Como Molly sospechó cuando el teléfono sonó el sábado por la tarde, era Jenna.
—Acabo de hablar con Phil Matthews —dijo Jenna—. Tengo entendido que le has invitado a cenar en tu casa. Lo apruebo.
—Señor, ni se te ocurra pensar en esos términos —protestó Molly—. Si no le hubiera dejado venir, habría aporreado mi puerta, y como aún no estoy preparada para ir a un restaurante, me pareció lo más lógico.
—Bien, hemos decidido que, invitados o no, pasaremos a tomar una copa. Cal tiene muchas ganas de verte.
—No estáis invitados —dijo Molly—, pero pasaos a las siete.
—Molly… —dijo Jenna, pero vaciló.
—Dilo. No pasa nada.
—Oh, no se trata de nada dramático. Es que vuelves a parecer la de siempre… y me encanta.
¿Quién es «la de siempre»?, se preguntó Molly.
—No hay nada como ventanas sin barrotes y una colcha de raso sobre la cama —comentó—. Obran maravillas para el alma.
—Espera a que te lleve a Manhattan para el cambio de imagen. ¿Qué haces hoy?
Molly decidió que no estaba dispuesta a revelar, ni siquiera a Jenna, el hecho de que iba a examinar la agenda y el bloc de citas de Gary, para buscar una pista día a día. Se decantó por una verdad a medias.
—Como voy a ser la anfitriona, aunque no me haga ninguna ilusión ese papel, he de trabajar un poco en la cocina. Ha pasado mucho tiempo desde que hice algo parecido.
Eso era cierto. El resto de la verdad era que los blocs de citas de Gary, que se remontaban a varios años antes de su muerte, estaban apilados sobre la mesa de la cocina. Empezó a trabajar hacia atrás, empezando por la fecha de su muerte, estudiando cada página, línea por línea.
Molly recordó que la agenda de Gary siempre había sido apretada, y que siempre tomaba notas para recordar algo. Ya había topado con varias de esas anotaciones, tales como «17 h. Llamar a Molly al club».
Recordó con una punzada de dolor que a veces la telefoneaba y preguntaba: «¿Por qué anoté en mi agenda que he de llamarte ahora?».
A las cinco y media, justo antes de poner la mesa para la cena de la noche, Molly encontró la anotación que ansiaba. Era un número de teléfono que aparecía varias veces en la última agenda de Gary. Llamó a información y averiguó que el código de zona de ese número pertenecía a Buffalo.
Marcó el número, y cuando una mujer contestó, Molly preguntó por Annamarie.
—Al habla —dijo Annamarie Scalli.