La reunión del 8 de julio con los colaboradores de la clínica estaba a punto de terminar. Sólo quedaba un paciente de quien hablar, Laurie Kenyon. Como Justin sabía muy bien, su caso era el que había hecho que todos asistieran.
—Estamos haciendo progresos —dijo—. Quizás incluso muy importantes, con respecto a lo ocurrido con ella durante esos dos años de secuestro. El problema es que no disponemos del tiempo necesario. Laurie se irá esta tarde a su casa; desde ahora la tendremos como paciente de ambulatorio. Dentro de unas semanas comparecerá ante el juez y se declarará culpable de homicidio. Entonces expira el plazo concedido por el fiscal para aceptar el trato.
La sala estaba en silencio. Además del doctor Donnelly, otras cuatro personas rodeaban la mesa: dos psiquiatras, la terapeuta de arte y Katie, la terapeuta de los Diarios. Katie negó con la cabeza.
—Doctor —dijo—, no importa cuál de las personalidades alteradas escriba el Diario, ninguna de ellas reconoce haber matado a Allan Grant.
—Lo sé —contestó Justin—. Pedí a Laurie que nos dejara llevarla a casa de Grant, en Clinton, para reconstruir lo ocurrido esa noche. Ella nos hizo una representación muy gráfica de cómo estaba sentada en la mecedora en el regazo de alguien durante el secuestro, pero se negó en redondo a hacer lo mismo con la muerte de Grant.
—¿Quizás indicaría eso que ni ella ni sus personalidades alteradas quieren recordar lo ocurrido allí?
—Es posible.
—Doctor, sus últimos dibujos son mucho más detallistas de la figura de la mujer. Mire éste. —Pat, la terapeuta de arte, se los entregó—. Como puede ver, parece que la mujer lleva algún tipo de medallón. ¿Nos hablará de eso?
—No. Sólo argumenta que ella no es una artista.
*****
Cuando Laurie entró en el despacho de Justin una hora después, llevaba una chaqueta de lino rosa y una falda plisada blanca. Sarah la acompañaba, y agradeció el cumplido que Justin le hizo con respecto al conjunto.
—Lo vi ayer mientras estaba de compras —explicó Sarah—. Y hoy es un día muy importante.
—Libertad —dijo Laurie en voz baja—. Breve, aterradora, pero aun así, ¡bienvenida seas! —Inesperadamente, añadió—: Quizás ha llegado el momento de que pruebe su diván, doctor.
Justin intentó parecer espontáneo.
—Con mucho gusto. ¿Hay algún motivo para que te hayas decidido hoy?
Ella se quitó los zapatos con un golpe de pie y se tendió en el diván.
—Tal vez sea que me encuentro a gusto con vosotros dos, y que me siento la de antes con este conjunto. Además creo que será agradable ver de nuevo la casa antes de que nos mudemos… Sarah me ha dicho que después de declararme culpable tendré unas seis semanas antes de que dicten sentencia. —Hubo una ligera vacilación en su voz—. El fiscal ha aceptado ante el juez mi libertad bajo fianza hasta la sentencia. Sé que después tendré que ir a la cárcel, así que durante esas seis semanas voy a disfrutar todo lo que pueda. Iremos a jugar al golf y decoraremos el apartamento, así podré pensar en ello mientras esté encerrada.
—Confío en que no te olvides de acudir a tus sesiones conmigo, Laurie.
—¡Oh, no! Vendremos cada día. ¡Pero quiero hacer tantas cosas! Me muero de ganas de conducir. Antes me gustaba mucho. Gregg tiene un descapotable, y la próxima vez iremos a jugar al golf. —Sonrió—. Es estupendo tener ganas de salir con él sin temor a que me haga daño. Por eso puedo echarme aquí, sé que tampoco usted me lastimará.
—No, por supuesto —contestó Justin—. Laurie, ¿estás enamorada de Gregg?
Ella negó con la cabeza.
—Es una palabra demasiado fuerte. Me encuentro demasiado confundida para amar a nadie, al menos de la forma en que usted se refiere. Pero doy el primer paso si disfruto cuando estoy con alguien, ¿no?
—Sí, eso es. Laurie, ¿puedo hablar con Kate?
—Si lo desea. —Parecía indiferente.
Desde hacía semanas, Justin no había tenido que hipnotizarla para convocar a las personalidades alteradas.
Laurie se sentó, enderezó la espalda, y entrecerró los ojos.
—¿De qué se trata esta vez, doctor? —Era la voz de Kate.
—Kate, estoy algo inquieto —dijo Justin—. Quiero que Laude haga las paces consigo misma y con todo lo ocurrido, pero no hasta que haya salido a la luz toda la verdad. Ella la está enterrando más profundamente, ¿no es así?
—Doctor, me estoy hartando de usted. ¿Es que no entiende? Ella desea asumir las consecuencias. Juró que no dormiría más en esa casa, y ahora se muere de ganas por volver. Sabe que la muerte de sus padres fue un terrible accidente, y no culpa suya. Ese tipo de la gasolinera con el que tenía hora para que le revisara el coche tenía los brazos peludos. No fue culpa suya que el pánico la dominara. Ella entiende todo esto. ¿Está satisfecho?
—Oye, Kate, desde el principio sabías el motivo por el que Laurie no se había presentado a la revisión del coche, y nunca me lo has dicho. Entonces ¿por qué lo haces ahora?
Sarah se acordó de Sam, el corpulento encargado de la gasolinera del pueblo. El día anterior le había llenado el depósito. Llevaba una camisa de manga corta. Ella había observado que incluso sus manos estaban cubiertas de espeso vello rizado. Sam había empezado a trabajar allí hacía un año.
Kate se encogió de hombros.
—Se lo digo porque estoy cansada de guardar secretos. Además, la tonta estará más segura en la cárcel.
—¿Más segura de qué?, ¿de quién? —la apremió Justin—. Kate, no le hagas eso. Dinos lo que sepas.
—Sé que mientras esté fuera, ellos pueden llegar hasta Laurie. Es imposible que escape, lo sabe. Si no va a la cárcel pronto, ellos cumplirán la amenaza.
—¿Quién la amenaza? Kate, por favor —le suplicó Justin.
Ella negó con la cabeza.
—Doctor, ya le he dicho mil veces que yo no lo sé todo, y el niño que lo sabe no hablará con usted. Ése es el inteligente. Usted me cansa.
Sarah observó cómo la expresión agresiva desaparecía de las facciones de Laurie, al tiempo que volvía a echarse en el diván, mientras cerraba los ojos y su respiración se normalizaba.
—Kate no tardará en desaparecer —murmuró Justin a Sarah—. Por algún motivo que ignoro cree que su labor ha terminado. Sarah, mira esto —dijo, mostrándole los dibujos de Laurie—. Fíjate en la mujer, ¿reconoces el collar que lleva puesto?
—Me resulta familiar, como si lo hubiese visto antes.
—Compáralo con estos dos, están más detallados. Mira cómo el centro parece una especie de óvalo enmarcado en brillantes. ¿Te dice algo?
—Pues… mi madre tenía algunas joyas muy bonitas. Están en una caja de seguridad. Una de ellas es un colgante. Tiene pequeños brillantes alrededor de la piedra central que es… una aguamarina… no, no es eso. Puedo verla…, es…
—No digas esa palabra. Está prohibida. —La orden la dio una voz masculina joven, alarmada pero enérgica.
Laurie permaneció sentada, su mirada clavada en Sarah.
—¿Cuál es la palabra prohibida? —preguntó Justin.
—No lo digas. —La voz masculina que salía de los labios de Laurie era una mezcla de orden y de súplica.
—Tú eres el chico que nos habló el mes pasado —dijo Justin—. Aún no sabemos tu nombre.
—No está permitido decir nombres.
—Bien, quizá tú lo tengas prohibido, pero Sarah, no. Sarah, ¿recuerdas qué piedra hay en el centro del colgante?
—Un ópalo —contestó Sarah.
—¿Qué significa la palabra ópalo para ti? —preguntó Justin a Laurie.
En el diván, la joven movió la cabeza. Tenía su expresión de siempre, aunque parecía algo aturdida.
—¿Me he dormido? ¿Qué me ha preguntado? ¿Un ópalo? Bueno, es una piedra preciosa, por supuesto. Sarah, mamá tenía un colgante con un ópalo, ¿verdad?