Cuando dejó a la hermana de Annamarie, Fran Simmons permaneció sentada en su coche unos minutos. Se sentía aturdida. Una cosa era que los doctores Lasch y Black hubieran administrado un fármaco inadecuado a una paciente, algo que la había precipitado a un coma irreversible, y después hubieran ocultado su error. Por terrible que fuera, no tenía comparación con el uso deliberado de un fármaco experimental para acabar con la vida de un paciente. Por lo visto, eso era lo que Annamarie Scalli había creído.
Ella trabajaba allí en aquella época, pero sabía que no podía demostrar sus sospechas. Así pues, ¿cómo voy a demostrar algo yo?, se preguntó Fran.
Según su hermana, Annamarie había dicho que Peter Black era la persona que no sólo había cometido la equivocación, sino que también había matado a la anciana. ¿Había proporcionado eso suficientes motivos para asesinar a Gary Lasch? La muerte de Lasch eliminaba a un testigo de su crimen. Era posible, decidió. Si eres capaz de creer que un médico puede matar a sangre fría. Pero ¿por qué?
Hacía frío en el coche. Fran encendió el motor y subió la calefacción al máximo. No es el aire lo que me ha helado, pensó, sino que estoy helada por dentro. La maldad que campea en ese hospital ha causado un gran dolor a numerosas personas. Pero ¿por qué? ¿Por qué? Molly ha sido castigada por un crimen que no cometió. Annamarie renunció a su hijo y a su profesión para castigarse. Una joven fue reducida a un estado vegetativo por culpa de un fármaco experimental. Era probable que una anciana hubiese muerto prematuramente en el curso de un experimento.
Y ésos son sólo los casos que conozco. ¿Cuántos más habrá? Puede que la situación todavía se prolongue, pensó Molly con un escalofrío. Pero creo que la clave de todo es la relación, el vínculo o lo que sea entre Gary Lasch y Peter Black. Ha de existir un motivo para que Lasch trajera a Black a Greenwich y le convirtiera en socio de un hospital que pertenecía a la familia.
Una mujer que paseaba a su perro pasó junto al coche y miró a Fran con curiosidad. Será mejor que me ponga en marcha, pensó. Sabía a donde iría a continuación: a hablar con Molly, a ver si podía decirle algo sobre la relación entre Lasch y Black. Si podía resolver ese misterio, tal vez acabaría averiguando qué sucedía en el hospital.
Camino de Greenwich, llamó a su despacho para saber si había mensajes, y le dijeron que Gus Brandt quería hablar con ella urgentemente.
—Antes de que me pases con él, mira si el departamento de investigación me ha enviado material sobre Gary Lasch y Peter Black —dijo a su ayudante.
—Está sobre tu escritorio —contestó la joven—. Tienes para una semana, como mínimo; la información sobre Calvin Whitehall es voluminosa.
—Ya estoy impaciente. Gracias. Pásame a Gus, por favor.
Su jefe estaba a punto de salir a comer.
—Me alegro de que me hayas localizado, Fran —dijo—. Parece que el lunes por la tarde irás a ver a tu amiga Molly Lasch a la trena. El fiscal acaba de declarar que no alberga la menor duda de que su libertad condicional será revocada. En cuanto sea oficial, Molly volverá a la prisión de Niantic.
—No pueden hacerle eso —protestó Fran.
—Ya lo creo que pueden. Y yo creo que lo harán. La primera vez salió bien librada porque admitió que había asesinado a su marido, pero en cuanto salió libre empezó a proclamar que no era culpable. Eso significa una violación de la condicional, nena. Acusada de un nuevo asesinato, ¿qué votarías tú si tuvieras que decidir acerca de su encarcelamiento? En cualquier caso, prepara un reportaje para esta noche.
—De acuerdo, Gus. Hasta luego —dijo Fran con el corazón encogido.
Pensaba llamar a Molly y decir que necesitaba verla, pero se le había ocurrido una idea cuando Gus dijo que iba a comer. Susan Branagan, la voluntaria de la cafetería del hospital Lasch; había comentado que le habían concedido la insignia de los diez años de servicios, lo cual significa que ya estaba en el hospital cuando una joven entró en coma irreversible hace más de seis años, pensó Fran. Es un caso poco frecuente. Tal vez recuerde quién era la joven y qué fue de ella.
Hablar con la familia de esa joven e intentar obtener detalles sobre su accidente sería una forma concreta de verificar la historia que Annamarie había contado a su hermana, pensó Fran. Tal vez sea una conjetura aventurada, pero no improbable. Espero no tropezarme con el doctor Peter Black, pensó Fran. Le daría un ataque si supiera que estaba haciendo más preguntas sobre el hospital.
Era la una y media cuando llegó a la cafetería del hospital. El comedor estaba repleto, y las voluntarias no daban abasto. Había dos mujeres trabajando detrás de la barra, pero Fran comprobó, decepcionada, que Susan Branagan no era una de ellas.
—Hay un asiento en la barra, o si quiere esperar, va a quedar una mesa libre —dijo la jefa de comedor.
—Supongo que la señora Branagan tiene asueto hoy —dijo Fran.
—Oh, no. Está allí. Hoy sirve las mesas. Mire, ahora sale de la cocina.
—¿Puedo esperar a que quede libre una de sus mesas?
—Está de suerte. La que va a quedar ahora está en su zona. Parece que ya está preparada.
La jefa de comedor la guió a través de la sala hasta una mesa pequeña y le entregó el menú. Un momento después, oyó una voz risueña.
—Vaya, buenas tardes. ¿Ha decidido lo que le apetece, o necesita un poco más de tiempo?
Fran levantó la vista y comprobó que Susan Branagan no sólo la recordaba, sino que sabía quién era.
—Me alegro de volver a verla, señora Branagan —dijo, con los dedos cruzados.
Susan Branagan resplandeció.
—No sabía que estaba hablando con una persona famosa cuando estuvimos charlando el otro día, señorita Simmons. En cuanto me enteré, empecé a verla en el telediario de la noche. Me encantan sus reportajes sobre el caso de Molly Lasch.
—Ya veo que está muy ocupada, pero me gustaría hablar con usted unos minutos, si no le importa. Me ayudó mucho el otro día.
—Y desde que hablamos, esa pobre chica sobre la que me preguntó, la enfermera Annamarie Scalli, fue asesinada. No puedo creerlo. ¿Piensa que Molly Lasch lo hizo?
—No, señora Branagan. ¿Acaba su turno pronto?
—A las dos. A esa hora la cafetería se vacía. Por cierto será mejor que tome su pedido.
Fran echó un vistazo al menú.
—Un sándwich y un café.
—Bien. Si no le importa esperar, será un placer hablar con usted más tarde.
Media hora más tarde, Fran paseó la mirada por la cafetería. Tal como había dicho la camarera, el local se había vaciado en sus tres cuartas partes. El tintineo de los platos y el murmullo de las voces había disminuido. Susan Branagan había despejado la mesa y prometido que volvería en un abrir y cerrar de ojos.
Cuando regresó, ya no llevaba su delantal de voluntaria, y sostenía una taza de café en cada mano.
—Mucho mejor —suspiró, mientras dejaba los cafés sobre la mesa y se sentaba delante de Fran—. Como ya le dije, me encanta este trabajo, pero a mis pies no les gusta tanto como al resto de mi cuerpo. Pero no ha venido aquí para hablar de mis pies, y acabo de recordar que la peluquera me espera dentro de media hora, así que dígame en qué puedo ayudarla.
Me gusta esta mujer, pensó Fran. No le importa ir al grano.
—Señora Branagan, dijo el otro día que acababan de concederle la insignia por sus diez años de servicios.
—Exacto. Y, Dios mediante, algún día recibiré la de los veinte años.
—Ya. Me gustaría preguntarle sobre algo que sucedió en el hospital hace mucho tiempo. De hecho, ocurrió poco antes de que los doctores Morrow y Lasch fueran asesinados.
—Oh, señorita Simmons, aquí pasan muchas cosas —repuso la señora Branagan—. No estoy segura de que pueda ayudarla.
—Pero tal vez recuerde este incidente. Al parecer, una joven fue ingresada después de sufrir un accidente mientras corría, y cayó en un coma irreversible. Quizá sepa algo sobre ella.
—¿Algo sobre ella? —Exclamó Susan Branagan—. Está hablando de Natasha Colbert. Ha estado en nuestra unidad de cuidados intensivos durante años. Murió anoche.
—¿Anoche?
—Sí. Es muy triste. Sólo tenía veintitrés años cuando tuvo el accidente. Cayó mientras corría y sufrió un paro cardíaco en la ambulancia. Ya conoce a la familia Colbert, los propietarios de la gran cadena de periódicos. Son muy ricos. Después del accidente, sus padres donaron dinero para la unidad de cuidados intensivos, que ahora lleva su nombre. Mire al otro lado del jardín. Es aquel edificio de dos pisos tan bonito.
Un paro cardíaco en la ambulancia, pensó Fran. ¿Quién era el chófer de la ambulancia? ¿Quiénes los camilleros? Tenía que hablar con ellos. No debería de ser muy difícil localizarlos.
—Su madre sufrió un colapso cuando Tasha murió anoche. Ahora está en el hospital, y tengo entendido que ha sufrido un infarto. —Susan bajó la voz—. ¿Ve a ese hombre guapo de allí? Es uno de los hijos de la señora Colbert. Tiene dos. Se turnan para no dejarla sola ni un instante. Éste bajó a comer hace una hora.
Si la señora Colbert fallece como consecuencia del dolor que le ha causado la pérdida de su hija, será una víctima más de lo que está pasando aquí, pensó Fran.
—Es muy penoso para sus hijos —siguió Susan—. A todos los efectos, perdieron a su hermana hace más de seis años, pero siempre es duro cuando llega el fin. —Bajó la voz—. He oído que la señora Colbert se volvió un poco loca cuando Tasha murió. La enfermera dijo que empezó a chillar y a decir que Tasha había despertado de su coma y le había hablado, lo cual es imposible, por supuesto. Afirmó que Tasha había dicho algo como «Doctor Lasch, me enredé con los cordones de mi bamba y salí volando», y después «Hola, mamá».
Fran sintió un nudo en la garganta.
—¿La enfermera estaba en la habitación con la señora Colbert en aquel momento? —preguntó.
—Tasha tenía una habitación doble, y la señora Colbert había enviado a la enfermera a la salita. Quería estar a solas con su hija. Pero cuando Tasha murió, la señora Colbert no estaba sola. El doctor apareció en el último momento. Dice que no oyó nada, y que la señora Colbert sufrió alucinaciones.
—¿Quién era el médico? —preguntó Fran, aunque estaba segura de la respuesta.
—El director del hospital, Peter Black.
Si las sospechas de Annamarie eran ciertas más de seis años antes, y si la señora Colbert estaba en lo cierto sobre lo sucedido anoche, daba para pensar que, después de acabar con Tasha, Black había continuado experimentando con su madre, pensó Fran.
Miró al hombre que Susan había señalado. Ardía en deseos de correr hacia él, de advertirle que su madre representaba un peligro para Peter Black y que debía sacarla del hospital antes de que fuera demasiado tarde.
—Ah, ahí viene el doctor Black —dijo Susan—. Se dirige hacia el señor Colbert. Espero que no sean malas noticias.
Black habló en voz baja con el hombre, el cual asintió, se levantó y le siguió fuera de la sala.
—Oh, Señor —dijo la señora Branagan—. Seguro que son malas noticias.
Fran no contestó. Antes de salir, el doctor Black la vio e intercambiaron una mirada. Sus ojos eran fríos, amenazadores. No eran los ojos de un médico.
Acabaré contigo, pensó Fran. Aunque sea lo último que haga, acabaré contigo.