Mientras se alejaban de la cárcel, Molly vio los letreros de la carretera. Abandonaron por fin la Merritt Parkway por la salida de Lake Avenue. Todo me resulta conocido, por supuesto, pero no recuerdo muy bien la ida hacia la cárcel, pensó. Sólo recuerdo el peso de los grilletes, y que las esposas se hincaban en mis muñecas. Fijó la vista al frente y sintió, más que vio, las miradas de reojo de Philip Matthews.
Respondió a su pregunta no formulada.
—Me siento extraña —dijo—. No. «Vacía» es la palabra.
—Ya te lo dije antes: fue un error conservar la casa, y peor volver a ella. También es una equivocación no permitir a tus padres que vengan a vivir contigo.
Molly continuó con la mirada fija en la lejanía. Los limpiaparabrisas eran incapaces de eliminar la capa de aguanieve que se estaba formando sobre el cristal.
—He hablado en serio a esos periodistas. Estoy convencida de que, ahora que esta pesadilla ha terminado, vivir en casa de nuevo me ayudará a recobrar el recuerdo de todos los detalles de aquella noche. Yo no maté a Gary. Es imposible. Sé que los psiquiatras opinan que estoy negando los hechos, pero estoy segura de que se equivocan. Pero aunque resultara que están en lo cierto, encontraría una forma de sobrevivir. La ignorancia es lo peor.
—Molly, supón que tu memoria es fidedigna, que encontraste a Gary herido y desangrado. Que caíste en un estado de shock y que algún día recobrarás la memoria de aquella noche. ¿Te das cuenta de que, si tienes razón y recuerdas, te convertirás en una amenaza para la persona que le mató? ¿Y de que el asesino puede considerarte ya una amenaza real, pues acabas de anunciar que cuando vuelvas a casa tal vez recuerdes algo más sobre la otra persona que estaba allí aquella noche?
Molly guardó silencio unos momentos. ¿Por qué crees que he dicho a mis padres que se quedaran en Florida?, pensó. Si estoy equivocada, nadie me molestará. Si estoy en lo cierto, dejaré abierta la puerta de par en par para que el verdadero asesino venga en mi busca.
Miró a Matthews.
—Philip, mi padre me llevó a cazar patos cuando yo era pequeña —dijo—. No me gustó ni un ápice. Era muy temprano, hacía frío y llovía, y yo sólo deseaba estar en mi cama. Pero aquella mañana aprendí algo. Un señuelo consigue resultados. Sé que, como todo el mundo, crees que maté a Gary en un arranque de locura. No me lo niegues. Te oí hablar con mi padre de que casi no tenías esperanzas de conseguir la absolución sugiriendo que Annamarie Scalli era la culpable. Dijiste que existían bastantes posibilidades de que el jurado me condenara por homicidio con atenuantes, convencidos de que había matado a Gary en un arrebato de ira, pero también dijiste que no había garantías de que no me condenaran por asesinato en primer grado, y que lo mejor era confesar. Lo dijiste, ¿verdad?
—Sí —reconoció Matthews.
—De manera que, si maté a Gary, he tenido mucha suerte de salir con tanta facilidad. Si tú y todo el mundo, incluyendo a mis padres, estáis en lo cierto, no corro el menor peligro si proclamo mi convicción de que había otra persona en casa la noche que Gary murió. Como tú no lo crees, tampoco crees que nadie me perseguirá. ¿Correcto?
—Sí —dijo el abogado a regañadientes.
—Entonces, nadie ha de preocuparse por mí. Por otra parte, si tengo razón y asusto a alguien, podría costarme la vida. Bien, lo creas o no, me gustaría que eso sucediera. Porque si me encuentran asesinada, tal vez alguien abra una investigación que no asuma automáticamente mi culpabilidad.
Philip Matthews no contestó.
—Es lógico, ¿verdad, Philip? —preguntó Molly, en un tono casi risueño—. Si muero, tal vez alguien investigará con más rigor el asesinato de Gary y descubrirá al verdadero culpable.