El jueves por la tarde, Edna Barry llamó a Molly y preguntó si podía pasar por su casa.
—Desde luego, señora Barry —dijo Molly con tono frío. Edna Barry se había mostrado muy segura sobre la cuestión de la llave de repuesto, y no sólo eso, sino que había manifestado una franca hostilidad en su insistencia de que Molly no recordaba lo sucedido.
Me pregunto si querrá disculparse, pensó Molly, mientras volvía a examinar las pilas de material que había dejado en el suelo del estudio.
Gary había sido muy meticuloso en todo lo que hacía. Ahora, gracias a la policía, sus archivos personales y documentos médicos estaban desordenados por completo. ¿Qué más da?, pensó. Tengo tiempo de sobra.
Había empezado a apartar un montón de fotos que pensaba enviar a la madre de su difunto marido. Ninguna conmigo, por supuesto, pensó con ironía, sólo las de Gary con diversas personalidades.
Nunca me llevé muy bien con mi suegra, pensó, y no la culpo por odiarme. Yo también odiaría a la mujer que creyera culpable de la muerte de su único hijo. La muerte de Annamarie Scalli habría removido sus recuerdos, y no sería de extrañar que los medios anduvieran en su busca.
Pensó en Annamarie y en su conversación. Me pregunto quién adoptó al hijo de Gary. Me sentí herida cuando descubrí que Annamarie estaba embarazada, la odié y la envidié. Pero a pesar de lo que ahora sé, del desprecio que Gary sentía por mí, anhelo el hijo que perdí.
Tal vez algún día tenga otra oportunidad, se dijo, sentada en el suelo con las piernas cruzadas. La idea de que quizá algún día se abriría una nueva vida ante ella la conmocionó. Menuda broma, se dijo, y meneó la cabeza. Hasta Jenna, mi mejor amiga, dejó clara su convicción de que mis únicas opciones son la cárcel o un manicomio. ¿Cómo puedo imaginar que la pesadilla terminará alguna vez?
De todos modos, aún albergaba esperanzas, y sabía por qué. Fragmentos de recuerdos se empezaban a abrir paso en su memoria. Momentos del pasado sepultados en su inconsciente emergían poco a poco. Algo pasó anoche cuando estaba cerrando la puerta pensó, y recordó la extraña sensación experimentada. No sé qué era, pero fue real.
Empezó a clasificar las revistas científicas y médicas que Gary guardaba por orden cronológico en sus estanterías. Las publicaciones eran de diversa índole, pero Gary debía de tener motivos para conservarlas. Un vistazo a alguna de ellas reveló que había consultado un artículo, como mínimo, de cada una. Supongo que podría tirarlas todas, pensó Molly, pero les echaré una última mirada cuando me haya organizado un poco mejor, aunque sea por pura curiosidad de ver qué temas interesaban a Gary.
Sonó el timbre de la puerta de la cocina y oyó la voz de la señora Barry.
—Soy yo, Molly.
—Estoy en el estudio —contestó, mientras continuaba apilando las revistas.
Oyó pasos que se acercaban por el pasillo. Recordó haber pensado a menudo que la señora Barry pisaba fuerte. Sólo llevaba zapatos ortopédicos de suela de goma, que resonaban.
—Lo siento, Molly. —Edna empezó a hablar casi antes de entrar en la habitación.
Molly levantó la vista y comprendió que no venía a disculparse. Su expresión era decidida, con la boca apretada. Sujetaba la llave de la casa en una mano.
—Sé que no es muy cortés por mi parte después de tantos años, pero ya no puedo trabajar para ti. Me voy.
Molly, perpleja, se levantó.
—Señora Barry, no ha de dejar el empleo por el asunto de la llave. Las dos creemos que tenemos razón, pero estoy segura de que existe una explicación lógica, y confío en que Fran Simmons la descubrirá. Ha de entender por qué este punto es tan importante para mí. Si otra persona utilizó esa llave para entrar en casa, fue esa persona y no yo quien la dejó en el cajón. ¿Y si alguien que conocía el escondite de la llave entró aquel domingo por la noche?
—No creo que nadie más entrara aquella noche —dijo Edna con voz aguda—. Y no me voy por lo de la llave. Siento decir esto, Molly, pero tengo miedo de trabajar para ti.
—¿Miedo? —Estupefacta, miró al ama de llaves—. ¿Miedo de qué?
Edna desvió la vista.
—¿No tendrá miedo… de mí? Oh, Dios mío. —Molly extendió la mano, estremecida—. Déme la llave, señora Barry. Váyase, por favor. Ahora.
—Molly, has de comprenderlo. No es culpa tuya, pero has matado a dos personas.
—¡Fuera de aquí, señora Barry!
—Molly, consigue ayuda. Te ruego que consigas ayuda.
Edna Barry dio media vuelta, al tiempo que emitía una especie de gemido y sollozo, y se fue a toda prisa. Molly esperó hasta que vio salir el coche a la calle. Entonces, cayó de rodillas y hundió la cara entre las manos. Mientras se balanceaba, sollozos ahogados escaparon de su pecho.
Me conoce desde que era una niña y cree que soy una asesina. ¿Qué posibilidades me quedan?, se preguntó. ¿Qué posibilidades?
A unas calles de distancia, mientras esperaba a que cambiara el semáforo, una afectada Edna Barry se recordaba una y otra vez que no había tenido otra alternativa que dar esa excusa a Molly para dejar de trabajar en su casa. Fortalecía su historia sobre la llave de repuesto, y mantendría a gente como Fran Simmons alejada de Wally. Lo siento, Molly, pensó cuando recordó el dolor que había asomado a los ojos de la joven, pero has de comprenderlo, la sangre es más espesa que el agua.