Con metódica minuciosidad, Calvin Whitehall preparó a Lou para su misión en West Redding. Le explicó que el elemento sorpresa era esencial para que el plan funcionara.
—La ventana que da al balcón estará abierta. Así podrás lanzar al laboratorio nuestro pequeño cóctel molotov. De lo contrario, tendrás que romper el cristal —dijo—. La mecha es corta, pero debería concederte tiempo suficiente para bajar por la escalera y alejarte del edificio antes de la explosión.
Lou escuchó con atención mientras Cal le explicaba que el doctor Logue le había llamado, entusiasmado por su encuentro con la prensa. Era evidente que estaba ansioso por enseñar a Fran Simmons sus hallazgos, de modo que Lou podía dar por hecho que los dos estarían en el laboratorio cuando la bomba estallara.
—Tendrá toda la apariencia de un desgraciado accidente, si encuentran sus restos —dijo Cal con indiferencia—. Si estuvieran abajo, tal vez tendrían tiempo de salir. Por arriba les será imposible hacerlo —prosiguió—. La puerta del laboratorio tiene dos cerraduras, y siempre están cerradas con llave, porque Logue teme que atenten contra su vida.
Y tiene razón, pensó Lou, pero después admitió que, como de costumbre, la atención de Cal a los detalles era notable, y significaría una salvaguardia para él.
—A menos que lo estropees todo, Lou, el incendio y la explosión consiguiente solucionarán los dos problemas que representan el doctor y Fran Simmons. La granja tiene más de cien años de antigüedad, y la escalera es muy estrecha y empinada. No hay manera, suponiendo que la explosión sea tan grande como espero, de que ninguno de los dos pueda salir del laboratorio y bajar la escalera a tiempo de escapar. Sin embargo, deberías estar preparado para semejante eventualidad, por supuesto.
«Estar preparado» era el eufemismo que Cal utilizaba para decirle que llevara su pistola. Habían pasado siete años desde la última vez que la había disparado, pero algunas habilidades nunca se oxidaban. Como ir en bicicleta o nadar, pensó Lou. Nunca lo olvidas. Su arma más reciente había sido un buen cuchillo afilado.
La granja se hallaba en una zona boscosa y aislada, y aunque la explosión se oyera, Cal le había asegurado que tendría tiempo de volver a la carretera principal antes de que la policía y los bomberos aparecieran. Lou intentó disimular su impaciencia, mientras Cal vomitaba toda aquella información. Había ido con suficiente frecuencia a la granja para conocer la configuración del terreno, y era muy astuto.
Lou se fue del apartamento a las cinco. Era muy pronto, pero Cal creía importante adelantarse a problemas en potencia, como atascos de tráfico. «Deberías llegar con suficiente antelación para aparcar el coche sin que se vea desde la granja, antes de que Fran Simmons aparezca», le había advertido Cal.
Cuando Lou subió al coche, vio acercarse a Cal por un lado del garaje.
—Sólo quería despedirme de ti —dijo con una sonrisa cordial—. Jenna va a pasar la noche con Molly Lasch. Cuando regreses, ven a casa y tomaremos una copa.
Después de trabajillos como éste, no hay problema en que te llame Cal, pensó Lou. Muchas gracias, viejo amigo. Puso en marcha el coche y se dirigió hacia la Merritt Parkway norte, en el primer tramo de su trayecto a West Redding.