—Ha pasado un mes desde que Kate me telefoneó para decirme que hay otra personalidad alterada, un niño de unos nueve o diez años que quiere hablar conmigo —dijo Justin a Sarah—. Ya sabes que desde entonces Kate niega cualquier conocimiento de esa personalidad.
Sarah asintió.
—Lo sé.
Tenía que decirle que ella y Brendon Moody estaban de acuerdo en que lo mejor para Laurie era aceptar la oferta de un trato.
—He tomado una decisión —comenzó.
Justin la escuchó sin apartar los ojos de su rostro. «Si yo fuese pintor —pensó—, esa expresión sería ideal para el Dolor».
—Como ves —concluyó ella—, los psiquiatras creen que Laurie sufrió vejaciones de niña y hay suficientes indicios de que existen trastornos de personalidad múltiple. Saben que el jurado se apiadará de ella, y es poco probable que la declaren culpable de asesinato. —Se pasó la mano por la frente con gesto cansado—. Pero la pena por homicidio con premeditación puede ser de treinta años. Por otra parte, si se declara culpable de homicidio en segundo grado: intención de matar en un arranque de cólera por provocación razonable, podría ser sentenciada a diez años como máximo. Sería decisión del juez el que cumpliera cinco años sin libertad condicional. También dependería de él que fueran cinco años con derecho a revisión; entonces estaría fuera en un par de años. No tengo el derecho de jugar con casi treinta años de la vida de Laurie.
—¿Cómo puede declararse culpable de un delito que no recuerda haber cometido? —preguntó Justin.
—Es legal. Su declaración sería a efectos de que, al no recordar los hechos, ella y su abogado, una vez revisadas las pruebas, aceptan que cometió el delito.
—¿Cuánto tiempo puedes esperar?
—¿De qué serviría? —La voz de Sarah sonó poco firme—. Pienso que evitar la presión de Laurie para que recuerde, a la larga la beneficiará. Dejémoslo así.
—No, Sarah.
Justin apartó el sillón y caminó hacia la ventana. Entonces lamentó haberlo hecho. Al otro lado del jardín, Laurie estaba de pie en el solárium, con las manos apoyadas en el cristal, mirando al exterior. Incluso desde donde él se encontraba, notó la sensación que Laurie tenía de ser un pájaro atrapado con ganas de volar. Se volvió para mirar a Sarah.
—Dame un poco de tiempo. ¿Cuánto crees que el juez permitirá que vuelva a casa?
—La próxima semana.
—Muy bien. ¿Tienes algo que hacer esta noche?
—Déjame ver. —Sarah hablaba muy de prisa. Era obvio que intentaba contener sus emociones—. Si voy a casa, pueden ocurrir dos cosas. Que se presenten en ella los Hawkins para dejar algunas pertenencias e insistan en llevarme a cenar. O que Sophie, a quien quiero de verdad, esté allí, dedicada a vaciar los armarios de mis padres para evitarme una tarea que no hago más que aplazar. La tercera alternativa sería continuar trabajando en la defensa de Laurie.
—Seguro que tienes amigos para salir.
—Tengo muchos amigos —repuso Sarah—. Buenos amigos, gente estupenda que quieren ayudar. Pero, al final del día no me siento con ánimos de empezar a explicar cómo van las cosas. No soporto escuchar vacías promesas de que surgirá algo, y que todo saldrá bien. Odio escuchar que todo esto no hubiera ocurrido si ella no hubiese sido secuestrada de niña. Eso ya lo sé, y es una idea que me está volviendo loca. Ah, sí, tampoco quiero oír que, al fin y al cabo, mi padre tenía más de setenta años y que mi madre se había sometido a una intervención quirúrgica, cuyo diagnóstico no había sido muy bueno, así que quizá fuese una suerte que murieran juntos. Todo eso lo sé. Lo acepto. Pero no quiero oírlo.
Justin sabía que una palabra de consuelo la haría llorar y no quería que eso ocurriera. Laurie estaba a punto de llegar.
—Iba a pedirte que cenáramos juntos —dijo—. Ahora hay algo que quiero que veas.
Del expediente de Laurie sacó una fotografía de 8 por 10. La atravesaban líneas horizontales y verticales.
—Es una ampliación de la que Laurie rompió. La persona que la ha reconstruido ha hecho un buen trabajo. Dime qué ves.
Sarah la miró y sus ojos se abrieron al máximo.
—Antes no se observaba que Laurie estuviera llorando —murmuró—. Esa casa desmoronada… ¿Qué es eso?, ¿un granero? No hay nada como esto en Ridgewood. —Frunció el entrecejo—. ¡Un momento! Ya sé. Laurie iba a una guardería tres tardes por semana. Solían llevar a los niños de excursión a parques y lagos. Hay granjas como ésa en los alrededores de Harriman State Park. Pero ¿por qué le afecta tanto esta fotografía?
—Voy a intentar descubrirlo —contestó Justin, al tiempo que ponía en marcha la cámara de vídeo.
En ese momento, Laurie abrió la puerta.
*****
Laurie se obligó a mirar la foto.
—El gallinero en la parte posterior de la casa —murmuró—. Allí pasaban cosas malas.
—¿Qué cosas, Laurie? —preguntó Justin.
—No hables, estúpida. Él lo descubrirá y ya sabes lo que hará contigo.
Sarah se clavó las uñas en las palmas de la mano. Era una voz joven, grave, de chico. No la había oído antes. Laurie tenía el ceño fruncido y una mueca grotesca le torcía la boca. Se estrujaba las manos.
—Hola —saludó Justin—. Tú eres nuevo. ¿Cómo te llamas?
—¡Vuelve adentro! —era Leona—. Oye, doctor, sé que Kate la mandona ha intentado darme el esquinazo. Pero no lo conseguirá.
—Leona, ¿por qué has de ser siempre la que busque problemas? —preguntó Justin.
Sarah comprendió que él había empezado a utilizar una nueva táctica. Su tono fue beligerante.
—Porque la gente me echa la culpa de todo —respondió Leona—. Confié en Allan y me puso en ridículo. Confié en ti cuando nos dijiste que lleváramos un Diario, y metiste esa foto dentro.
La melena de Laurie le tapaba el rostro. Lo echaba hacia atrás con un gesto inconscientemente seductor.
—Es imposible. No encontraste la foto en el Diario, Leona.
—Y tanto que sí. Igual que encontré ese maldito cuchillo en la mochila. Fui tan considerada que entré en casa de Allan a decirle cuatro verdades, pero lo encontré dormido con tanta placidez que ni siquiera lo desperté. Y ahora me acusan de su muerte.
Sarah contuvo el aliento. «No digas nada, no la distraigas», se ordenó.
—¿No intentaste despertarle? —preguntó Justin, sin alterarse.
—No. Quería demostrarle quién era yo. No tengo escapatoria, el cuchillo de trinchar había desaparecido. Sarah, Sophie, el doctor Carpenter… todo el mundo quiere saber por qué me lo llevé. Pero no lo cogí. Luego, Allan me pone en ridículo. ¿Sabes lo que decidí hacer? —No esperó respuesta—. Iba a darle su merecido a ese tío. Suicidarme delante de él. Que lamentara lo que había hecho. La vida no tenía ya sentido para mí. Nada vale la pena.
—¿Fuiste a su casa y el ventanal estaba abierto?
—No. Yo no entro por las ventanas. Utilicé la puerta de la terraza que da al despacho. El pestillo no encaja. Él ya estaba en la cama. Entonces entré en su dormitorio. ¿Tienes un cigarrillo?
—Desde luego.
Donnelly esperó a que Leona se recostara en el sillón con el cigarrillo encendido entre los dedos, antes de continuar con sus preguntas.
—¿Qué hacía Allan cuando entraste?
—Roncaba —respondió ella con una amplia sonrisa—. Mi mejor escena arruinada. Estaba enroscado en la cama como un chiquillo, sus brazos rodeaban la almohada, el cabello desordenado… y roncaba. —Dulcificó el tono de voz—. Papá también roncaba. Mamá solía decir que eso era lo único que hubiera cambiado de él. Sus ronquidos podían despertar a un muerto.
«Sí, es cierto», pensó Sarah.
—¿Y tenías el cuchillo?
—Oh, sí. Dejé la mochila en el suelo, al lado de la cama. Yo tenía el cuchillo en la mano en ese momento, pero lo dejé sobre la mochila. Estaba tan cansada. ¿Sabes lo que pensé?
—Dímelo.
La voz cambió por completo, se convirtió en la de Debbie.
—Pensé en todas las veces que no dejé a mi papá que me cogiera en brazos o que me besara después de volver de la casa con el gallinero, y me eché en al cama, junto a Allan. Él no se enteró, siguió con sus ronquidos.
—¿Qué ocurrió después, Debbie?
«¡Por favor, Dios mío!», rogó Sarah.
—Tuve miedo de que se despertara, se enfadara conmigo y volviera a denunciarme al decano. Entonces me levanté y salí de puntillas. Él nunca supo que estuve allí.
Rió feliz, como una niña que ha hecho una travesura saliendo bien librada de ello.
*****
Justin llevó a Sarah a cenar al «Neary’s», en la Calle 57 Este.
—Vengo a menudo por aquí —le dijo, cuando el sonriente Jimmy Neary se precipitó a recibirles. Justin le presentó a Sarah—: Te traigo a alguien a quien tienes que engordar, Jimmy.
Ya en la mesa, él dijo:
—Creo que has tenido un día difícil. ¿Quieres que te hable de Australia?
A Sarah le parecía imposible haberse comido toda la chuleta y las patatas fritas. Cuando Justin pidió una botella de «Chianti», ella protestó.
—Oye, tú puedes llegar a casa andando, pero yo tengo que conducir.
—Lo sé. Sólo son las nueve. Iremos paseando hasta mi casa y tomaremos el café allí.
*****
«Nueva York en una noche de verano», pensó Sarah mientras tomaban café en la pequeña terraza. Las luces instaladas en los árboles que rodeaban la «Tavern on the Green», la exuberante vegetación, los coches de caballos… Un mundo tan distinto de las habitaciones cerradas y de los barrotes carcelarios…
—Hay que hablar de ello —dijo Sarah—. ¿Existe alguna posibilidad de que sea cierto lo que Laurie, o Debbie, nos ha dicho? Me refiero a eso de echarse en la cama junto a Allan Grant y después dejarle durmiendo.
—Por lo que Debbie sabe, es probable que sí.
—¿Quieres decir que Leona pudo haber ocupado el lugar de Debbie cuando ésta se marchó?
—Leona, u otra personalidad alterada que no conocemos aún.
—Ya. He pensado que Laurie ha recordado algo al ver la fotografía. ¿Puede ser?
—Es posible que hubiera un gallinero en el lugar donde Laurie estuvo secuestrada. Esa fotografía le recordó algo que sucedió allí. Con el tiempo, quizá sepamos qué fue.
—Pero si no disponemos de tiempo.
Sarah no supo que iba a llorar hasta que notó las lágrimas en las mejillas. Se tapó la boca con las manos, e intentó contener los sollozos.
Justin la abrazó.
—Desahógate, Sarah —dijo con ternura.