Cuando Fran llegó a casa de Molly a la una, se dio cuenta de que su amiga había estado llorando. Tenía los ojos hinchados, y aunque se había puesto algo de maquillaje, había rastros de manchones en ambas mejillas.
—Entra, Fran. Philip llegó hace poco. Está en la cocina, contemplando cómo preparo una ensalada.
Así que Philip está aquí, pensó Fran. Me pregunto a qué vienen tantas prisas. Sea lo que sea, no le gustará verme aquí. Mientras recorrían el pasillo hasta la cocina, Molly dijo:
—Jenna estuvo aquí esta mañana. Tuvo que marcharse hace unos minutos para ir a comer con Cal, pero ¿sabes lo que hizo, Fran? Me ayudó a limpiar y ordenar la casa. Tal vez la policía debería seguir un cursillo sobre cómo cumplir una orden de registro sin dejar la casa hecha un desastre.
La voz de Molly se quebró en varias ocasiones. Parece al borde de la histeria o de un ataque de nervios, pensó Fran.
Era evidente que Philip Matthews había llegado a la misma conclusión. Sus ojos seguían a Molly mientras ella se movía por la habitación, sacaba la quiche de la caja y la metía en el horno. Durante todo el rato, Molly siguió hablando con la misma voz rápida y nerviosa.
—Al parecer, encontraron rastros de sangre de Annamarie en las botas que llevaba el domingo por la noche, Fran. Y un rastro de sangre en mi coche.
Fran cambió una mirada apesadumbrada con Philip Matthews, segura de que su expresión de preocupación reflejaba la suya como un espejo.
—¿Quién sabe? Quizá sea mi última comida en casa durante una temporada. ¿No es verdad, Philip?
—No, no lo es —replicó él con voz tensa.
—Quieres decir que cuando me detengan volveré a salir en libertad bajo fianza. Bueno es estupendo tener dinero, ¿verdad? La gente afortunada como yo siempre puede extender un cheque.
—Basta, Molly —repuso con brusquedad Fran. Se acercó a su amiga y la cogió por los hombros—. Inicié mi investigación creyendo que habías matado a tu marido —dijo—. Después empecé a tener dudas. Pensé que la policía debería haber investigado más en profundidad la muerte de Gary, haber considerado un par más de posibilidades. De todos modos, admito que me preocupaba el hecho de que tuvieras tantas ganas de localizar a Annamarie Scalli. Después la encontraste, y ahora está muerta. Si bien aún no estoy segura de que seas una asesina patológica, continúo albergando serias dudas. Creo que has quedado atrapada en una loca red de intrigas, como alguien extraviado en un laberinto. Puede que me equivoque, por supuesto. Puede que seas lo que cree casi todo el mundo, pero juro que me encuentro entre ese casi restante. Intentaré demostrar que eres inocente de las muertes de Gary Lasch y Annamarie Scalli.
—¿Y si te equivocas? —preguntó Molly.
—En ese caso haré cuanto pueda para que te ingresen en un lugar donde estés cómoda, segura y recibas un buen tratamiento.
Los ojos de Molly brillaron de lágrimas contenidas.
—No volveré a llorar —dijo—. Fran, tú eres la primera y única persona que ha mostrado interés en investigar la posibilidad de que sea inocente. —Miró a Philip—. Incluido tú, mi querido Philip, que matarías dragones por mí. E incluyendo a Jenna, que pondría la mano en el fuego por mí, e incluyendo a mis padres, que si creyeran en mi inocencia estarían aquí en este momento, montando un escándalo. Creo y espero ser inocente de ambas muertes. Si no, te prometo que no daré problemas durante mucho tiempo más.
Fran y Philip intercambiaron una mirada. De tácito acuerdo no comentaron entre sí aquella amenaza implícita de suicidio.
Elegancia sometida a presión, pensó Fran, mientras Molly servía la quiche en una exquisita bandeja de Limoges de pie esbelto y base dorada. Las esterillas individuales de delicados dibujos florales que había sobre la mesa del saloncito hacía juego con los tapices de las paredes.
La pared encarada hacia el jardín tenía un amplio mirador. Algunos brotes verdes presagiaban el fin del invierno. Al final del terreno, algo elevado, Fran reparó en el jardín con rocas ornamentales, y recordó algo que deseaba comentar con Molly.
—Molly, el otro día te pregunté con respecto a las llaves de casa. ¿Dijiste algo acerca de una llave de repuesto?
—Siempre guardábamos una escondida allí. —Molly señaló el jardín—. Una de esas rocas es falsa. Muy hábil, ¿no crees? Al menos, es curioso tener un Peter Rabbitt de cerámica con una oreja desmontable en el porche, para ocultar la llave, por si acaso.
—¿Por si acaso? —repitió Philip Matthews.
—Por si acaso olvidábamos la llave.
—¿Alguna vez olvidaste la tuya, Molly? —preguntó Fran como sin darle importancia.
—Fran, ya sabes que soy una buena chica —contestó Molly con una sonrisa medio burlona—. Siempre lo hago todo bien. Todo el mundo lo decía. Acuérdate de la escuela.
—Sí, y lo decían porque era verdad.
—Me preguntaba qué hubiera pasado si no me lo hubieran puesto todo tan fácil. Era consciente de eso. Sabía que era una privilegiada. Te admiraba mucho cuando ibas a la escuela, porque te esforzabas por conseguir lo que deseabas. Recuerdo que cuando empezaste a jugar a baloncesto aún eras una cría, pero conseguiste formar un equipo.
¡Molly Carpenter me admiraba!, pensó Fran. Ni siquiera creía que hubiera reparado en mi existencia.
—Y después, cuando tu padre murió, lo sentí muchísimo por ti. La gente siempre trataba con deferencia a mi padre, que es un hombre que se gana el respeto de los demás. Es y era un padre maravilloso. No obstante, tu padre demostraba lo orgulloso que estaba de ti. Tú le proporcionaste la oportunidad, pero en mi caso nunca fue así. Recuerdo la expresión de tu padre cuando lograste los puntos que dieron a tu equipo la victoria en el último partido de nuestro último año en la escuela. ¡Fue fantástico!
No sigas, Molly, quiso rogar Fran. No lo hagas, por favor.
—Siento que las cosas le fueran tan mal, Fran. Puede que a mí me pase lo mismo. Una cadena de acontecimientos que no podemos controlar. —Molly dejó el tenedor sobre la mesa—. La quiche está buenísima, pero no tengo hambre.
—Molly, ¿Gary olvidó alguna vez su llave? —preguntó Fran, y sintió los ojos de Philip Matthews clavados en ella, pidiéndole que no acosara a Molly con más preguntas.
—¿Gary? ¿Olvidar algo? Dios mío, no. Gary era perfecto. Decía que una de las cosas que más le gustaban de mí era mi predictibilidad. Al contrario de la mayoría de las mujeres, nunca llegaba tarde, nunca dejaba las llaves en el coche, nunca olvidaba mi llavero. Recibí una matrícula de honor por eso. —Hizo una pausa, y sonrió como si recordara algo—. Es curioso, ¿te das cuenta de que hoy estoy pensando en términos escolares? Notas y todo eso.
Molly apartó su silla y se puso a temblar. Fran, alarmada, corrió a su lado. En ese momento, sonó el teléfono.
—Será mamá o papá, o Jenna —musitó Molly.
Philip Matthews contestó.
—Es el doctor Daniels, Molly. Quiere saber cómo estás.
Fran contestó por Molly.
—Necesita ayuda. Pídele que venga y hable con ella.
Al cabo de unos momentos de conversar entre susurros, Mathews colgó.
—Vendrá enseguida —prometió—. Molly, acuéstate hasta que llegue. Pareces muy nerviosa.
—Me siento muy nerviosa.
—Vamos.
Philip rodeó con un brazo a Molly y ésta se apoyó contra él, mientras salían del saloncito.
Será mejor que despeje la mesa, pensó Fran, mientras miraba la comida casi intacta. Nadie va a comer nada más.
Cuando Matthews volvió, le preguntó:
—¿Qué va a pasar?
—Si los análisis del laboratorio pueden relacionarla de alguna manera con la muerte de Annamarie, será detenida. No tardaremos en saberlo.
—Oh, Dios mío.
—Fran, obligué a Molly a guardar en secreto casi toda su conversación con Annamarie Scalli. Parte de ella era muy dolorosa, y daría motivos para creer que odiaba a Annamarie. Voy a correr un riesgo ahora, y te contaré todo lo que me dijo, con la esperanza de que puedas ayudarla. Te creo cuando afirmas que intentarás demostrar su inocencia.
—De la cual tú no estás convencido, ¿verdad? —repuso Fran.
—Estoy convencido de que no es responsable de ninguna de ambas muertes.
—No es lo mismo.
—Annamarie contó a Molly que Gary, según sus propias palabras, sintió alivio cuando ella perdió el niño. Después dijo haber escuchado una disputa muy seria entre Gary Lasch y Jack Morrow, sólo unos días antes de que éste fuera asesinado. Después, Morrow pidió a Annamarie que le guardara un expediente muy importante, pero murió antes de poder entregárselo. Molly me dijo que tuvo la clara impresión de que Annamarie sabía algo que no quería decir, y que tenía miedo.
—¿Miedo por su propia seguridad?
—Ésa es la impresión de Molly.
—Bien, algo es algo. Hay otra cosa que quiero investigar. El hijo de la señora Barry, Wally, un hombre joven con graves problemas mentales y emocionales, estaba muy disgustado por la muerte del doctor Morrow, y por algún motivo estaba muy enfadado con Gary Lasch. Además, parece tener un interés muy particular en Molly. Ayer mismo cogió la llave de esta casa del llavero de su madre.
Sonó el timbre de la puerta.
—Yo abriré —dijo Fran—. Será el doctor Daniels.
Pero eran dos hombres, que extendieron sus identificaciones para que las leyera.
—Traemos una orden de detención para Molly Carpenter Lasch —dijo el mayor—. ¿Nos acompaña hasta ella, por favor?
Quince minutos después, el primer cámara que llegó a la casa grabó a Molly Lasch con las manos esposadas a la espalda, el abrigo echado sobre los hombros, la cabeza gacha, el cabello caído sobre la cara, mientras la sacaban de la casa hasta un coche de la oficina del fiscal. De allí fue conducida al palacio de justicia de Stamford donde, como si se repitieran los acontecimientos de casi seis años atrás, fue acusada de asesinato.