La sesión del lunes por la mañana con Laurie no dio resultado alguno. Estaba silenciosa y deprimida. Habló del partido de golf.
—Un desastre, doctor. No conseguía concentrarme. Demasiados pensamientos.
Él no consiguió que le hablara de esos pensamientos. Y tampoco la intervención de las personalidades alteradas.
Cuando Laurie entró en la sesión de terapia artística, Sarah aprovechó para explicar a Donnelly que había empezado a prepararla para el juicio.
—Creo que ahora es el principio de todo. Anoche la sorprendí con el álbum de fotos que guarda en su habitación. —Los ojos de Sarah comenzaron a llenarse de lágrimas que ella procuraba retener—. Le dije que no me parecía buena idea que mirara las fotografías de mamá y papá.
Salieron a mediodía. A las dos, Sarah le telefoneó, y como fondo él oyó a Laurie que chillaba algo.
—Laurie está histérica —dijo Sarah con voz temblorosa—. Debe de haber mirado otra vez el álbum, porque hay una foto hecha trizas.
En ese momento, Donnelly entendió lo que Laurie le gritaba:
—¡Prometo que no lo diré! ¡Prometo que no lo diré!
—Indíqueme cómo se llega a su casa. Y déle dos «Valium».
*****
Sophie le abrió la puerta.
—Están en la habitación de Laurie, doctor —dijo, y le indicó la escalera con un movimiento de cabeza.
Sarah estaba sentada en la cama con una mano de Laurie entre las suyas. Su hermana dormía, sedada.
—La he obligado a tomarse los «Valium» —le dijo Sarah—. Se ha calmado, pero ahora se le debe de estar pasando el efecto. —Soltó la mano de Laurie y le acomodó la cabeza sobre la almohada.
Justin se inclinó hacia Laurie y comenzó a examinarla. Su pulso era irregular, la respiración pesada, tenía las pupilas dilatadas y la piel fría al tacto.
—Está bajo los efectos de un shock. ¿Sabe qué ha podido producírselo?
—No. Parecía encontrarse bien cuando hemos llegado a casa. Me ha dicho que iba a escribir en su diario. Después la he oído gritar. Supongo que debió de mirar el álbum porque ha roto una fotografía. Los trozos están sobre su escritorio.
—Quiero esa foto recompuesta. —Dio unas palmaditas en las mejillas de la joven—. Laurie, soy el doctor Donnelly. Quiero que me hables. Dime tu nombre completo.
Ella no respondió. Donnelly seguía dándole palmaditas en el rostro, aunque algo más fuertes.
—Dime tu nombre —insistió.
Por fin Laurie abrió los ojos. Cuando lo enfocaron pareció sorprendida y aliviada a la vez de verle.
—Doctor Donnelly —murmuró—. ¿Cuándo ha venido?
Sarah se sentía sin fuerzas. La última hora había sido una pesadilla. El sedante había calmado la histeria de Laurie, pero entonces, su total inconsciencia resultó más aterradora aún. Le horrorizaba que su hermana escapara tan lejos en su sueño que no pudiera volver.
Sophie estaba en la puerta.
—¿Le vendría bien una taza de té a Laurie? —susurró.
—Sí, por favor —contestó Justin, tras mirar hacia ella por encima del hombro.
Sarah se acercó al escritorio. La fotografía estaba hecha trizas. En los pocos instantes transcurridos desde el inicio de los chillidos y la llegada de Sophie y de su hermana, Laurie había logrado reducirla a fragmentos minúsculos. Sería un milagro si podía reconstruirla.
—No quiero quedarme aquí —dijo Laurie.
Sarah volvió a mirarla. Laurie estaba sentada, abrazándose.
—No puedo quedarme aquí. Por favor.
—De acuerdo —contestó Justin con tranquilidad—. Vayamos abajo. A todos nos vendrá bien una taza de té. —Ayudó a Laurie a ponerse en pie.
Se hallaban a medio camino de la escalera, seguidos por Sarah, cuando sonó la campanilla del vestíbulo. Eso indicaba que alguien se encontraba delante de la puerta principal.
Sophie abrió. Dos policías uniformados, con una orden de arresto para Laurie, estaban en el porche. Al enviar una carta amenazadora a la viuda de Grant, había infringido las condiciones de la fianza, y ésta había sido revocada.
*****
Esa tarde, Sarah estaba sentada en el consultorio de Donnelly, en la clínica.
—Si usted no se hubiera encontrado allí, Laurie dormiría en una celda. No sabe cuánto se lo agradezco.
Era cierto. Cuando llevaron a Laurie ante el juez, Donnelly le había convencido de que la muchacha se hallaba bajo una fuerte presión psicológica y precisaba hospitalización y asistencia médica. El juez había revocado la orden para permitir que la hospitalizaran de inmediato. Hizo el viaje de Nueva Jersey a Nueva York dormida, como si estuviera en trance.
Justin había elegido sus palabras con sumo cuidado.
—Me alegro de que esté allí. Ahora necesita vigilancia constante.
—¿Para evitar que siga enviando cartas amenazadoras?
—Y para evitar que se lesione a sí misma.
Sarah se levantó.
—Ya le he quitado bastante tiempo por hoy, doctor. Hasta mañana por la mañana.
Eran casi las nueve.
—A la vuelta de la esquina hay un sitio donde se come bien y el servicio es rápido —dijo Donnelly—. ¿Por qué no cenamos juntos?
Sarah había telefoneado ya a Sophie para decirle que Laurie estaba ingresada en el hospital y que a ella no la esperara. El pensamiento de comer algo y tomar una taza de café con Justin Donnelly antes de meterse en su vacía casa le resultó tentador.
—Me encantaría —se limitó a contestar.
*****
Laurie estaba delante de la ventana. Le gustaba su habitación, no era muy grande y podía abarcarla toda de un vistazo. Se sentía segura. La ventana que daba al exterior no se abría, ya lo había intentado. Había otra ventana interior por la que se veía el vestíbulo y el mostrador de las enfermeras. Tenía cortina, pero la había dejado medio descorrida. No quería estar a oscuras otra vez.
¿Qué había ocurrido? Lo último que recordaba era que estaba escribiendo. Había vuelto la hoja y entonces…
Y entonces todo se había oscurecido hasta que vio al doctor Donnelly inclinado sobre ella. Cuando bajaban la escalera, la Policía llegó.
Dijeron que había escrito una carta a la viuda de Allan Grant. ¿Por qué iba ella a escribirle? Y que la amenazaba. Era absurdo. ¿Cuándo había escrito la carta? ¿Cuándo la habría enviado?
Si Karen Grant había recibido una carta amenazadora en los últimos días era prueba evidente de que alguna otra persona la había escrito. Tenía que comentárselo a Sarah.
Laurie apoyó la frente contra el cristal. Estaba tan frío. Se encontraba cansada y se acostaría. Varias personas caminaban por la acera a paso rápido, con la cabeza inclinada, y entraban en el otro edificio. Eso significaba que en la calle hacía mucho frío.
Un hombre y una mujer cruzaban la calle enfrente de la clínica. ¿Serían Sarah y el doctor? No estaba segura.
Se volvió, cruzó la habitación, se metió en la cama y se arrebujó bien bajo las mantas. Los párpados se le cerraban. Era una delicia alejarse. Sería maravilloso no tener que despertarse nunca más.