Siempre que se precipitaba una crisis, Calvin Whitehall poseía la envidiable virtud de eliminar todo rastro de frustración y rabia de su ánimo. La llamada que recibió de Peter Black a las cuatro y media de aquella tarde puso a prueba dicha capacidad.
—A ver si lo he entendido bien —dijo—. ¿Me estás diciendo que Fran Simmons estaba en la cafetería del hospital hablando con una voluntaria cuando fuiste a decirle al hijo de Barbara Colbert que su madre había muerto?
Era una pregunta retórica.
—¿Hablaste con la voluntaria y le preguntaste acerca de su conversación con Fran Simmons?
Peter Black estaba llamando desde la biblioteca de su casa, y sostenía su segundo whisky en la mano.
—La señora Branagan se había marchado cuando pude dejar a los hijos de la señora Colbert sin quedar mal. Telefoneé a su casa cada cuarto de hora hasta que la localicé. Había ido a la peluquería.
—No me interesa adónde había ido —replicó Whitehall con frialdad—. Me interesa lo que contó a la Simmons.
—Estuvieron hablando sobre Tasha Colbert. La Simmons le preguntó si sabía algo acerca de una joven paciente que había sufrido un accidente y caído en un coma irreversible hacía más de seis años. Al parecer, la señora Branagan le contó todo lo que sabía sobre el caso.
—¿Incluyendo la afirmación de Barbara Colbert de que había oído hablar a su hija antes de morir?
—Sí, Cal. ¿Qué vamos a hacer?
—Voy a salvar tu pellejo. Tú vas a acabar tu copa. Ya hablaremos más tarde. Adiós, Peter.
Apenas se oyó el ruido del auricular al ser colgado. Peter Black apuró su bebida y volvió a llenarse el vaso.
Calvin Whitehall permaneció sentado durante varios minutos, mientras consideraba y rechazaba diversas estrategias. Al cabo tomó una decisión, la analizó a fondo y comprendió que de esa manera eliminaría dos de sus problemas: West Redding y Fran Simmons.
Llamo a West Redding. El teléfono sonó doce veces antes de que alguien contestara.
—Calvin, he estado viendo la cinta. —La voz del médico parecía casi juvenil debido a la emoción—. ¿Te das cuenta de lo que hemos logrado? ¿Has hecho los preparativos para la rueda de prensa?
—Para eso le llamaba, doctor —dijo Cal con tono afable—. Usted no ve la televisión, así que no sabe de qué estoy hablando, pero hay una joven que está adquiriendo fama a nivel nacional como periodista de investigación, y estoy haciendo gestiones para que vaya a hacerle una entrevista preliminar. Sabe que hemos de mantener un secreto absoluto, pero empezará a preparar un especial de media hora que se emitirá dentro de una semana. Ha de comprender que es esencial estimular el interés público, para que cuando este asombroso descubrimiento científico salga a la luz, el programa sea visto por una enorme audiencia nacional. Todo será planeado con suma meticulosidad.
Whitehall recibió la respuesta que esperaba.
—Estoy muy complacido, Calvin. Soy consciente de que podemos toparnos con algunos problemas legales, pero eso carece de importancia, teniendo en cuenta la magnitud de mi descubrimiento. A los setenta y seis años de edad, quiero que reconozcan mis logros, antes de que mi tiempo se termine.
—Así será, doctor.
—Aún no me has dicho el nombre de esa joven.
—Simmons, doctor. Fran Simmons.
Calvin colgó y pulsó el botón del intercomunicador que le conectaba con el apartamento del garaje.
—Sube, Lou —ordenó.
Aunque Calvin no había anunciado planes para aquella noche, y Jenna se había marchado en su coche, Lou Knox había esperado la llamada. Había visto y oído lo suficiente para saber que Cal estaba teniendo serios problemas, y que tarde o temprano le llamaría para ayudarle a solucionarlos.
Estaba en lo cierto, como de costumbre.
—Lou —dijo Cal con tono casi cordial—, el doctor Logue se ha convertido en un grave problema, al igual que Fran Simmons.
Lou esperó.
—Lo creas o no, voy a facilitar una entrevista a la señorita Simmons con el buen doctor. Creo que no deberías estar muy lejos cuando tenga lugar. El doctor Logue guarda muchos productos combustibles en su laboratorio de la granja. El laboratorio está en la segunda planta, pero hay una escalera exterior que lo comunica con un amplio balcón trasero. La ventana que da a ese balcón siempre está un poco abierta a efectos de ventilación. ¿Me sigues, Lou?
—Sí, Cal.
—Señor Whitehall, Lou, por favor. Podrías olvidarte delante de alguien.
—Lo siento, señor Whitehall.
—En el laboratorio hay una bombona de oxígeno. Estoy seguro de que un tipo tan listo como tú podría pegar fuego a la habitación, bajar la escalera y alejarse de la casa antes de que la bombona estalle. ¿No crees?
—Sí, señor Whitehall.
—La misión puede llevarte varias horas, pero serás recompensado con generosidad, por supuesto. Ya lo sabes.
—Sí, señor.
—Le he estado dando vueltas a la mejor forma de convencer a la señorita Simmons de que vaya a la granja. Su visita hay que mantenerla en el más estricto secreto. Por lo tanto, creo que debería recibir un soplo estimulante, preferentemente de una fuente anónima. ¿Me sigues?
Lou sonrió.
—Yo.
—Exacto. ¿Qué dices, Lou?
«¿Qué dices?» era el toque humorístico habitual de Cal cuando sabía que un buen plan iba a llevarse a la práctica.
—Ya me conoce —dijo Lou, evitando pronunciar el nombre de Cal—. Me gusta jugar al espía doble.
—Lo has hecho bien otras veces. Esta vez debería de ser muy fácil. Y provechoso, Lou. No lo olvides.
Mientras intercambiaban una sonrisa, Lou pensó en el padre de Fran Simmons y en el soplo que Lou le había pasado, diciendo que había oído a Cal hablar del alza espectacular que iban a experimentar de la noche a la mañana ciertas acciones. Y también pensó en los cuarenta mil dólares que Simmons había tomado a toda prisa del fondo para la biblioteca, convencido de que los devolvería en pocos días. Lo que impulsó a Simmons a quitarse la vida fue una segunda retirada de fondos, con su firma falsificada, que elevó el déficit a cuatrocientos mil dólares. Sabía que, después de admitir la primera retirada ilegal, nadie lo creería inocente de la segunda.
Cal fue muy generoso en aquella ocasión, recordó Lou. Le había permitido quedarse con los primeros cuarenta mil dólares que Simmons le había entregado junto con los certificados de un paquete de acciones sin valor.
—Bien, me parece lo más apropiado que sea yo quien llame a Fran Simmons, señor —dijo Lou a su antiguo compañero de colegio.