Cuando Brendon Moody se sentó en un taburete ante la barra de «Solari’s», al lado de Danny el Sabueso de Cónyuges, observó que el rostro de querubín empezaba a abotargarse y que algunos capilares rotos en la nariz y las mejillas acreditaban su afición a los «Manhattan» secos.
—Hola, Brendon —saludó Dan a Moody con su euforia habitual—. Todo un placer para unos ojos fatigados.
Brendon gruñó un «hola», mientras contenía las ganas de decirle lo que podía hacer con sus sarcasmos. Entonces recordó el motivo por el que estaba allí, y el entusiasmo de Danny por los «Manhattan» secos y los «Mets». Pidió una ronda y le preguntó qué opinaba de la temporada del equipo.
—Fantástica. Los tíos se llevarán el título de calle, ¡qué caramba!
«Y un cuerno», pensó Brendon, pero dijo:
—Estupendo. Estupendo.
Una hora después, mientras Brendon seguía aún con la primera copa, Danny terminaba la tercera. Había llegado el momento. Brendon desvió la conversación hacia el tema de Laurie Kenyon.
—Me ocupo del caso —le dijo en tono confidencial.
Danny entrecerró los ojos.
—Eso he oído. Pobre chica, se le han cruzado los cables, ¿no?
—Así parece. Supongo que todo empezó después del accidente en el que murieron sus padres. Es una pena que no buscara ayuda médica.
Danny miró a su alrededor.
—Oh, pero sí lo hizo —murmuró—. Y olvida donde lo has oído. No soporto la idea de que te mantengan a oscuras.
Brendon dio la impresión de parecer atónito.
—¿Quieres decir que estuvo visitando a un loquero?
—En Ridgewood.
—¿Cómo lo sabes, Danny?
—¿Quedará entre tú y yo?
—Por supuesto.
—Después del accidente de sus padres fui contratado para hacer un seguimiento de las hermanas y de sus actividades.
—No me digas más. La compañía de seguros, supongo. ¿Algo relacionado con la denuncia contra la compañía de autobuses?
—Brendon Moody, ya sabes que la relación cliente-investigador es de una estricta confidencialidad.
—Claro que sí. Pero ese autobús iba a demasiada velocidad; llevaba los neumáticos en mal estado. Los Kenyon no fueron responsables del accidente. Como es lógico, una compañía de seguros busca siempre tres pies al gato para no pagar.
Danny seguía sin soltar prenda. Brendon hizo una indicación al camarero de la barra, el cual negó con la cabeza.
—Yo llevaré a mi amigo a casa —le prometió Brendon. Sabía que tenía que cambiar el tema de conversación.
Una hora más tarde, después de haber acomodado a Danny en el asiento del pasajero, volvió al asunto Kenyon. Cuando estacionó delante del modesto sótano donde Danny vivía, se sintió un miserable.
—Brendon, muchacho, eres un buen amigo —dijo Danny con voz estropajosa—. No creas que no me he dado cuenta de que has estado sonsacándome. Entre tú y yo y la farola, de verdad, no sé quién me contrató. Todo fue muy misterioso. Era una mujer. Dijo llamarse Jane Graves. Yo no la conocía. Llamaba cada semana para interesarse por los progresos. Yo debía enviar los informes a un apartado de correos de Nueva York. ¿Sabes quién creí que era? La viuda del profesor difunto. ¿No le enviaba cartas obscenas esa desgraciada Kenyon? ¿Y no fueron cancelados mis servicios el día después del asesinato?
Danny abrió la portezuela del coche y se apeó tambaleándose.
—Muy buenas noches, y la próxima vez pregúntame sin tantos rodeos. Te evitarás tener que pagarme unas copas de más.