Mientras picoteaba la comida que el ama de llaves le había servido en una bandeja en su despacho, Calvin Whitehall ladraba órdenes a Lou Knox. Había estado de un humor de perros toda la mañana, en parte, sospechaba Lou, porque el problema que representaba Fran Simmons se le escapaba de las manos. Lou sabía que la mujer había solicitado reiteradamente una entrevista, y se negaba a aceptar las dilaciones de Cal. A juzgar por la conversación entre Jenna y Cal que había escuchado, Lou también sabía que la Simmons tenía una cita con Peter Black a las doce del mediodía.
Cuando el teléfono privado sonó a las doce y media, Lou intuyó que sería Black para informar sobre la entrevista. Su intuición no le engañó, porque Cal se puso hecho una furia.
—¿Qué contestaste cuando preguntó por qué Gary te había mandado buscar? Si sigue esa pista… ¿Por qué la recibiste, para empezar? Sabes que lo único que puedes conseguir es perjudicarte. No hace falta mucho cerebro para saber eso.
Cuando Cal colgó con violencia el auricular, parecía al borde de un ataque de apoplejía. El teléfono volvió a sonar casi de inmediato, y su tono se suavizó en cuanto oyó la voz del que llamaba.
—Sí, doctor, he hablado con Peter hace unos momentos… No, no me dijo nada especial. ¿Por qué?
Lou sabía que la llamada debía de ser de Adrian Logue, el oftalmólogo, o lo que dijera ser, que vivía en la granja de West Redding.
Por algún motivo que Lou no comprendía, tanto Whitehall como Black, y antes aún Gary Lasch, siempre trataban a Logue con suma consideración. En algunas ocasiones, Lou había llevado a Cal a la granja. La estancia era breve, y Lou siempre tenía que esperar en el coche.
Había visto de cerca a Logue una o dos veces, un tipo flaco, de aspecto inofensivo y cabello cano, que debía rondar ahora los setenta años. A juzgar por la expresión de su jefe, era evidente que su conversación con el médico le estaba desquiciando. Siempre era una mala señal que Cal mantuviera una frialdad externa en lugar de estallar. Mientras Lou miraba, el rostro de Cal se transformó en una máscara tensa y gélida, y sus ojos entornados adquirieron aquel brillo opaco que recordaban a Lou un tigre antes de saltar.
Cuando Cal habló, tenía la voz controlada, pero aterraba por su confianza y autoridad.
—Doctor, mi respeto por usted no puede ser mayor, pero no tenía ningún derecho a obligar a Peter Black a seguir adelante con este tratamiento, y él no tenía ninguna obligación de obedecer sus deseos. No se me ocurre nada más peligroso, sobre todo ahora. Bajo ninguna circunstancia puede estar presente cuando se produzca la reacción. Como de costumbre, tendrá que contentarse con el vídeo.
Lou no oyó lo que decía el doctor Logue, pero sí captó que alzaba el tono de voz.
Cal le interrumpió.
—Doctor, le garantizo que recibirá el vídeo esta noche.
Colgó con brusquedad y dirigió tal mirada a Lou que éste comprendió que tenía graves problemas.
—Creo haberte comentado que Fran Simmons era un problema —dijo—. Ha llegado el momento de solventar ese problema.