—Esta vez he venido sola —anunció Jenna cuando telefoneó a Molly desde el coche—. Deja que me quede unos minutos.
—Eres muy amable, pero le di excusas al doctor Daniels para que no viniera, y me costó bastante. Ya sé que sólo son las nueve, pero los ojos se me cierran. Quiero irme a la cama.
—Sólo pido quince minutos.
—Oh, Jen —suspiró Molly—. Tú ganas. De acuerdo. Pero ve con cuidado. Había algunos periodistas al acecho por la tarde, y a Cal no le haría ninguna gracia ver a su mujer y a la famosa Molly Lasch en la misma foto en la primera plana de los periódicos.
Poco después, abrió la puerta con cautela, y Jenna entró.
—Oh, Molly —dijo ésta mientras la abrazaba—. Siento muchísimo lo que estás soportando.
—Eres mi única amiga —dijo Molly, pero se apresuró a añadir: No, eso no es verdad. Fran Simmons está de mi lado.
—Fran llamó para concertar una cita, pero aún no nos hemos puesto en contacto. Cal prometió que se la concedería, y creo que Fran irá mañana al hospital para hablar con Peter.
—Sé que quería hablar con todos vosotros. Puedes decirle lo que quieras. Sé que todo lo hace por mi bien.
Entraron en el salón, donde Molly había encendido la chimenea.
—He pensado algo —dijo—. En esta casa tan grande, vivo en tres habitaciones, la cocina, mi dormitorio y esta sala. Cuando todo esto haya terminado, si es que termina, compraré algo más pequeño.
—Buena idea —dijo Jenna.
—Claro que el estado de Connecticut tiene otros planes para mí, como ya sabes, y si se salen con la suya viviré en una celda.
—¡Molly! —protestó Jenna.
—Lo siento. —Se sentó y observó a su amiga—. Estás guapísima. El traje negro es magnífico. Un Escada, ¿verdad? Tacones. Joyas modestas pero hermosas. ¿Dónde has estado, o adónde vas?
—Una comida de trabajo. Volví a casa en un tren nocturno. Esta mañana dejé el coche en la estación, y por la noche vine directamente aquí. Lo he pasado fatal todo el día. Molly, estoy preocupada por ti.
Molly intentó sonreír.
—Yo también estoy preocupada por mí.
Estaban sentadas en el sofá, separadas por la anchura de un almohadón. Molly se inclinó hacia adelante con las manos enlazadas.
—Jen, tu marido cree que yo asesiné a Gary, ¿verdad?
—Sí.
—Y también cree que cosí a puñaladas a Annamarie Scalli.
Jenna no contestó.
—Lo sé —continuó Molly—. Eres mi amiga, Jen, pero hazme un favor: no traigas más a Cal. El único lugar al que puedo llamar refugio es esta casa. No necesito enemigos dentro. —Miró a su amiga—. Oh, Jen, no me empieces a llorar. No tiene nada que ver con nosotras. Aún somos las chicas de la academia Cranden, ¿verdad?
—No lo dudes —dijo Jenna, mientras se pasaba el dorso de la mano por los ojos—. Pero, Molly, Cal no es tu enemigo. Quiere contratar a otros abogados, penalistas muy expertos, para que trabajen con Philip en la preparación de una defensa por enajenación mental transitoria.
—¿Una defensa por enajenación mental transitoria?
—Molly —estalló Jenna—, ¿no comprendes que una condena por asesinato significaría cadena perpetua, sobre todo teniendo en cuenta la anterior condena? No podemos permitir que eso suceda.
—No, no podemos —asintió Molly, al tiempo que se levantaba—. Jen, vamos al estudio de Gary.
La luz del estudio estaba apagada. Molly la encendió, y después la apagó de nuevo.
—Anoche, después de que os fuerais, me acosté, pero no podía dormir. A eso de medianoche bajé aquí, ¿y sabes una cosa? Cuando encendí la luz, como ahora, recordé que había hecho lo mismo la noche que volví a casa desde Cape Cod, aquel domingo por la noche. Ahora estoy segura de que la luz del estudio estaba apagada cuando llegué, Jenna. ¡Lo juro!
—¿Qué significa eso?
—Piénsalo bien. Gary estaba sentado ante su escritorio. Había papeles encima, así que debía de estar trabajando. Era de noche. Debía de tener la luz encendida. Si llegué a casa, abrí esta puerta y encendí la luz, eso significa que el asesino de Gary debió apagarla. ¿No lo entiendes?
—Molly —murmuró Jenna con asombro.
—Ayer dije al doctor Daniels que recordaba algo de aquella noche, acerca de una puerta y una cerradura.
Molly vio incredulidad en el rostro de su amiga. Sus hombros se hundieron.
—Hoy la señora Barry dijo que la llave de repuesto que escondíamos en el jardín llevaba en casa desde hacía varias semanas. Según ella, porque un día olvidé mi llave, pero yo no recuerdo ni una cosa ni la otra.
—Molly, deja que Cal traiga abogados para que ayuden a Philip a preparar tu defensa —rogó Jenna—. Hoy ha hablado con dos de los mejores. Ambos tienen experiencia en presentar defensas psiquiátricas, y estamos convencidos de que podrían ayudarte. —Vio abatimiento en el rostro de su amiga—. Al menos, piénsalo.
—Tal vez por eso soñé con una puerta y una cerradura —dijo Molly con expresión sombría, sin hacer caso de la sugerencia de Jenna—. Tal vez pueda elegir: una celda de prisión cerrada con llave, o una habitación cerrada con llave en un manicomio.
—Venga, Molly. Voy a tomar una taza de té contigo y después dejaré que te vayas a la cama. Dices que no duermes mucho. ¿El doctor Daniels no te recetó nada?
—Me dio algo el otro día, pero la señora Barry me trajo esta tarde unas pastillas que el médico prescribió a Wally.
—¡No deberías tomar medicamentos de otras personas!
—Sé que es inofensivo. No olvides que fui la mujer de un médico. Aprendí algunas cosas.
Cuando Jenna se fue, unos minutos más tarde, Molly cerró con doble vuelta de llave la puerta principal y encajó la falleba. El sonido que hizo al apoyar el pie sobre ella, algo a medio camino entre un taconazo y un chasquido, le dio que pensar.
Levantó y bajó la falleba repetidas veces, escuchó con detenimiento en cada ocasión, mientras suplicaba a su subconsciente que le explicara por qué aquel ruido tan familiar le resultaba de repente tan ominoso.