No puedo contar con nadie, fue lo primero que pensó Molly cuando despertó. Echó un vistazo al reloj. Las seis y diez. No está mal, decidió. Se había acostado poco después de que Jenna marchara, de modo que había dormido siete horas.
Muchas noches dormía mal en la cárcel, cuando el sueño era como un pedazo de hielo apretado entre sus ojos, y ella suplicaba que se derritiera y fundiera con su cuerpo.
Se estiró, y su brazo izquierdo tocó la almohada vacía de su lado. Nunca había imaginado a Gary a su lado en la estrecha cama de la prisión, pero ahora era consciente de su ausencia en cada momento, incluso después de tantos años. Era como si todo ese período de tiempo hubiera sido un simple sueño. ¿Un sueño? No. ¡Una pesadilla!
Se sentía totalmente unida a él. «Estamos unidos por la cadera», era su frase favorita de aquellos tiempos. ¿Había alimentado una fantasía?
Entonces hablaba con tono remilgado, pensó Molly. Era una estúpida. Se sentó, despierta por completo. He de saber, pensó. ¿Cuánto tiempo duró su asunto con la enfermera? ¿Cuánto tiempo fue una mentira mi vida con Gary?
Annamarie Scalli era la única persona capaz de proporcionarle las respuestas.
A las nueve, telefoneó al despacho de Fran Simmons y dejó el nombre del doctor Daniels. A las once telefoneó a Philip Mathews. Había estado muy pocas veces en su oficina, pero la visualizó sin dificultad. Desde su despacho del World Trade Center se veía la estatua de la Libertad. Cuando había estado allí escuchando su plan de defensa, se le había antojado incongruente: clientes en peligro de ir a la cárcel, observando el símbolo de la libertad.
Molly recordó que se lo había comentado a Philip, y éste había dicho que consideraba la vista de la estatua un buen augurio. Cuando aceptaba un cliente, su objetivo era lograr su libertad.
Era muy posible que Philip tuviera la última dirección de Annamarie Scalli, porque la habían citado para prestar testimonio en el juicio, razonó Molly. Al menos, sería un punto de partida.
Philip Matthews se estaba debatiendo entre telefonear o no a Molly, cuando su secretaria le anunció su llamada. Se apresuró a descolgar. Desde el momento en que había salido de la cárcel había consumido sus pensamientos. No le había servido de ayuda asistir a una fiesta, dos noches antes, en que la diversión principal consistía en que les dijeran la buenaventura a los invitados. No pudo evitar seguir la corriente, si bien clasificaba todos los métodos de decir la buenaventura (quiromancia, astrología, tarot, el tablero ouija) dentro de la misma categoría: paparruchas.
Pero la adivina le había intranquilizado. Había estudiado las cartas seleccionadas por él, fruncido el entrecejo, vuelto a barajar, para que él escogiera otras, y después había dicho: «Alguien muy cercano a usted, me parece que se trata de una mujer, corre un grave peligro. ¿Sabe quién puede ser?».
Philip intentó creer que la mujer se refería a una clienta acusada de homicidio por conducción temeraria, que sin duda pasaría una temporada en la cárcel, pero su instinto le dijo que la adivina estaba hablando de Molly.
Ahora, Molly confirmó sus temores de que no tenía la menor intención de permitir que sus padres fueran a Greenwich a vivir con ella.
—Aún no, en cualquier caso —dijo Molly—. Philip, quiero que localices a Annamarie Scalli. ¿Tienes su última dirección?
—Molly, olvídalo, por favor. Todo ha terminado. Has de iniciar una nueva vida.
—Eso intento. Y por eso quiero hablar con ella.
Philip suspiró.
—Su última dirección conocida era el apartamento donde vivía cuando Gary murió.
Adivinó que estaba a punto de colgar, y deseaba retenerla un poco más.
—Molly, voy a verte. Si no accedes a cenar conmigo, llamaré a tu puerta hasta que los vecinos protesten.
A Molly no le costó imaginarle en dicha tesitura. La misma intensidad que había visto en el juicio, cuando estaba interrogando a un testigo, aparecía en su voz ahora. Era un hombre decidido, acostumbrado a salirse con la suya. Pero aún no quería verle.
—Philip, necesito un poco más de tiempo para estar sola. Escucha, hoy es jueves. ¿Por qué no vienes a cenar el domingo? No quiero salir. Prepararé algo.
El abogado aceptó la invitación después de decidir que, de momento, debería contentarse con eso.