Debo manifestar mi más sincera y profunda gratitud a Walter C. Young, director médico del Centro Nacional de Desórdenes Disociativos en Aurora, Colorado; a Trish Keller Knode y a Kay Adams, terapeutas del Centro. Su asesoramiento ha sido para mí de un valor incalculable para escribir esta novela.
También debo dar las gracias a mi editor Michael V. Korda, a su asociado, el editor Chuck Adams, a mi agente Eugene H. Winick, a Ina Winick y a mi publicista Lisl Cade. Y, por supuesto, a mi terrorífica familia y amigos. Bendiciones para todos vosotros, queridos.