Marta Jones sabía que sólo Wally podía llamar al timbre de su puerta con tanta insistencia. Cuando empezaron los timbrazos, estaba en el piso de arriba, arreglando el armario de la ropa blanca. Bajó corriendo la escalera con un suspiro, mientras sus rodillas artríticas protestaban en cada peldaño.
Wally tenía las manos hundidas en los bolsillos y la cabeza gacha.
—¿Puedo entrar? —preguntó con voz inexpresiva.
—Sabes que puedes entrar siempre que quieras, querido.
Wally entró.
—No quiero irme.
—¿Adónde no quieres ir, querido?
—A California. Mamá está haciendo las maletas. Nos vamos mañana por la mañana. No me gusta ir en coche mucho rato. No quiero ir. He venido a despedirme.
¿California?, se preguntó Marta. ¿Qué pasa?
—Wally, ¿estás seguro de que tu madre ha dicho California?
—Sí, California, estoy seguro. —Se removió inquieto e hizo una mueca—. También quiero despedirme de Molly. No la molestaré, pero no quiero irme sin decirle adiós. ¿Cree que haré bien si me despido de ella?
—Sí.
—Iré a verla esta noche —murmuró Wally.
—¿Qué has dicho, querido?
—He de irme. Mamá quiere que vaya a mi reunión.
—Buena idea. Sabes que esas reuniones siempre te gustan, Wally. Escucha, ¿no es tu madre la que llama?
Marta abrió la puerta. Edna estaba en los peldaños de su casa, con el abrigo puesto, mirando a su hijo.
—¡Wally está aquí! —Gritó Marta—. Vamos, Wally. —La curiosidad la impulsó a cruzar el jardín sin molestarse en coger el abrigo—. Edna, ¿es verdad que os vais a California?
—Wally, entra en el coche —suplicó Edna—. Vas a llegar tarde, ya lo sabes.
Wally obedeció a regañadientes.
—Marta —susurró—, no sé si acabaremos en California o en Tombuctú, pero sé que he de irme de aquí. Cada vez que pongo las noticias oigo algo malo sobre Molly. Lo último es que habrá una reunión especial del comité de libertad condicional el lunes. El fiscal quiere que le revoquen la condicional. Si eso sucede, tendrá que cumplir el resto de la condena por el asesinato del doctor Lasch.
Marta se estremeció.
—Oh, Edna, lo sé. Lo oí en las noticias de la mañana, y creo que es terrible. Esa pobre chica debería estar en un manicomio, no en una cárcel. Pero no será eso lo que te impulsa a marcharte de aquí.
—Lo sé. Ahora he de irme. Hablaré contigo más tarde.
Cuando volvió a su casa, Marta estaba helada y decidió que necesitaba una taza de té. Se lo preparó y lo sorbió poco a poco. Pobre Edna, pensó. Se siente culpable por haber dejado de trabajar para Molly, pero no tenía elección. Wally ha de ser su principal preocupación.
Cuando piensas en ello, se recordó con un suspiro, llegas a la conclusión de que el dinero no hace la felicidad. Toda la fortuna de la familia Carpenter no podrá impedir que Molly vaya a la cárcel.
Pensó en la otra familia importante y acaudalada de Greenwich que había protagonizado el telediario matinal. Natasha Colbert, que había estado en coma seis años, por fin había muerto, y su pobre madre, postrada de dolor, había sufrido un infarto y al parecer no sobreviviría. Quizá Dios le haría un favor si se la llevaba, pobre mujer, meditó Marta mientras meneaba la cabeza. Tanto dolor…
Subió para terminar de adecentar el armario. Mientras trabajaba, pensó que a Edna le daría un ataque si se enterara de que le había dicho a Wally que estaría bien despedirse de Molly Lasch. Suspiró. Pero no vale la pena que se lo mencione a Edna, se dijo porque se disgustaría. Ya tiene suficientes problemas. En cualquier caso, mañana se habrán marchado.