El coche empezó a tener problemas poco después de salir del restaurante. Cada vez que el tráfico les hacía reducir la velocidad, el motor se ahogaba y se detenía. La tercera vez que ocurrió y los coches tuvieron que pasarles por otro carril. Opal dijo:
—Bic, si nos quedamos clavados definitivamente y aparece un «poli», será mejor que tengas cuidado. Puede que te haga preguntas acerca de ella. —Indicó a Laurie con un movimiento de cabeza.
Bic le dijo que buscara una gasolinera y saliera de la carretera. Cuando encontraron una, hizo que Laurie se tendiera en el suelo del vehículo y amontonó bolsas de basura llenas de ropa vieja sobre ella.
El coche necesitaba un buen repaso, y no estaña listo hasta el día siguiente. El encargado de la gasolinera les dijo que allí al lado había un motel barato y bastante cómodo.
Se dirigieron en el coche hasta el motel. Bic fue a la oficina de recepción y volvió con la llave. Siguieron con el automóvil hasta la habitación y apremiaron a Laurie para que entrara. Luego, después de que Bic llevara el coche a la gasolinera, pasaron la tarde viendo la televisión. Bic compró hamburguesas para la cena. Laurie se quedó dormida justo cuando se emitía el programa sobre niños desaparecidos. Se despertó y oyó a Bic maldiciendo. Mantén los ojos cerrados, le advertía una voz, vas a pagar su malhumor.
—La cajera se fijó mucho en ella —decía Opal—. Supongamos que esté viendo el programa. Tendremos que sacárnosla de encima.
La tarde siguiente, Bic fue solo a recoger el coche. Cuando volvió, sentó a Laurie en la cama y la sujetó por los brazos.
—¿Cómo me llamo? —le preguntó.
—Bic.
Indicó a Opal con la cabeza.
—¿Cómo se llama?
—Opal.
—Quiero que lo olvides. Quiero que te olvides de nosotros. No nos menciones nunca para nada. ¿Entendido, Lee?
Laurie no lo entendía. Di que sí. Asiente con la cabeza y di que sí, le susurraba una voz impaciente.
—Sí —susurró mientras hacía un gesto con la cabeza.
—¿Te acuerdas de la vez que degollé el pollo? —preguntó Bic.
Laurie cerró los ojos. El pollo había intentado corretear por el patio con la sangre manando del cercenado pescuezo. Después cayó justo delante de ella, que quiso gritar pero no pudo. Nunca más se había acercado a los pollos. Algunas veces soñaba que el pollo sin cabeza la perseguía.
—¿Lo recuerdas? —asintió Bic, al tiempo que aumentaba la presión de sus brazos.
—Sí.
—Tenemos que marchamos y vamos a dejarte donde puedan encontrarte. Si alguna vez mencionas mi nombre o el de Opal o cómo te llamábamos o dónde vivíamos o algo que hicimos juntos, iré con el cuchillo y te cortaré el cuello. ¿Lo has entendido?
El cuchillo. Largo, afilado y manchado de sangre de pollo.
—Promete que no se lo dirás a nadie —le ordenó Bic.
—Lo prometo, lo prometo —balbuceó, desesperada.
Subieron al coche y la obligaron a tenderse en el suelo. Hacía tanto calor que las bolsas de basura se le pegaban a la piel.
Cuando ya había oscurecido, se detuvieron delante de un gran edificio. Bic la sacó del coche.
—Esto es un colegio —le dijo él—. Mañana por la mañana vendrá mucha gente, y otros niños con los que podrás jugar. Quédate aquí y espéralos.
Laurie se apartó de su húmedo beso y su fuerte abrazo.
—Estoy loco por ti —dijo—; pero, recuerda, si dices algo sobre nosotros… —Levantó el brazo, cerró el puño como si sujetara un cuchillo e hizo el ademán de cortarle el cuello.
—Lo prometo, lo prometo —sollozó ella.
Opal le alargó una bolsa de galletas y un refresco de Cola. Después los vio alejarse. Sabía que si no se quedaba allí, volverían para hacerle daño. Estaba tan oscuro… Oía animales correr por el bosque cercano.
Laurie se agazapó junto a la puerta del edificio y se rodeó el cuerpo con los brazos. Todo el día había hecho calor y ahora estaba helada y asustada. Quizás el pollo sin cabeza rondara por allí. Empezó a temblar.
Mira el gato esquivo. Se evadió para formar parte de la voz sarcástica que se burlaba de la figurilla acurrucada en la puerta de la escuela.