—Fue una de las cosas más difíciles que he hecho en mi vida —explicó Edna Barry por teléfono a Marta Jones. Había terminado de limpiar la cocina después de la cena y le pareció un buen momento para tomar una última taza de té y contar la historia a su amiga.
—Sí, debió de ser horrible para ti —admitió Marta.
Edna no tenía duda de que Fran Simmons volvería a husmear otra vez, a hacer más preguntas, y que tal vez pasaría a ver a Marta. Bien, si lo hacía, Edna quería que su vecina estuviera al corriente de la verdadera historia. Esta vez, se prometió, Marta transmitiría una información que no perjudicaría a Wally. Tomó otro sorbo de té y cambió el auricular de oído.
—Marta —continuó—, tú fuiste la que me metiste la idea de que Molly podía ser peligrosa, ¿te acuerdas? Intenté no pensar en eso, pero se comporta de una manera rara. Está muy silenciosa. Se queda sentada durante horas. No quiere ver a nadie. Hoy estaba sentada en el suelo, examinando cajas. Había pilas de fotos del doctor.
—¡No! —Exclamó Marta—. Pensaba que se habría deshecho de ellas hace mucho tiempo. ¿Por qué las conservó? ¿Tú querrías tener una foto del hombre que mataste?
—A eso me refería cuando hablaba de su actitud extraña. Ayer, cuando dijo que nunca sacó la llave del escondite del jardín, bueno, me di cuenta de que todo eso de sus olvidos viene de antes de que el doctor muriera. Creo que todo empezó cuando tuvo el aborto. La depresión se ahondó, y después Molly nunca volvió a ser la misma.
—Pobrecilla —suspiró Marta—. Sería mejor para ella que la encerraran en un lugar donde pueda recibir cuidados, pero me alegro de que te mantengas alejada de ella. No olvides que Wally te necesita, y eso ha de ser lo primero.
—Yo pienso lo mismo, Marta. Es estupendo tener una amiga como tú con quien hablar. Estaba muy preocupada y necesitaba desahogarme.
—Siempre me tienes a tu disposición, Edna. Vete a dormir temprano y descansa.
Satisfecha por haber logrado su propósito, Edna se levantó, apagó la luz de la cocina y entró en el salón. Wally estaba mirando el canal de noticias. El corazón de Edna dio un vuelco cuando vio el reportaje sobre Molly en la puerta de la cárcel. El presentador estaba diciendo:
«Sólo han pasado diez días desde que Molly Carpenter Lasch salió de la prisión de Niantic, después de cumplir una condena de cinco años y medio por el asesinato de su marido, el doctor Gary Lasch. Ahora, ha sido acusada del asesinato de la amante de su marido, Annamarie Scalli, y el fiscal Tom Serrazzano está presionando para que revoquen su libertad condicional».
—Wally, ¿por qué no cambias de canal? —sugirió Edna.
—¿Van a meter en la cárcel otra vez a Molly, mamá?
—No lo sé, querido.
—Parecía muy asustada cuando le encontró. Sentí pena por ella.
—Wally, no digas eso. No sabes de qué estás hablando.
—Sí lo sé, mamá. Yo estaba allí, ¿recuerdas?
Edna, presa del pánico, agarró la cara de su hijo con ambas manos y le obligó a mirarla.
—¿Te acuerdas lo mucho que te asustó la policía cuando el doctor Morrow fue asesinado? ¿Que no pararon de hacerte preguntas acerca de dónde habías estado la noche del crimen? ¿Recuerdas que, antes de que llegaran, te obligué a ponerte otra vez el yeso y a utilizar las muletas para que te dejaran en paz?
Asustado, Wally intentó soltarse.
—Déjame, mamá.
Edna clavó la vista en su hijo.
—Wally, nunca has de hablar de Molly o de esa noche. Nunca más, ¿lo has entendido?
—No lo haré.
—Wally, no volveré a trabajar para Molly. De hecho, tú y yo nos vamos de viaje. Nos iremos en coche a algún sitio, tal vez a las montañas, o a California. ¿Te gustaría?
Wally compuso una expresión dubitativa.
—Creo que sí.
—Entonces, jura que nunca más volverás a hablar de Molly.
Siguió una larga pausa, hasta que Wally dijo en voz baja:
—Lo juro, mamá.