Edna llamó a Marta el sábado por la mañana a primera hora.
—Wally duerme todavía, así que vamos con retraso —dijo como sin darle importancia. Lo que en realidad deseaba era decirle que no se molestara en venir a despedirse, pero sabía que sonaría fatal, sobre todo después de darle largas la noche anterior.
—Prepararé una tarta de café —dijo Marta—. Sé que a Wally le encanta. Llámame cuando estéis preparados y vendré.
Durante las siguientes dos horas, Marta reflexionó sobre la llamada telefónica de su amiga. Sospechaba que había problemas en casa de Edna. Había notado más tensión en su voz que la noche anterior. Además, anoche también había observado que el coche de Edna salía por el camino de acceso justo antes de las nueve, y aquello era algo inusitado. Edna detestaba conducir por la noche.
Sí, algo muy raro estaba pasando.
Tal vez les convenga marcharse, decidió Marta. Marzo es un mes horrible, y las malas noticias se suceden unas a otras: la enfermera asesinada en Rowayton, la posibilidad de que Molly Lasch vuelva a la cárcel (aunque de todos modos debería estar encerrada), la muerte de la señora Colbert y de su hija con escasas horas de diferencia.
Edna telefoneó a las once y media.
—Estamos preparados para esa tarta de café —dijo.
—Voy enseguida —contestó Marta, aliviada.
Desde que entró en la cocina de Edna, Marta comprendió que había estado en lo cierto sobre los problemas, y que aún no habían terminado. Era evidente que Wally estaba pasando uno de sus peores momentos. Tenía las manos hundidas en los bolsillos, se le veía desaliñado, y no cesaba de lanzar miradas furiosas a su madre.
—Wally, mira lo que te he traído —dijo Marta. Sacó la tarta del papel de aluminio—. Aún está caliente.
Wally no le hizo caso.
—Mamá, solamente quería hablar con ella. ¿Qué hay de malo en eso?
Oh, Dios, pensó Marta. Apuesto a que fue a ver a Molly Lasch.
—No entré. Sólo miré. La otra vez tampoco entré. No me crees, ¿verdad?
Marta captó la expresión aterrada de Edna. No tendría que haber venido, pensó, y miró alrededor como si buscara una vía de escape.
Edna detesta que esté presente cuando Wally se trastorna. A veces se va de la lengua. Hasta le he oído insultarla.
—Wally, cariño, come un poco de tarta —suplicó Edna.
—Mamá, Molly hizo anoche lo mismo que la última vez que fui allí. Encendió la luz y se asustó. Pero no sé de qué se asustó. Esta vez el doctor Lasch no estaba allí cubierto de sangre.
Marta dejó en la mesa el cuchillo que iba a utilizar para cortar la tarta y se volvió hacia su amiga de toda la vida.
—¿De qué está hablando Wally, Edna? —preguntó en voz baja, mientras las piezas de un rompecabezas confuso empezaban a encajar en su mente.
Edna rompió en lágrimas.
—No está hablando de nada. No sabe lo que dice. Díselo a Marta, Wally. Díselo. ¡No estás hablando de nada!
El exabrupto de su madre le sobresaltó.
—Lo siento, mamá. Prometo que no volveré a hablar de Molly.
—No, Wally, creo que deberías hacerlo —dijo Marta—. Edna; si él sabe algo sobre la muerte del doctor Lasch, has de llevarle a la policía para que le escuchen. No puedes permitir que esa mujer se presente ante la junta de libertad condicional y la envíen de nuevo a la cárcel, si es inocente.
—Wally, saca las maletas del coche. —La voz de Edna sonó resignada, mientras miraba a Marta con ojos suplicantes—. Sé que tienes razón. He de dejar que Wally hable con la policía, pero concédeme tiempo hasta el lunes por la mañana. He de buscar un abogado para que le proteja.
—Si Molly Lasch ha pasado cinco años y medio en prisión por un crimen que no cometió, y tú lo sabías, creo que serás tú la que necesitará un abogado —repuso Marta con tristeza y abatimiento mientras miraba a su amiga.
Se hizo el silencio, en tanto Wally masticaba ruidosamente un trozo de tarta de café.