Lucy Bonaventure tomó un avión matinal desde Buffalo al aeropuerto de La Guardia de Nueva York, y a las diez entraba en el apartamento de Annamarie en Yonkers. Durante los casi seis años que Annamarie había vivido allí, Lucy nunca había visto su casa. Annamarie le había comentado que el apartamento era pequeño. Sólo tenía una habitación, y además siempre convenía más a Annamarie ir a Buffalo de visita.
Lucy sabía que la policía había registrado el apartamento, y comprendió su aspecto desordenado. Los adornos estaban amontonados sobre la mesilla auxiliar. Los libros estaban apilados de cualquier manera en los estantes, como si los hubieran sacado y devuelto a su sitio al azar. Era evidente que habían examinado el contenido de los cajones del dormitorio, y que manos descuidadas lo habían devuelto a su sitio sin preocuparse de nada más.
Había encargado al gerente del complejo que se ocupara de la venta del apartamento. Lucy sólo debía vaciarlo. Quería hacerlo en un día, pero se dio cuenta de que tardaría bastante más. Era doloroso estar en el apartamento, ver el perfume favorito de Annamarie sobre el tocador, ver el libro que había estado leyendo todavía sobre la mesilla de noche, abrir el ropero y ver sus trajes, vestidos y uniformes, y saber que nunca volvería a llevarlos.
Entregaría toda la ropa, así como los muebles, a alguna obra de caridad. Al menos, razonó Lucy, las personas necesitadas los aprovecharían. Era un pequeño consuelo.
Fran Simmons, la periodista, llegaría a las once y media. Mientras la esperaba, Lucy empezó a vaciar el tocador, dobló su contenido y lo guardó en cajas de cartón que el gerente le había proporcionado.
Lloró al ver las fotografías que encontró en el cajón del fondo, que plasmaban a Annamarie con su bebé en brazos, fotos tomadas pocos minutos después de que naciera. Parecía muy joven en las fotos, y miraba al bebé con ternura. Había otras fotos de él, cada una con una inscripción en la parte posterior: «primer cumpleaños», «segundo cumpleaños», hasta el último, el quinto. Era un niño guapo, de vivaces ojos azules, cabello castaño oscuro y una sonrisa alegre. Annamarie quedó destrozada al tener que deshacerse de él, pensó Lucy. ¿Debía enseñar las fotos a Fran Simmons? Decidió que sí. Quizá la ayudarían a comprender a Annamarie y el terrible precio que había pagado por sus equivocaciones.
Fran llamó al timbre a las once y media en punto, y Lucy Bonaventure la hizo entrar. Por un momento las dos mujeres se examinaron. Fran vio a una mujer rolliza de más de cuarenta años, de ojos hinchados, facciones regulares y piel que parecía enrojecida a causa del llanto. Lucy vio a una mujer esbelta de unos treinta años, cabello castaño claro largo hasta el cuello y ojos gris azulados. Como explicó a su hija al día siguiente, «No es que fuera vestida de punta en blanco. Llevaba un traje pantalón marrón oscuro, con una bufanda marrón, amarilla y blanca al cuello, y unos sencillos pendientes de oro, pero su aspecto era típicamente neoyorquino. Parecía muy agradable, y cuando me expresó sus condolencias por la muerte de Annamarie, supe que lo decía en serio. Preparé café, y dijo que le apetecía una taza, así que nos sentamos en la mesita de la cocina de Annamarie».
Fran sabía que lo más prudente era ir al grano.
—Señora Bonaventure, empecé a investigar el asesinato del doctor Lasch porque Molly Lasch, a quien conocí en la escuela, me pidió que lo hiciera para presentar su caso en el programa Crímenes verdaderos, en el que colaboro. Quiere descubrir la verdad sobre esos asesinatos tanto como usted. Ha pasado cinco años y medio en prisión por un crimen que no recuerda, y yo me he convencido de que no lo cometió. Hay demasiadas preguntas sin respuestas sobre la muerte del doctor Lasch. Nadie la investigó a fondo en su momento, y yo lo intento hacer ahora.
—Sí, bueno, su abogado intentó dar a entender que Annamarie había matado al doctor Lasch —dijo Lucy, sin poder contener su ira.
—Su abogado hizo lo que cualquier abogado haría. Puso de relieve que Annamarie declaró haber estado sola en su apartamento de Cos Cob la noche del crimen pero nadie pudo corroborarlo.
—Si el juicio no se hubiera interrumpido, habría llamado al estrado a Annamarie para interrogarla e intentar presentarla como una asesina. Sé que ése era su plan. ¿Todavía es el abogado de Molly Lasch?
—Sí. Y es muy bueno. Señora Bonaventure, Molly no mató al doctor Lasch ni a Annamarie. Y tampoco mató al doctor Jack Morrow, al que apenas conocía. Tres personas han muerto, y creo que la misma persona es responsable de esos crímenes. El culpable debe ser castigado, pero no fue Molly. Esa persona es el motivo de que Molly fuera a prisión. Esa persona es el motivo de que haya sido detenida por el asesinato de Annamarie. ¿Quiere que envíen a la cárcel a Molly Lasch por algo que no hizo, o quiere encontrar al asesino de su hermana?
—¿Por qué Molly Lasch siguió el rastro de Annamarie y pidió entrevistarse con ella?
—Molly creía que su matrimonio había sido feliz. Pero no fue así, o Annamarie no habría salido a relucir. Molly intentaba averiguar por qué su marido fue asesinado y por qué fracasó su matrimonio. Nada mejor que empezar por la amante de su marido. Usted puede ayudarnos en esto. Annamarie tenía miedo de alguien, o de algo. Molly se dio cuenta cuando se encontraron aquella noche, pero usted debió de saberlo mucho antes. ¿Por qué adoptó el apellido de soltera de su madre? ¿Por qué abandonó su empleo de enfermera en el hospital? A juzgar por todo lo que he descubierto, era una enfermera maravillosa y adoraba su profesión.
—Sí, en efecto —dijo con tristeza Lucy Bonaventure—. Se impuso un grave castigo cuando lo dejó.
Pero necesito saber por qué, pensó Fran.
—Señora Bonaventure, usted dijo que había pasado algo en el hospital, algo que turbó terriblemente a Annamarie. ¿Tiene idea de qué era, o cuándo pasó?
Lucy guardó silencio un momento, mientras se debatía entre su deseo de proteger a su hermana y la ferviente necesidad de castigar a su asesino.
—Ocurrió poco antes del asesinato del doctor Lasch —dijo al cabo—, durante un fin de semana. Se produjo una tremenda equivocación en el tratamiento de una joven paciente. El doctor Lasch y su socio, el doctor Black, estaban implicados. Annamarie pensaba que Black había cometido un terrible error, pero no informó porque Lasch le rogó que callara, con el argumento de que si se filtraba una palabra sobre la chapuza, destruiría al hospital.
Lucy levantó la cafetera y se la ofreció a Fran. Ésta negó con la cabeza, y Lucy se sirvió más café. Dejó la cafetera sobre el quemador y volvió a sentarse. Contempló su taza de café antes de volver a hablar. Fran sabía que estaba eligiendo sus palabras con sumo cuidado.
—En los hospitales ocurren errores involuntarios, señorita Simmons. Todos lo sabemos. Por lo que Annamarie me dijo, la joven estaba corriendo cuando se lesionó, y llegó deshidratada al hospital. El doctor Black le administró una especie de fármaco experimental, en lugar de la solución salina normal, y cayó en estado vegetativo.
—¡Qué horror!
—El deber de Annamarie era informar de ello, pero no lo hizo, a petición del doctor Lasch. Luego, unos días más tarde, oyó a Black decir al doctor Lasch: «Esta vez se lo he dado a la persona apropiada. La fulminó al instante».
—¿Quiere decir que estaban experimentando deliberadamente con los pacientes? —preguntó Fran, impresionada por la revelación.
—Sólo puedo decirle lo que he deducido a partir de lo poco que Annamarie me contó. No hablaba mucho de eso, y sólo lo hacía si tomaba una copa de vino de más y necesitaba desahogarse.
Lucy hizo una pausa y volvió a contemplar la taza.
—¿Había algo más? —preguntó Fran con suavidad, ansiosa por lograr que continuara hablando pero sin querer presionar demasiado.
—Sí. Annamarie me dijo que la noche siguiente a que administraran a la joven el fármaco incorrecto, murió una señora que había sufrido dos infartos y llevaba ingresada unos días en el hospital. Annamarie no estaba segura, pero sospechaba que administraron a la anciana el fármaco experimental, y al parecer era la «persona apropiada» de la que había hablado Black, porque fue la única que murió en el hospital aquella semana, y porque Black entraba y salía de la habitación sin hacer marcas en la gráfica.
—¿Annamarie no quiso informar sobre aquella muerte?
—No tenía la menor prueba de ninguna irregularidad en la segunda muerte, y cuando realizaron análisis a la joven, los resultados no revelaron sustancias sospechosas. Annamarie habló con Black y le preguntó por qué no había hecho marcas en la gráfica de la anciana. El doctor le dijo que no sabía a qué se refería, y le advirtió que, si empezaba a esparcir rumores infundados la denunciaría por calumnias. Cuando ella le preguntó sobre la joven que estaba en coma, él dijo que había sufrido un paro cardíaco en la ambulancia.
Lucy hizo una pausa y volvió a llenarse la taza de café.
—Trate de comprender. Annamarie creía a pies juntillas que el primer incidente fue una equivocación involuntaria. Estaba enamorada de Gary Lasch y en aquel momento ya sabía que estaba embarazada de él, aunque todavía no se lo había dicho. No quería admitir que estaba relacionado con experimentos irregulares, ni tampoco quería causar problemas a él o al hospital. Entonces, mientras se debatía sobre lo que debía hacer, Jack Morrow fue asesinado, y Annamarie se asustó. Creía que Morrow había empezado a sospechar que algo raro pasaba en el hospital, pero sólo era una sospecha. Por lo visto, quería darle algo para que lo guardara, una carpeta con papeles o algo por el estilo, pero no tuvo la oportunidad. Lo asesinaron antes. Después, dos semanas más tarde, Gary Lasch también fue asesinado. Para entonces, Annamarie estaba aterrorizada.
—¿Annamarie dejó de querer al doctor Lasch?
—Al final. Él la evitaba, y ella empezó a temerle. Cuando le dijo que estaba embarazada, Lasch le pidió que abortara. De no ser por la prueba del ADN, estaba segura de que él habría jurado que no era su hijo.
»La muerte de Jack Morrow supuso un terrible golpe para Annamarie. Aunque mantenía relaciones con Lasch, creo que siempre quiso a Jack. Cuando me enseñó la foto de Lasch, dijo: «Estaba obsesionada con él. Provoca ese efecto en las mujeres. Utiliza a la gente».
—¿Creía Annamarie que las irregularidades continuaban en el hospital, incluso después de que Gary Lasch fuera asesinado?
—No tenía modo de saberlo. Además, sus energías se concentraron muy pronto en el niño que llevaba en su seno. Señorita Simmons, rogamos a Annamarie que no se deshiciera del bebé. La habríamos ayudado a criarlo. Pero lo dio en adopción porque creía que no era digna de él. Me dijo: «¿Qué le diré a mi hijo, que me enamoré de su padre, quien fue asesinado por culpa de esa relación? Cuando me pregunte cómo era su padre, ¿le diré que era un peligro para sus pacientes y que traicionó a quienes confiaban en él?».
—Annamarie dijo a Molly que no valía la pena ir a la cárcel por Gary Lasch, ni como médico ni como marido —dijo Fran.
Lucy sonrió.
—Muy propio de Annamarie —dijo.
—No sabe cuán agradecida le estoy, señora Bonaventure. Sé que esto ha sido muy duro para usted.
—Sí, tiene razón, pero le voy a enseñar algo antes de que se vaya. —Lucy entró en el dormitorio y recogió las fotografías que había dejado sobre el tocador. Se las enseñó—. Ésta es Annamarie con su bebé. Observe lo joven que era. La familia adoptiva le envió una foto de cumpleaños durante los cinco primeros años. Éste es el pequeño al que ella abandonó. Pagó un precio terrible por sus errores. Espero que, si Molly Lasch es inocente, pueda demostrarlo. Pero dígale que, a su modo, Annamarie también estuvo encarcelada, una pena autoimpuesta tal vez, pero llena de dolor y privaciones. Y si quiere saber de quién tenía miedo, está en lo cierto, no creo que fuera de Molly Lasch. Creo que la persona a la que temía de verdad era el doctor Peter Black.