Después de que Calvin Whitehall recibiera el soplo de que rastros de la sangre de Annamarie Scalli habían sido encontrados en el zapato y en el coche de Molly Lasch, fue de inmediato al despacho del doctor Peter Black.
—Algo espectacular se está preparando —le anunció, y le observó—. No pareces muy preocupado por ello.
—¿Debo estar preocupado porque Annamarie Scalli, una liosa de mucho cuidado, ya no exista? —repuso Peter con expresión relamida.
—Me dijiste que no existía la menor prueba de nada, y que si ella hablaba, tiraría piedras sobre su propio tejado.
—Sí lo dije, y aún es cierto. No obstante, de pronto me siento muy agradecido con Molly. Por sórdida que sea esta publicidad, no tiene nada que ver con nosotros, el hospital o Remington Health Management.
Whitehall reflexionó sobre aquello.
La capacidad de Cal para sentarse muy tieso y muy callado cuando se estaba concentrando siempre había intrigado a Peter. Era como si su poderoso cuerpo se transformara en una roca.
Por fin, Calvin Whitehall asintió.
—Tienes toda la razón, Peter.
—¿Cómo lo lleva Jenna?
—Jenna está con Molly ahora.
—¿Es eso prudente?
—Jenna sabe que esta vez no toleraré fotografías de ella del brazo con Molly. En cuanto finalice la fusión, podrá ayudar a Molly todo cuanto le plazca. Hasta entonces ha de mantener cierta distancia.
—¿En qué puede serle de ayuda, Cal? Si Molly va a juicio otra vez, ni siquiera ese brillante abogado conseguirá el trato que pactó con el fiscal la otra vez.
—Lo sé, pero has de comprender que Molly y Jenna son como hermanas. Admiro la lealtad de Jenna, aunque de momento debo mantenerla a raya.
Black consultó su reloj, impaciente.
—¿Cuándo dijeron que llamarían?
—De un momento a otro.
—Será mejor así. Roy Kirkwood va a venir. Perdió una paciente el otro día y culpa al sistema. El hijo de la paciente está hecho una furia.
—Kirkwood no será demandado. Quiso realizar más pruebas. Podrá manejar al hijo de la paciente.
—No es una cuestión de dinero.
—Todo es cuestión de dinero, Peter.
El teléfono privado de Peter Black sonó. Descolgó, escuchó un momento, pulsó el botón del altavoz y contestó:
—Cal está aquí, y estamos preparados, doctor —dijo con tono respetuoso.
—Buenos días, doctor. —La voz de Cal había perdido todo rastro de su habitual arrogancia.
—Felicidades, caballeros. Creo que hemos logrado otro avance significativo —dijo la voz al otro extremo de la línea—. Si estoy en lo cierto, todos los demás logros palidecerán en comparación.