Cuando Fran se marchó, Molly subió al cuarto de baño, se detuvo ante el espejo y estudió su cara. Se le antojó desconocida, como si estuviera mirando a una extraña a la que no tuviera muchas ganas de conocer.
—Eras Molly Carpenter, ¿verdad? —Preguntó a su imagen—. Molly Carpenter era una persona muy afortunada, incluso privilegiada. Bien, ¿sabes una cosa? Ya no está aquí, y no puedes volver y fingir que eres ella. Sólo puedes volver a ser un número que vive en un pabellón de celdas. No suena muy divertido, ¿verdad? Y puede que no sea una buena idea.
Abrió los grifos para llenar el jacuzzi, vertió sales de baño y entró en el dormitorio.
Jenna había dicho que pasaría por una fiesta antes de venir. Su ama de llaves se encargaría de la cena. Jenna tendrá un aspecto soberbio, pensó Molly. Después tomó una decisión. La sorprenderé. Esta noche probaré a ser por última vez Molly Carpenter.
Una hora más tarde, con el pelo lavado y brillante, un maquillaje que disimulaba las ojeras, vestida con pantalones de seda verde pálido y una blusa a juego, Molly esperó la llegada de Jenna.
Apareció a las siete y media, tan hermosa como Molly suponía.
—Perdona el retraso —gimió—. Estaba en el Hodges. Son clientes del bufete. Todos los peces gordos de Nueva York vinieron, así que no pude huir tan pronto como deseaba.
—No iba a salir —contestó Molly con calma.
Jenna retrocedió y la miró de arriba abajo.
—Estás increíble. Tienes un aspecto maravilloso.
Molly se encogió de hombros.
—No sé. Oye, ¿tu marido quiere que nos emborrachemos? Cuando trajeron la cena, venía acompañada por tres botellas de aquel vino tan bueno que trajo la otra noche.
Jenna rió.
—Muy propio de Cal. Si una botella sería un bello recuerdo, tres botellas te recordarán lo importante que es. No es una mala cualidad, diría yo.
—En absoluto.
—Vamos a probarlo —sugirió Jenna—. Emborrachémonos. Vamos a fingir que todavía somos la chicas que arrasábamos esta ciudad.
Lo fuimos, ¿verdad? pensó Molly. Me alegro de haberme vestido bien. Tal vez sea mi último hurra, pero será divertido, sé lo que debo hacer esta noche. Nunca más seré una prisionera. ¿Qué sabe Fran de eso? Recordó las palabras de Fran: «Estoy enfadada con mi padre… Estoy furiosa… Cree en Philip. Tal vez no sea importante para ti, pero ese tío te quiere…».
Estaban ante la barra que había en un hueco del pasillo que comunicaba la cocina con el salón. Jenna cogió el sacacorchos y abrió una botella de vino. Examinó los estantes y eligió dos delicadas copas de vino.
—Mi abuela tenía unas iguales —dijo—. ¿Recuerdas los testamentos de nuestras abuelas? Tú heredas esta casa y Dios sabe qué más. Yo heredo seis copas. Era lo único que conservaba la abuela cuando abandonó este mundo.
Jenna sirvió el vino, tendió una copa a Molly y dijo:
—Salud.
Cuando entrechocaron las copas, Molly tuvo la inquietante sensación de que veía algo incomprensible en los ojos de Jenna, algo nuevo e inesperado.
No pudo imaginar de qué se trataba.