Bic y Opal escucharon con avidez la cinta con la conversación entre Sarah y Brendon Moody sobre el testimonio del traficante.
—Concuerda con lo que Laurie nos explica —le dijo Sarah—. Debbie, la niña, recuerda salir de la casa de Allan Grant. Ninguna de las personalidades de Laurie quiere hablar de lo ocurrido después de que ella regresó.
—Se escabulle de casa de un hombre, vuelve y le mata… ¡espantoso! —exclamó Bic con tono ofendido.
Opal intentó disimular sus celos. Se consolaba con la idea de que el asunto acabaría pronto. Sarah Kenyon dejaría la casa en cuestiones de semanas, y Bic no tendría acceso a la urbanización.
—El juez va a permitir que Lee salga de la clínica el ocho de julio —dijo él después de escuchar otra vez la última parte de la cinta—. El próximo miércoles, e iremos a hacerle una visita a Ridgewood para darle la bienvenida a casa.
—Bic, no querrás verla cara a cara…
—Yo sé lo que hago. Opal. Ambos nos vestiremos de forma muy convencional. No le hablaremos de oraciones ni de Dios, por mucho que me duela no incluir al Señor en todas nuestras actividades. El caso es que debemos ofrecerle amistad. De esta manera, en el caso de que recupere demasiados recuerdos, estaremos confundidos en su mente. No permaneceremos allí mucho rato, nos disculparemos por molestar y nos iremos. Ahora ponte esto. Veamos lo guapa que estás.
Le entregó una caja. Ella la abrió y sacó una peluca. Se acercó al espejo, y se la puso y se volvió para que él la viera.
—Perfecto —comentó.
El teléfono sonó y Opal lo cogió.
Era Rodney Harper, de la emisora «WLIS» de Bethlehem.
—¿Me recuerdas? —preguntó él—. Yo era el gerente de la emisora cuando hacíais el programa aquí, hace muchos años. Me complace decirte que ahora soy el propietario.
Opal le indicó a Bic que cogiera el supletorio.
—Rodney Harper —dijo ella—. Claro que te recuerdo.
—Tenía la intención de felicitaros por vuestro éxito. Chicos, habéis recorrido un largo camino. Os llamo porque una periodista de la revista People ha estado aquí para hablarme de vosotros.
Opal y Bic intercambiaron una mirada.
—¿Qué te ha preguntado?
—Bueno, qué clase de personas erais. Le he dicho que Bobby era el mejor predicador que habíamos tenido por aquí. También quería una fotografía vuestra de aquella época.
Opal observó el alarmado rostro de Bic.
—¿Y se la has dado?
—Lamento decirte que no he encontrado ninguna. Hace unos diez años, cuando trasladamos la emisora a otro local, hice limpieza de archivos. Supongo que las fotografías irían a parar a la basura.
—Oh, no importa —contestó Opal, al notar que se le relajaban los músculos del estómago—. Aguarda un minuto. Bobby está en la línea y quiere saludarte.
—Rodney, amigo, qué alegría oírte. —Bic habló con voz enérgica—. Nunca olvidaré que te debemos nuestra primera oportunidad. De no haber trabajado en tu emisora de Bethlehem para darme a conocer, no sé si hoy estaría en la Iglesia del Espacio. Sin embargo, si alguna vez te tropiezas con una fotografía antigua nuestra, te agradecería que la rompieras. En esa época, yo tenía aspecto de hippie, y parece ser que esa imagen no concuerda con la de un predicador, en opinión de los vejestorios de la Iglesia del Espacio.
—Claro, Bobby. Oye, hay un detalle que supongo no te molestará: he llevado a esa periodista a ver la granja en la que vivisteis durante los dos años que permanecisteis con nosotros. ¡Fíjate qué imbecilidad! No me había enterado de que se había quemado. Algunos niños, o marginados, supongo, entraron y no tuvieron cuidado con las cerillas.
Bic hizo la señal de la victoria con los dedos después de guiñar un ojo a Opal.
—Estas cosas ocurren, pero lo siento mucho. Carla y yo adorábamos aquel lugar tan acogedor.
—Tomaron un par de fotos de la finca. Oí a la periodista decir que no estaba segura de que las utilizaran, pero al menos el gallinero sigue en pie, y como prueba basta para que cualquiera vea que tus inicios fueron humildes.