Durante el viaje de vuelta a la clínica la tarde anterior, Laurie había permanecido en silencio. A la mañana siguiente, la enfermera de noche había informado a Justin que la joven había dormido a intervalos y hablado en sueños.
—¿Oyó lo que decía? —preguntó Justin.
—Alguna que otra palabra, doctor. Entré varias veces, y balbuceaba algo sobre el vínculo que ata.
—¿El vínculo que ata? —Justin frunció el ceño—. Me recuerda un himno. Vamos a ver. —Entonó algunas notas—: «Bendito sea el vínculo que une…».
Cuando Laurie entró para la sesión, parecía tranquila aunque cansada.
—Doctor, Sarah acaba de telefonearme. No vendrá hasta esta tarde a última hora. ¿Sabe? Hoy nos mudamos al apartamento. ¿No le parece estupendo?
—¡Fantástico!
«Muy inteligente por parte de Sarah —pensó Justin—. Esa casa tiene demasiados recuerdos». Aún no sabía lo que había provocado el cambio tan drástico en Laurie la tarde anterior, pero se había producido cuando los Hawkins llegaron. Aunque apenas se habían quedado unos minutos. ¿Era el hecho de que se tratara de unos extraños y, por lo tanto, representaran algún tipo de amenaza para ella?
—Lo que me gusta de la urbanización es que hay un guardia de seguridad en la entrada —prosiguió Laurie—. Si alguien llama al timbre, hay un monitor de televisión, y así uno no se equivoca y deja entrar a un desconocido.
—Laurie, ayer dijiste que algo terrible iba a ocurrirte en la casa. Hablemos de ello.
—No quiero hablar de ello, doctor. No voy a volver allí nunca más.
—De acuerdo. Según parece, anoche, mientras dormías, estabas muy charlatana.
A Laurie le pareció gracioso.
—¿Ah, sí? Papá solía decir que yo era como un libro abierto de noche.
—La enfermera no entendió muchas cosas, pero te oyó decir «el vínculo que ata». ¿Recuerdas lo que soñabas cuando dijiste eso?
El doctor observó que Laurie cerraba los ojos, juntaba las manos y balanceaba las piernas.
—«Bendito sea el vínculo que ata…». —La voz infantil cantó la estrofa y luego calló.
—Debbie, sé que eres tú. Háblame de esa canción, ¿cuándo la aprendiste?
—«… nuestros corazones en cristiano amor». —Concluyó ella.
—Déjela en paz —ordenó la voz de muchacho—. Ya que quiere saberlo, la aprendió en el gallinero.