En cuanto Fran salió del despacho de Peter Black, llamó a Philip Matthews. El abogado estaba en su despacho, y por su tono Fran dedujo que algo le preocupaba.
—¿Dónde estás, Fran? —preguntó.
—En Greenwich. Saldré para Nueva York dentro de poco.
—¿Puedes pasarte por mi oficina hacia las tres? Temo que la situación de Molly es cada vez peor.
—Allí estaré —dijo Fran, y colgó el teléfono del coche. Se estaba acercando a un cruce y frenó cuando cambió el semáforo. ¿Izquierda o derecha?, se preguntó. Quería parar en la oficina del Greenwich Time y hablar con Joe Hutnik.
Sin embargo, una imperiosa necesidad la impulsaba a pasar por delante de la casa en la que ella y sus padres habían vivido durante aquellos cuatro años. La desdeñosa referencia de Peter Black a su padre la había herido en lo más hondo. El dolor, no obstante, no era por ella sino por su padre. Quería ver la casa otra vez. Era el último lugar en que había pasado un rato con él.
Hagámoslo, decidió. Tres manzanas más adelante, enfiló por una calle bordeada de árboles que le resultó muy familiar. Habían vivido en mitad de la manzana, en una casa de ladrillo y estuco estilo Tudor. Su intención era pasar por delante muy despacio, pero aparcó en el bordillo frente a la casa, al otro lado de la calle, y la miró con los ojos llenos de lágrimas.
Era una casa bonita, con emplomados que brillaban a la luz del sol. Parece que no ha cambiado nada, pensó mientras evocaba la larga sala de estar de techo alto, con la hermosa chimenea de mármol irlandesa. La biblioteca era pequeña, recordó. Su padre comentaba en broma que había sido construida para albergar diez libros, pero ella opinaba que era un lugar magnífico para recluirse.
El que tan buenos recuerdos cruzaran por su mente la sorprendió. Si papá hubiera reflexionado, pensó, aunque hubiera ido a la cárcel, hace años que habría salido y empezado de nuevo en otro lugar. No tuvo por qué suceder. Eso era lo que atormentaba a su madre y a ella. ¿Deberían haberse dado cuenta de algo el último día? ¿Podrían haberlo evitado? Si hubiera hablado con nosotras, pensó Fran. ¡Si hubiera dicho algo!
¿Adónde fue a parar el dinero?, se preguntó. ¿Por qué no se encontró rastro de él, o al menos alguna pista de una inversión fallida? Algún día descubriré la respuesta, se juró mientras aceleraba.
Consultó su reloj. Era la una y veinte. Lo más probable era que Joe Hutnik estuviera comiendo, pero por si acaso decidió pasar por el Time.
De hecho, Joe estaba sentado ante su escritorio, e insistió en que Fran no le interrumpía. Además, quería hablar con ella.
—Han pasado muchas cosas desde la semana pasada —dijo, mientras indicaba que se sentara y cerraba la puerta.
—Eso creo —admitió Fran.
—El material para tu programa crece sin cesar.
—Joe, Molly es inocente de ambos crímenes. Lo sé. Lo siento en las tripas.
Joe enarcó las cejas.
—Sé sincera conmigo, Fran. Estás bromeando, ¿verdad? Porque de lo contrario te estás engañando.
—Ni una cosa ni otra, Joe. Estoy convencida de que no mató a su marido ni a la Scalli. Escucha, tú tienes tomado el pulso a la ciudad. ¿Qué has oído?
—Muy sencillo. La gente está impresionada, triste, pero no sorprendida. Todo el mundo piensa que Molly está como un cencerro.
—Me lo temía.
—Pues deberías temer algo más. Tom Serrazzano, el fiscal, está presionando a la junta de libertad condicional para que se la revoque. Sabe que está comprometido por no haberse opuesto a la libertad bajo fianza por la nueva acusación, pero insiste en que la declaración de Molly cuando salió de la cárcel es contradictoria con su declaración ante el comité de libertad condicional, en el sentido de que aceptaba la responsabilidad por la muerte de su marido. Como ahora lo niega, el fiscal defiende que ha cometido un fraude contra la junta de libertad condicional, y debería cumplir la totalidad de la sentencia. Puede que lo consiga.
—Eso significaría que Molly volviese de inmediato a la cárcel.
—Yo diría que eso es lo más probable.
—No puede suceder —murmuró Fran, tanto para sí como para Joe—. Esta mañana me he entrevistado con el doctor Peter Black. He llevado a cabo algunas investigaciones sobre el hospital y la aseguradora Remington. Algo está pasando allí, pero aún no he descubierto qué. Pero Black estaba muy nervioso cuando llegué al hospital. Casi perdió los estribos cuando le pregunté por qué pensaba que Gary Lasch le había elegido como socio del hospital Lasch y Remington Health Management, cuando su historial académico y profesional era mediocre y había muchos candidatos mejor cualificados.
—Es curioso. Según recuerdo, la impresión que tuvimos por aquí fue que era una estratagema para convencerle de que trabajara en el hospital.
—No lo fue, créeme. —Fran se levantó—. Me marcho, Joe. Quiero conseguir copias de todo lo que el Time escribió acerca de la campaña de recaudación de fondos para la biblioteca en la que mi padre estuvo implicado, y todo lo que se escribió acerca de mi padre y los fondos desaparecidos después de su muerte.
—Me ocuparé de ello —prometió Hutnik.
Fran agradeció el detalle de que Joe no hiciera preguntas, pero aun así pensó que le debía una explicación.
—Esta mañana, cuando intentaba tirar de la lengua al doctor Black, se defendió como gato panza arriba. ¿Qué derecho tenía yo a interrogarle?, preguntó. Era la hija de un ladrón que había robado las donaciones de la mitad del pueblo.
—Eso fue muy desagradable —dijo Hutnik—, pero creo que es fácil imaginar los motivos. Debe de estar sometido a grandes presiones ahora, y no quiere que nada amenace la absorción de HMO más pequeñas por Remington. La verdad es que, al menos según mis fuentes, el trato ha encontrado problemas, muchos problemas. American National lleva ventaja, y por lo que he oído las cosas no andan muy bien en Remington. Estas nuevas HMO, aunque son pequeñas, inyectarían capital y permitirían a Remington comprar más tiempo.
Joe abrió la puerta.
—Como ya te dije el otro día, el presidente de American National es uno de los médicos más respetados del país, y uno de los críticos más implacables de la gestión actual de las HMO. Opina que la única solución es un sistema a escala nacional, pero hasta que ese día llegue, American National, bajo su liderazgo, está consiguiendo las notas más altas en el campo de la salud.
—¿Crees que Remington va a perder?
—Eso parece. Las HMO más pequeñas, que iban a suponer una inyección para Remington, coquetean ahora con American National. Parece increíble, pero podría suceder que Whitehall y Black, pese a las acciones de Remington que poseen, no fueran capaces de evitar una opa hostil.
Tal vez sea mezquino por mi parte, pensó Fran mientras volvía a Nueva York, pero después del escándalo de papá, nada me daría más placer que ver fracasar a Peter Black.
Se detuvo en la oficina, examinó su correo y después cogió un taxi para ir al bufete de Philip Matthews, en el World Trade Center.
Le encontró sentado ante su escritorio, que estaba cubierto de papeles. Su expresión era sombría.
—Acabo de hablar con Molly —dijo—. Está muy afectada. Edna Barry se despidió esta mañana, ¿y sabes qué motivo dio? No te lo pierdas: tiene miedo de Molly, miedo de estar cerca de una mujer que ha matado a dos personas.
—¿Cómo se atrevió a decir eso? —Fran le miró con incredulidad—. Philip, te aseguro que esa mujer oculta algo.
—Fran, he revisado la declaración de Edna a la policía después de que descubriera el cadáver de Gary Lasch. Coincide con lo que os dijo a Molly y a ti ayer.
—¿Te refieres a la parte en que afirma que Molly fue la única en utilizar la llave de repuesto, y que no la devolvió a su escondite del jardín? Molly niega que eso sucediera. Después de que la señora Barry descubriera el cadáver, cuando la policía estaba interrogando a gente, ¿no preguntaron también a Molly por la llave?
—Cuando Molly despertó cubierta de sangre aquel lunes por la mañana, y se enteró de lo ocurrido, cayó en un estado semicatatónico, y así permaneció varios días. No he encontrado documentación acerca de que la interrogaran por la llave. No olvides que no había la menor señal de que hubieran forzado la entrada, y las huellas de Molly estaban en el arma homicida.
—Lo cual significa que creerán en la historia de Edna Barry, aunque Molly esté segura de que miente. —Fran se paseó de un lado a otro, irritada—. Dios mío, Molly no encuentra una salida por ninguna parte.
—Fran, esta mañana recibí una llamada del todopoderoso Calvin Whitehall. Quiere enviarme a unos cuantos pesos pesados para ayudarme en la defensa de Molly. Ya ha comprobado que están disponibles. Les ha proporcionado detalles del caso, y según Whitehall, todos están de acuerdo en que el alegato debería ser «no culpable por motivo de enajenación mental transitoria».
—No permitas que eso suceda, Philip.
—No quiero que suceda, pero hay otro problema. El fiscal está removiendo cielo y tierra para que revoquen la libertad condicional de Molly.
—Eso me ha dicho Joe Hutnik, del Greenwich Time. Menudo panorama: el ama de llaves de Molly dice que tiene miedo de ella, y los amigos de Molly intentan que la recluyan en un manicomio. Eso es lo que lograría el alegato de enajenación mental, ¿verdad?
—Ningún jurado la dejaría en libertad después de un segundo asesinato, así que en cualquier caso acabaría encerrada. No conseguiremos un nuevo acuerdo con el fiscal, y tampoco estoy seguro de que el alegato de enajenación mental surta efecto.
Fran percibió abatimiento en la expresión de Philip.
—Esto se está convirtiendo en un asunto personal para ti, ¿verdad?
Philip asintió.
—Hace mucho tiempo que es algo personal. Sin embargo te juro que, si pensara que mis sentimientos por Molly pudieran influir en mi discernimiento a la hora de defenderla, entregaría el caso al mejor abogado criminalista que pudiera encontrar.
Fran miró con pena a Philip Matthews y recordó que su primera impresión de él, cuando le vio en la puerta de la cárcel, fue que protegía a Molly con uñas y dientes.
—Lo creo —dijo.
—Hará falta un milagro para impedir que Molly vuelva a la cárcel.
—Mañana tengo una cita con la hermana de Annamarie Scalli —dijo Fran—. En cuanto vuelva al despacho hoy, pediré al departamento de investigaciones que busque todo lo que haya en el archivo sobre Remington Health Management y todo lo relacionado con él. Cuanto más descubro, más creo que aquellos asesinatos estaban menos relacionados con las andanzas mujeriegas de Gary Lasch que con problemas existentes en el hospital Lasch y en Remington Health Management.
Cogió el bolso y, antes de salir, se detuvo ante la ventana.
—Tienes una vista espectacular de la estatua de la Libertad —dijo—. ¿Es para animar a tus clientes?
Philip sonrió.
—Es curioso —dijo—. Eso mismo dijo Molly la primera vez que estuvo aquí, hace seis años.
—Bueno, por el bien de Molly esperemos que la estatua de la Libertad sea también la estatua de la Suerte. Intuyo algo, y si estoy en lo cierto podría ser la brecha que estamos buscando. Deséame suerte, Philip. Hasta luego.