Sarah no pegó ojo en toda la noche. El recuerdo de los acontecimientos del día se agolpaban en su mente: los sobrecogedores gritos de Laurie; la fotografía rota; la Policía en la puerta; Laurie esposada; Justin jurando que pediría su custodia mientras seguían el coche patrulla hasta Clinton. Amanecía cuando pudo conciliar el sueño, pero fue un sueño intranquilo, soñando con jueces y veredictos de culpabilidad.
Se levantó a las ocho. Después de ducharse se puso una camisa de cachemira, pantalones a juego, botas marrones, y bajó. Sophie estaba ya en la cocina. El café humeaba. Sobre la mesa había una jarra con zumo de naranja recién exprimido y un bol de «Tiffany» contenía gajos de pomelo y trozos de manzana y de melón.
Todo tenía apariencia de normalidad. Como si mamá, papá y Laurie estuvieran a punto de bajar en cualquier momento.
Con expresión circunspecta, Sophie le sirvió un vaso de zumo.
—He estado preocupada toda la noche, cuando marché, aún no habías llegado. ¿Laurie se mostró de acuerdo con lo de ingresar en el hospital?
—Se daba cuenta de que era el hospital o la cárcel. —Apoyó la mano en la frente—. Algo ocurrió ayer, pero Laurie dijo que no volvería a pasar otra noche en su habitación. Sophie, si esa mujer que volvió a ver la casa el otro día quiere comprarla, se la venderé.
No escuchó las protestas que esperaba. Sophie se limitó a suspirar.
—Creo que tienes razón. Éste no es ya un hogar feliz. Tal vez sea demasiado esperar después de lo que ocurrió en setiembre.
Le animó que Sophie estuviera de acuerdo con ella. Sarah apuró el zumo, y se tragó el terrón de azúcar sin disolver.
—Sólo me apetece el café. Por cierto, ¿has encontrado todos los pedacitos de la fotografía que Laurie rompió ayer?
Los labios de Sophie esbozaron una sonrisa de satisfacción.
—He hecho algo más que eso. La he recompuesto. —Se la enseñó—. Verás, he colocado los trozos sobre una hoja de papel y, después de asegurarme de que no me había equivocado, los he pegado. Había un problema: con unos pedazos tan pequeños, la cola sobresalía por todas partes.
—Es una foto suya de niña —dijo Sarah—. No puede ser lo que causó su histeria. —Miró la fotografía con atención, entonces lo decidió—. De todas formas la guardaré en mi maletín. El doctor Donnelly quiere verla.
Sophie observó a Sarah mientras apartaba la silla. Confiaba en que la reconstrucción de la fotografía ayudara a comprender el histérico estallido de Laurie. Recordó algo y buscó en el bolsillo de su delantal. No estaba. Claro que no. La grapa que había quitado de uno de los fragmentos de la foto estaba en el bolsillo de la bata que llevaba el día anterior. «De todas formas era una tontería», pensó, al tiempo que servía otra taza de café a Sarah.