La sede central de la Remington Health Management Organization estaba emplazada en los terrenos del hospital Lasch de Greenwich. El director general, el doctor Peter Black, siempre llegaba a su despacho a las siete en punto de la mañana. Afirmaba que esas dos horas de trabajo previas a la llegada del personal eran las más productivas de la jornada.
Aquel martes por la mañana, Black encendió la televisión y puso la cadena NAF, algo inhabitual en él.
Su secretaria, que llevaba años con él, le había dicho que Fran Simmons acababa de entrar a trabajar para la cadena, y le había recordado quién era Fran. Aun así, le había sorprendido que fuera Fran la reportera encargada de cubrir la liberación de Molly. El suicidio del padre de Fran había ocurrido pocas semanas después de que Black aceptara la oferta de Gary Lasch de entrar a trabajar en el hospital, y durante meses el escándalo había sido la comidilla de la ciudad. Dudaba de que cualquiera que hubiera vivido en Greenwich en aquella época lo hubiera olvidado.
Peter Black estaba mirando el telediario de aquella mañana porque quería ver a la viuda de su antiguo socio.
Frecuentes miradas a la pantalla para asegurarse de que no pasaba por alto el fragmento que le interesaba le obligaron por fin a dejar la pluma y a ponerse las gafas progresivas. Black tenía una espesa mata de pelo castaño oscuro, prematuramente cano en las sienes, y grandes ojos grises, y exhibía un comportamiento cordial que los miembros recién contratados de su personal encontraban estimulante… hasta que cometían la grave equivocación de llevarle la contraria.
A las 7.32 empezó a emitirse el acontecimiento que esperaba. Vio con sombría mirada que Molly caminaba junto al coche de su abogado hasta la puerta de la prisión. Cuando habló a los micrófonos, acercó más la silla al aparato y se inclinó hacia adelante, concentrado en captar todos los matices de su voz y su expresión.
En cuanto la mujer empezó a hablar, subió el volumen del televisor, aunque podía oír las palabras con absoluta claridad. Cuando terminó, se reclinó en la silla y enlazó las manos. Un instante después, descolgó el auricular y marcó un número.
—Residencia de los señores Whitehall.
El leve tono inglés de la doncella siempre irritaba a Black.
—Ponme con el señor Whitehall, Rita.
No dijo su nombre adrede, pero tampoco era necesario. La mujer conocía su voz. Oyó que descolgaban el auricular.
Calvin Whitehall no perdió el tiempo con saludos.
—La he visto. Al menos, es consecuente sobre lo de que ella no mató a Gary.
—Eso no es lo que me preocupa.
—Lo sé. Tampoco me hace gracia que la Simmons se haya mezclado en el asunto. Si es necesario, nos encargaremos de ello —dijo Whitehall, e hizo una pausa—. Nos veremos a las diez.
Peter Black colgó sin despedirse. La intuición de que algo empezaba a torcerse le atormentó durante el resto del día, mientras asistía a una serie de reuniones de alto nivel, concernientes a la propuesta de adquisición por Remington de cuatro HMO más un trato que convertiría a Remington en uno de los gigantes del lucrativo campo de las aseguradoras médicas.