—Buenos días, doctor.
Peter Black levantó la vista de su escritorio. La inseguridad que vio reflejada en el rostro de su secretaria le advirtió que iba a decir algo desagradable. Como persona, Louise Unger era tímida, pero como secretaria era de lo más eficiente. Su timidez le irritaba, pero valoraba su eficacia. Sus ojos se desviaron hacia el reloj de pared. Sólo eran las ocho y media. La mujer había llegado al trabajo con antelación, como de costumbre.
Murmuró un saludo y esperó.
—El señor Whitehall acaba de llamar. Tenía que hacer otras llamadas, pero pidió que mantuviera la línea libre. —Louise Unger vaciló—. Creo que está muy disgustado.
Hacía mucho tiempo que Peter Black había aprendido a controlar sus músculos faciales con el fin de disimular sus emociones.
—Gracias, Louise —dijo, con una leve sonrisa—. El señor Whitehall casi siempre está disgustado. Los dos lo sabemos, ¿verdad?
La mujer asintió y sus ojillos brillaron.
—Sólo quería prevenirle, doctor.
Para ella, era una frase muy atrevida. Peter Black prefirió hacer caso omiso.
—Gracias, Louise —dijo con amabilidad.
Sonó el teléfono de su escritorio. Asintió, para indicar que la mujer contestara.
—Despacho del doctor Black —dijo la secretaria, pero se interrumpió—. Doctor, es el señor Whitehall.
Salió a toda prisa y cerró la puerta.
Peter Black sabía que no se podía demostrar debilidad ante Calvin Whitehall. Había aprendido a hacer caso omiso de los comentarios acerca de su afición a la bebida, y estaba convencido de que Whitehall se abstenía de tomar una copa de vino para demostrar su fuerza de voluntad.
—¿Cómo va el imperio, Cal? —dijo. Le gustaba hacer esa pregunta. Sabía que irritaba a Whitehall.
—Iría mucho mejor si Molly Lasch no fuera por ahí tocando los cojones.
Peter Black sintió que el tono resonante de Calvin Whitehall hacía vibrar el auricular. Cogió el teléfono con la mano izquierda y estiró los dedos de la derecha, un truco para aliviar la tensión.
—Creo que ya habíamos llegado a la conclusión de que estaba tocando los cojones —contestó.
—Sí, después de que Jenna la viera anteanoche. Molly quiere que localice a Annamarie Scalli. Insiste en que debe verla, y no permitirá que nadie la disuada. Jenna me dio la paliza al respecto esta mañana. Le dije que no tenía ni idea de dónde estaba la Scalli.
—Ni yo.
Black sabía que su tono era sereno, y precisas sus palabras. Recordó el pánico percibido en la voz de Gary Lasch «Annamarie, has de colaborar, por el bien del hospital».
En aquel tiempo no sabía que estaba liada con Gary, pensó. ¿Qué pasaría si Molly la localizara ahora?, se preguntó. ¿Qué pasaría si Annamarie decidiera decirle lo que sabe? Tomó conciencia de que Cal continuaba hablando. ¿Qué le estaba preguntando?
—¿… hay alguien en el hospital que se haya puesto en contacto con ella?
—No tengo ni idea.
Un minuto después de haber colgado, el doctor Black habló por el intercomunicador.
—Retén mis llamadas, Louise.
Apoyó los codos en el escritorio y se apretó la frente con las manos.
La cuerda floja se estaba deshilachando. ¿Cómo iba a impedir que se rompiera y le precipitara al vacío?