—La pareja que ha comprado la casa empieza a poner nerviosa a Sarah —explicó Laurie a Donnelly.
A Justin le sorprendió.
—No me había dado cuenta.
—Pues sí, Sarah dice que van demasiado por allí. Tomarán posesión de la casa en agosto y le han pedido permiso para comenzar las reformas.
—¿Les has visto alguna vez en televisión, Laurie?
Ella negó con la cabeza.
—No me gusta ese tipo de programas.
Justin esperó. Sobre su mesa tenía el informe del terapeuta de arte. Poco a poco se iba formando un dibujo en los bocetos de Laurie. Los seis últimos eran collages, y en todos había incluido dos escenas específicas: en una aparecía una mecedora con un grueso cojín mullido y al lado la figura de una mujer; en la otra, un árbol de tronco milenario con ramas frondosas delante de una casa sin ventanas.
Justin indicó las ilustraciones.
—¿Recuerdas haberlas hecho?
Laurie las miró con indiferencia.
—Desde luego. Y no soy una artista, ¿verdad?
—Mejorarás. Laurie, mira la mecedora, ¿puedes describirla?
Vio que ella empezaba a evadirse. Abrió desmesuradamente los ojos y su cuerpo se tensó. Pero Justin no quería que una de las otras personalidades lo estorbara.
—Laurie, inténtalo.
—Me duele la cabeza —murmuró.
—Laurie, tú confías en mí. Has recordado algo, ¿no es así? No tengas miedo y te ruego por Sarah que me hables de ello. Déjalo salir.
Ella indicó la mecedora, apretó los labios y presionó los brazos contra los costados.
—Laurie, enséñamelo. Si no puedes hablar de ello, escenifica lo que ocurrió.
—Lo haré. —De nuevo la voz infantil.
—Debbie, eres una buena chica. —Justin esperó.
Ella encajó los pies por debajo de la mesa e inclinó la silla hacia atrás. Estrujó los brazos contra sí, como si una fuerza exterior los sujetara. Bajó de nuevo a la silla hasta el suelo con un empujón y volvió a inclinarla hacia atrás. Su rostro estaba deformado por el pánico.
—Gracia divina, qué dulce es tu son —cantaba con frágil voz infantil.
La silla se balanceaba en la perfecta imitación de una mecedora. Con el cuerpo doblado y los brazos inmóviles era la reencarnación de una niña pequeña en el regazo de alguien. Justin miró el primer dibujo. Eso era. El cojín parecía un regazo. Una niña sentada allí y cantando mientras la mecían. Adelante y atrás. Adelante y atrás.
—… Y la gracia me llevará a casa.
La silla se detuvo. Los ojos de Laurie volvieron a cerrarse. Su respiración se convirtió en rápidas y penosas bocanadas. Se incorporó como si alguien la hubiese levantado.
—Ya es hora de subir —dijo con voz profunda.