Después de acompañar a Fran Simmons a la puerta, Molly regresó al estudio. Edna Barry se despidió de ella a la una y media.
—Molly, a menos que quieras algo más, me marcho.
—Nada más, gracias, señora Barry.
Edna Barry siguió en la puerta, indecisa.
—Ojalá me dejaras prepararte algo antes de irme.
—No tengo hambre.
Molly hablaba con voz apagada. Edna adivinó que había estado llorando. La culpa y el miedo que habían atormentado a Edna cada hora de los últimos seis años se intensificaron. Oh, Dios, suplicó. Compréndelo, por favor. No podía hacer otra cosa.
En la cocina, se puso la parka y se ciñó un pañuelo por debajo de la barbilla. Cogió su llavero de la encimera, lo miró un momento, y se apoderó de él con un gesto convulso.
Menos de veinte minutos después estaba en su modesta casa de Glenville, estilo Cape Cod. Wally, su hijo de treinta años, estaba mirando la televisión en la sala de estar. No apartó los ojos de la pantalla cuando ella entró, pero al menos parecía tranquilo. Algunos días, incluso con medicación, está muy nervioso, pensó la mujer.
Como aquel terrible domingo en que murió el doctor Lasch. Wally estaba muy enfadado aquel día porque el doctor Lasch le había reprendido a principios de semana, cuando fue a la casa, entró en el estudio y cogió la escultura de Remington.
Edna Barry había omitido un detalle en su declaración de lo que había pasado aquel lunes por la mañana. No había dicho a la policía que la llave de casa de los Lasch no estaba en su llavero, donde debía estar, que se había visto obligada a entrar con la llave que Molly guardaba escondida en el jardín, y que más tarde había descubierto la llave desaparecida en el bolsillo de Wally.
Cuando le preguntó al respecto, su hijo rompió a llorar y se metió a toda prisa en su habitación, cerrando la puerta con estrépito.
—No hables de eso, mamá —sollozó.
—Nunca hemos de hablar de esto con nadie —le había dicho, y el chico se lo había prometido. Y nunca lo había hecho.
Edna siempre había intentado convencerse de que había sido una coincidencia. Al fin y al cabo, había encontrado a Molly cubierta de sangre. Las huellas dactilares de Molly estaban en la escultura.
Pero ¿y si Molly empezaba a recordar detalles de aquella noche?
¿Y si era cierto que había visto a alguien en la casa?
¿Había estado Wally allí? ¿Cómo saberlo?, se preguntó la señora Barry.