a Wally. Siempre que lo intentaba, yo le hacía callar. Pero hace poco dijo algo que, si es verdad, tal vez sea importante. Wally afirma que vio a Molly llegar a su casa la noche que el doctor Lasch murió. La vio entrar en casa y encender la luz del estudio. Él estaba de pie ante la ventana del estudio, y cuando ella encendió la luz vio al doctor Lasch cubierto de sangre. Lo que viene a continuación es lo más importante, en caso de ser cierto y Wally no lo esté imaginando. Jura que una mujer salió por la puerta principal de la casa. No obstante, ella reparó en su presencia y entró de nuevo a toda prisa. Wally no le vio la cara y no sabe quién es, y huyó en cuanto la vio».
Siguió una pausa y más sollozos.
«Señorita Simmons, tendría que haber permitido que le interrogaran, pero nunca me había hablado de esta mujer. No era mi intención perjudicar a Molly, sólo temía por mi hijo. —Los sollozos arreciaron, pero finalmente la señora Barry recobró la compostura—. Es todo lo que puedo decirle. Supongo que usted o el abogado de Molly querrán hablar con nosotros mañana. Estaremos aquí. Adiós».
Fran, estupefacta, colgó. Wally no está bien de la cabeza, pensó, y quizá no admitan su testimonio. Pero si está diciendo la verdad y si vio a una mujer salir de casa de Molly…
Recordó lo que Molly le había contado sobre sus recuerdos de aquella noche. Ella creía que había alguien más en la casa. Había oído una especie de repiqueteo… Pero ¿qué mujer? ¿Annamarie?
Meneó la cabeza. No, no lo creo. ¿Otra enfermera con la que Gary estuviera flirteando? Un repiqueteo. Yo también he oído un repiqueteo en casa de Molly, se dijo. Lo oí ayer, cuando Jenna estaba allí. Era el repiqueteo de sus tacones altos en el pasillo.
Jenna.
Oh, Dios mío, ¿es posible? Nadie forzó la entrada, no hubo violencia. Wally vio a una mujer abandonar la casa. Gary tuvo que ser asesinado por una mujer a la que conocía. Pero no fue Molly, ni Annamarie… Todas esas fotos… la forma en que Jenna las miraba.