Brendon Moody estaba vigilando cuando, a las diez menos cuarto, Connie Santini, la secretaria, entró en la agencia de viajes y Karen salió de ella. Algo rondaba por la cabeza del detective con respecto a la explicación que Anne Webster le había dado sobre la noche que había pasado con Karen Grant en el aeropuerto de Newark. Había hablado con la anciana una semana antes y quería volver a hacerlo. Cuando ella abrió la puerta, Brendon simuló la sonrisa de un visitante casual.
—Buenos días, Mrs. Webster. Pasaba por aquí y he decidido entrar a saludarla. Tiene muy buen aspecto. Me alegro de verla, temí que ya se hubiera jubilado.
—Muy amable por acordarse de mí, Mr. Moody. No, he decidido esperar hasta mediados de agosto. Con franqueza ahora el negocio marcha bien, y a veces me pregunto si hago bien en venderlo. Pero cuando me levanto por la mañana, salgo corriendo para no perder el tren mientras mi marido se queda en casa leyendo el periódico y tomando café, me digo que ya es suficiente.
—Bueno, usted y Karen seguro que saben cómo tratar a los clientes —comentó Moody, al sentarse—. ¿Recuerda lo que me comentó acerca de que la noche del asesinato de Allan Grant usted y Karen estaban en el aeropuerto de Newark? No hay muchos agentes de viajes que vayan personalmente a recibir a un cliente, aunque sea uno de los más importantes.
Anne Webster agradeció el cumplido.
—La dama a la que esperábamos es bastante anciana —dijo—. Le gusta mucho viajar. Por lo general se lleva a parientes y amigos con todos los gastos a su cargo. El año pasado le preparamos un crucero alrededor del mundo para ella y para ocho personas más en primera clase. La noche que fuimos a buscarla, había tenido que abandonar un viaje porque no se encontraba bien. Su chófer se hallaba en el extranjero, así que nos ofrecimos a recogerla en el aeropuerto. No supuso un gran sacrificio, y ella estuvo contenta. Karen conducía mientras yo le daba conversación.
—El avión llegó a las nueve y media, según recuerdo —dijo Brendon, como por casualidad.
—No. Ésa era la hora prevista. Nosotras llegamos al aeropuerto a las nueve. Pero el vuelo salió con retraso del aeropuerto de Londres. Nos dijeron que llegaría a las diez, así que entramos en la sala de espera.
Brendon consultó sus notas.
—Entonces, según su declaración llegó a las diez.
—Estaba equivocada. —Ann Webster pareció avergonzada—. Después reflexioné y me di cuenta de que eran casi las doce y media.
—¡Las doce y media!
—Sí. Cuando llegamos a la sala de espera, nos dijeron que los ordenadores no funcionaban por lo que había otra demora. Pero Karen y yo estábamos viendo una película, y el tiempo se nos pasó volando.
—Eso seguro —dijo la secretaria riendo—. Mrs. Webster, lo más probable es que usted se quedara dormida.
—No, en absoluto —contestó Ann, indignada—. La película era Espartaco. Una de mis favoritas; y ahora han concluido las escenas censuradas. No me perdí detalle.
—Karen Grant tiene un amigo, un tal Edwin, que escribe sobre viajes, ¿no es así? —No se le pasó inadvertida la expresión de la secretaria, con los labios fruncidos. Le hablaría cuando estuviera sola.
—Mr. Moody, una mujer de negocios conoce a muchos hombres. A veces almuerza, o cena, con alguno de ellos, y me ofende que hoy en día cualquier persona vea estos encuentros como indecentes. —Anne se mostró firme—. Karen Grant es una mujer joven, atractiva y trabajadora. Estaba casada con un profesor inteligente que comprendía la necesidad que ella tenía de realizar su propia vida. Él ganaba un gran sueldo y era muy generoso con ella. Karen hablaba de Allan siempre en términos elogiosos. Sus relaciones con otros hombres eran limpias.
La mesa de Connie estaba detrás de la de Anne, a la derecha. Al observar que Brendon la miraba, levantó los ojos al cielo en una típica expresión de incredulidad.